Almuerzo con indígenas de la Amazonía peruana en Puerto Maldonado © Vatican Media

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Sínodo para la Amazonía y sinodalidad. ¿De qué se trata?

Analogía con Schoenstatt

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(ZENIT – 9 agosto 2019).- “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”, afirma el Papa Francisco. Cada vez escuchamos más sobre la idea de una Iglesia sinodal, pero ¿qué significa? La sinodalidad es una de las características de la comunión eclesial, a través de la cual el pueblo de Dios, desde comunidades de base, parroquias, diócesis, etc., discierne la voz de Dios a través de realidades concretas, y, en el marco del Magisterio de la Iglesia, de la Palabra de Dios y de la doctrina de la Iglesia, busca dar una respuesta a los desafíos del tiempo. Es fundamental entender que se trata de un don de Dios, un abrirse a la inspiración del Espíritu Santo, que es quien invita a discernir, motivándonos a plantearnos los hechos, la realidad concreta, para responder con audacia con la palabra y con actos ante situaciones concretas que vive la sociedad y la Iglesia.

Ante el sínodo para la Amazonía

Amazonía © REPAM

Entre el 6 y el 27 de octubre tendrá lugar el Sínodo especial para la Amazonía en Roma. El Instrumentum laboris para el Sínodo contiene una vasta riqueza que expresa la vida misma de los pueblos amazónicos y busca dar una respuesta a la complicada realidad que caracteriza a los pueblos originales que habitan la Amazonía. El documento mencionado, como todo proceso de discernimiento, ha generado diversas opiniones, discusiones y críticas, que son valiosas cuando se encuentran dentro de un marco de apertura comunitaria. Por el contrario, cuando parten de una postura monolítica, cuando no están abiertas en humildad, a la inspiración del Espíritu Santo, pueden generar divisiones e impedir importantes corrientes de la gracia. El Papa Francisco afirma que “hay una sola forma de hacer teología: de rodillas”. Cada uno tiene razones justificadas para creer que su fuente de verdad es la correcta. El problema es cuando se absolutiza la propia y uno se cierra a comprender que la realidad puede ser más compleja y rica que la concepción que tiene de la misma.

La Iglesia latina estuvo marcada por la sinodalidad en sus primeros siglos y la ha ido recuperando a partir del Concilio Vaticano II. Entre medio, y por muchos siglos, la corriente de comunicación y decisiones en la Iglesia católica estuvo centrada en Roma, y desde allí se distribuía a las periferias. El camino sinodal es a la inversa, va de las periferias al centro. Esto causa inseguridad en muchos que temen que se produzcan cambios radicales en la Iglesia, que lo que fue tradición por tantos siglos, sea fagocitado por el modernismo. Pero en realidad no hay que temer, dado que el Santo Padre sigue siendo quien está a cargo de la Iglesia y ostenta la misma potestad de siempre como Pontífice. Y aquí surge una pregunta clave. Con sinodalidad o sin ella, es el Papa quien está a cargo de las decisiones trascendentales de la Iglesia, por mandato divino (Mt. 16, 18 ss). Si tenemos un espíritu filial, si sabemos que Jesús le ha dado al Papa esa potestad, podemos estar tranquilos que hará buen uso de ella. Y si dudáramos de la conveniencia de alguna decisión que toma, será ese espíritu filial el que nos ayude a recobrar fácilmente la paz.

Humildad y unidad están primero

Hemos tocado aquí un punto clave. Con sinodalidad o si ella, nuestra esencia como cristianos debe estar marcada a fuego por la humildad, el espíritu de comunidad, el amor mutuo, el construir una Iglesia fundamentada en la roca, en Pedro. Todos tenemos razones para pensar distinto. Pero solo se puede formar comunidad si somos capaces de abrirnos a la opinión del otro, sin preconceptos, o impidiendo que los mismos nos cieguen; y con el objeto de ser protectores del espíritu cristiano, no vaya a ser que lo perdamos en las acciones. No podemos abandonar el original espíritu cristiano para preservar lo que consideramos que es el original espíritu cristiano. O, no es espíritu cristiano el luchar por lo que consideramos valores, perdiendo justamente nuestros valores en medio de la lucha.

