(ZENIT – 6 agosto 2019).- «En la Transfiguración Jesús nos muestra la gloria de la Resurrección: un vistazo al cielo en la tierra», estas son las palabras del Papa Francisco expresadas hoy, 6 de agosto de 2019, a través de un tweet.
El 6 de agosto la Iglesia celebra la festividad de la Transfiguración del Señor, que rememora el momento en el que Jesús mostró su gloria a tres de sus apóstoles en el monte Tabor.
El relato del Evangelio
Efectivamente, según narra el Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10), unas semanas antes de su pasión y muerte, Jesús subió a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan.
Mientras rezaba, su cuerpo se transfiguró: Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve,y su rostro más resplandeciente que el sol. Asimismo, se aparecieron Moisés y Elías y hablaron con Él acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.
Entonces, Pedro exclamó: «Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías».
Pero enseguida les envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo».
En esta fiesta se conmemora, por tanto, un pasaje muy especial de la vida de Jesús en el que nos dejó un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo.
La Transfiguración, mensaje de esperanza
Sobre este acontecimiento de la Transfiguración del Señor, Francisco resaltó en el Ángelus del 6 de agosto de 2017 que Dios «nos ofrece un mensaje de esperanza: estaremos también con él. Él nos invita a encontrar a Jesús, para estar al servicio de nuestros hermanos”.
Y añadió que “al término de la experiencia admirable de la Transfiguración, los discípulos descendieron de la montaña con los ojos y el corazón transfigurado por el encuentro con el Señor. Es el recorrido que podemos hacer nosotros también». El descubrimiento de Jesús no es un fin en sí mismo, sino que induce a “descender de la montaña” con un vigor nuevo generado por la fuerza del Espíritu Santo, para decidir avanzar en la conversión personal auténtica y para dar testimonio constante de la caridad.
Con el fin de lograr esto último, el Santo Padre indicó el camino del desapego de las cosas del mundo y la oración: “Se trata de disponernos a la escucha atenta y orante de Cristo, Hijo bien amado del Padre, buscando los momentos íntimos de oración que permiten la acogida dócil y gozosa de la Palabra de Dios”.