No debemos tener miedo. No podemos ser una Iglesia lejana a la realidad del mundo. Cristo un día nos va a preguntar si conservamos las monedas que nos dio, o si las invertimos, si las arriesgamos, para que den frutos. La vida del profeta está marcada por riesgos. No hay frutos sin que la semilla muera. Dios nos regaló el discernimiento para que lo pongamos en práctica, siempre dentro de una orgánica concepción de las enseñanzas de la Iglesia. Y no olvidemos la frase del Papa: “Prefiero mil veces una Iglesia accidentada, a una Iglesia enferma”. El discernimiento, la sinodalidad, traerán consigo dificultades, pero no nos podemos dar el lujo ni de ser una Iglesia estática, ni del pasado. Dios es un Dios de la vida, que nos habla constantemente y que espera de nosotros que demos respuestas acordes a las realidades del mundo de hoy.

Ir a la periferia para conocer la realidad

Las realidades en el mundo son muy distintas y la respuesta de la Iglesia no puede ser siempre igual para todos. La Iglesia tiene la obligación de dar respuestas concretas a realidades concretas. Dado que el Papa no tiene en Roma la capacidad de conocer todas las realidades en profundidad, necesita que las distintas corrientes vitales lleguen a Roma, pero no solo para conocerlas y tomar decisiones, sino incluso para aprender de ellas y dejarse enriquecer por las mismas. Por eso, él mismo asevera que cuando quiere conocer la verdad, la realidad, se va del centro a la periferia. Los valores y principios no cambian, pero puede cambiar la forma de ver la realidad y de interactuar con ella.

Schoenstatt y el discernimiento

El camino sinodal no es consecuencia de personas que “inventaron” un nuevo sistema para tomar decisiones. Se trata más que nada de una actitud de vida de quienes quieren estar atentos a la guía del Espíritu Santo.

Podemos citar aquí el caso del Movimiento de Schoenstatt, que hace cien años, en este espíritu de discernimiento, definía su expansión al mundo. Poco después de que el padre José Kentenich fundara dicho movimiento con jóvenes seminaristas palotinos en 1914, los muchachos fueron enviados a la guerra. En 1918 regresaron a Schoenstatt con profundo celo apostólico. Habían contagiado del mismo a jóvenes que no eran seminaristas. De esta forma, el padre Kentenich percibió que la Divina Providencia le estaba invitando a que no solo seminaristas palotinos formen parte de Schoenstatt, sino que el movimiento se expanda al mundo. Para esto, sería necesaria una nueva fundación, a la que se llamaría Federación Apostólica de Schoenstatt. Hoy podría entenderse como “Schoenstatt en salida”, o el Movimiento de Schoenstatt con alcance universal. Esta fundación tuvo lugar el 20 de agosto de 1919, en Hörde, en las afueras de Dortmund, en Alemania. Justamente entre el 16 y el 18 de este mes se reunirán miembros del mencionado movimiento en el valle de Schoenstatt para celebrar el centenario de dicho acontecimiento.

El padre Kentenich no aparece

Allí se reunieron 24 muchachos para establecer los estatutos de la nueva fundación. Kentenich era consciente de lo que se jugaba en esta jornada. Él sabía que se estaba gestando un movimiento de alcance internacional, por los ideales que llevaba en su interior. Pero para sorpresa y desilusión de los muchachos, no se hizo presente en este encuentro. No se conformó con no marcarles lo que debían hacer; él quería confirmar que la fundación se tratara de la voluntad de Dios, y que los muchachos desarrollaran liderazgo, y por eso no quiso asistir. Los jóvenes sintieron así que de ellos dependía el éxito y la continuidad de este emprendimiento y trabajaron con entusiasmo para elaborar los estatutos fundacionales del movimiento.

Tres fuentes para el discernimiento

Se percibe aquí en forma muy explícita la forma de actuar del padre Kentenich. Él nunca tuvo planes propios. Su única meta fue estar abierto a los planes de Dios y seguirlos. Y para conocer la voluntad de Dios, descubrió que debía estar atento a tres fuentes. Una de ellas es la voz del tiempo: Dios nos habla a través de los grandes acontecimientos y de pequeños aconteceres de la vida diaria. Otra es la voz del alma: Dios nos habla a través de las voces interiores que suscita nuestro propio corazón y a través del alma de los demás. Y la otra es la voz del ser: se trata del orden objetivo que Dios le da a todo lo creado. Este es un apasionante juego en diálogo con Dios a través de las distintas formas por las que Él se manifiesta a nosotros.

Cae de maduro que si solo nos circunscribiéramos a una fuente, por ejemplo a la voz del ser, al orden objetivo, y no lo pusiéramos en orgánica interrelación con las voces del tiempo y las del alma, nos podríamos estar perdiendo un mensaje esencial de Dios para un momento y lugar concreto.

Analogía con la sinodalidad

En un país como Alemania, donde la organización y perfección son características esenciales, hace ya un siglo, surgió el padre Kentenich con un estilo totalmente diferente al de la cultura y la época. Él necesitaba escuchar a los demás para actuar, porque ellos le confirmaban desde sus corazones si un hecho concreto realmente se trataba de la voluntad de Dios. El padre seguía cuatro pasos en sus procesos de acción: observar, discernir, realizar y evaluar. Desde la sinodalidad, se siguen prácticamente los mismos pasos: ver, juzgar y actuar.

El padre Kentenich llamó a la apertura total del corazón a la voluntad de Dios “fe práctica en la Divina Providencia”. Práctica, porque no se trata de repetir simplemente lo que está marcado, escrito, sino que se trata de discernir, de ser creativo en el auscultar. La sinodalidad consiste justamente en ese proceso de descubrir el paso del Señor en medio de su pueblo.

La sinodalidad como Pueblo de Dios

Rodrigo Guerra López, miembro del Equipo Teológico del Consejo Espicopal Latinoaméricano, CELAM, afirma que “algunos piensan que la sinodalidad es una innovación reciente, un neologismo, con un poco de invención. Desde mi punto de vista, la Comisión Teológica Internacional ha hecho un gran servicio publicando recientemente el documento «La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia». En él se explica con gran rigor cómo la «novedad» del término «sinodalidad» no es tal, ya que esta palabra testimonia una adquisición que se viene madurando en la conciencia eclesial a partir del Magisterio del Concilio Vaticano II y de la experiencia vivida, en las Iglesias locales y en la Iglesia universal, sobre la forma específica de vivir y obrar como Pueblo de Dios que camina en la historia”.

Abrámonos a las tres fuentes

No tengamos miedo a la sinodalidad. En todo caso, tengamos reticencia a utilizar una sola de las fuentes a través de las cuales Dios quiere hablar a su pueblo. Dios nos sigue hablando, Dios sigue creando en su Iglesia, sigue transformando. La esencia no cambia. La doctrina no cambia. Pero si queremos ser profetas en un mundo que necesita desesperadamente respuestas acordes a los tiempos que corren, no podemos quedarnos en nuestra zona de confort, donde “todo está escrito”. Debemos salir a las periferias existenciales a evangelizar. Y para ello, debemos ser primero profetas de la escucha y del discernimiento.

Fotos: Enrique Soros y REPAM

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Enrique Soros

Enrique Soros es comunicador social, escritor, actúa como agente pastoral en la Arquidiócesis de Washington, en proyectos pastorales y comunicacionales en Latinoamérica, colabora con el CELAM, Consejo Episcopal Latinoamericano, y es Consultor de la Comisión de Laicos, Matrimonio, Vida Familiar y Juventud de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos.

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