(ZENIT – 31 oct. 2019).- «Una sociedad que no es capaz de acoger, proteger y dar esperanza a los que sufren es una sociedad que ha perdido la piedad, que ha perdido el sentido de humanidad», ha anunciado el Papa Francisco a los miembros de la Fundación Don Carlo Gnocchi, a quienes ha recibido esta mañana en audiencia.
El Pontífice les ha exhortado a continuar su labor a través de dos conceptos, competencia y compasión, «las dos juntas», ha matizado. «El significado y el valor de la profesión sanitaria y de todo servicios prestado al hermano enfermo se manifiestan plenamente en la capacidad de conjugarlas».
Esta jueves, 31 de octubre, en el Aula Pablo VI, el Santo Padre se ha encontrado con la personas que forman la fundación italiana, ha informado la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
«No os canséis de servir a los últimos en la difícil frontera de la enfermedad y la discapacidad: junto con las más avanzadas terapias y técnicas para el cuerpo, ofreced a los que con confianza se dirigen a vuestras estructuras las medicinas del alma, es decir, el consuelo y la ternura de Dios», les ha animado el Papa.
«Padre de los mutilados»
Así, la fundación nace en 1945, en conmemoración al beato Carlo Gnocchi (San Colombano al Lambro, 1902). Sacerdote y educador, al estallar la Segunda Guerra Mundial se alistó como capellán voluntario entre las tropas alpinas, con las que vivió el trágico retiro de Rusia. Rescatado por un milagro, a su regreso acogió a huérfanos de guerra y niños destrozados por las bombas, creando la obra que le valió el título de «padre de los mutilados» en el campo.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes durante la Audiencia:
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Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida y agradezco a vuestro Presidente y amigo, las palabras de saludo y presentación de esta hermosa realidad social y asistencial que es la Fundación Don Carlo Gnocchi, surgida de la mente y del corazón de ese insigne sacerdote ambrosiano. En la homilía por la beatificación, que tuvo lugar en Milán hace diez años, el Cardenal Tettamanzi lo señaló a la Iglesia como «un inquieto buscador de Dios y un valiente buscador del hombre, que consumió su vida buscando el rostro de Cristo impreso en el rostro de cada hombre». ¡Qué hermoso!
En efecto, el beato Don Carlo Gnocchi, apóstol de la caridad, sirvió heroicamente a Cristo en los niños, los jóvenes, los pobres y los que sufren, desde el comienzo de su ministerio sacerdotal, como un educador apasionado. Luego, como capellán militar, conoció la crueldad de la Segunda Guerra Mundial, primero en el frente greco-albanés, luego, con los Alpinos de la División «Tridentina», en la dramática campaña de Rusia. Durante la desastrosa retirada de ese frente, trabajó incansablemente por los heridos y moribundos, y pensó en el diseño de una obra a favor de los huérfanos y niños mutilados por el estallido de los artefactos de guerra. De regreso a Italia, realizó este maravilloso proyecto; la suya no fue sólo una empresa social, sino movida por la caridad de Cristo. Una obra, un fruto de la caridad de Cristo.
Muchos años después, vosotros continuáis su legado y, como un talento precioso, lo estáis multiplicando con el mismo celo apostólico y la misma fidelidad al Evangelio. Os lo agradezco a cada uno de vosotros: directores y responsables de los Centros, médicos y trabajadores, voluntarios y amigos. Y hoy estáis aquí, junto con los pacientes, los asistidos y sus familias, para confirmar vuestro compromiso de estar cerca de los sufrimientos de las personas más frágiles, al estilo del Buen Samaritano y con el ejemplo de vuestro beato fundador. No os canséis de servir a los últimos en la difícil frontera de la enfermedad y la discapacidad: junto con las más avanzadas terapias y técnicas para el cuerpo, ofreced a los que con confianza se dirigen a vuestras estructuras las medicinas del alma, es decir, el consuelo y la ternura de Dios.
Inspirados por la atención, la delicadeza y la sensibilidad sacerdotal del beato Carlo Gnocchi, estáis llamados a conjugar el servicio social y sanitario con la acción evangelizadora en los aspectos concretos de la vida cotidiana. Para vosotros, esto significa combatir con valentía las causas del sufrimiento y curar con amor el malestar de los que sufren o están en dificultades. Los tiempos han cambiado con respecto a los de vuestro origen, pero es necesario continuar con el mismo espíritu, con la actitud y el estilo que Don Gnocchi describió de la siguiente manera: «Cristianos activos, optimistas, serenos, concretos y profundamente humanos que ya no ven al mundo como un enemigo que hay que derrotar o huir, sino como un hijo pródigo que hay que conquistar y redimir con amor» (Educación del corazón).
El significado y el valor de la profesión sanitaria y de todo servicios prestado al hermano enfermo se manifiestan plenamente en la capacidad de conjugar competencia y compasión, las dos juntas. La competencia es el fruto de vuestra preparación, de la experiencia y la actualización; y todo esto se apoya en una fuerte motivación para servir al prójimo que sufre, una motivación que en el cristiano está animada por la caridad de Cristo. La competencia es la cualidad que hace creíble el testimonio de los fieles laicos en los diferentes ambientes de la sociedad; la competencia te garantiza también cuando vas a contracorriente de la cultura dominante: en vuestro caso, cuando dedicáis tiempo y recursos a una vida frágil, aunque a alguien pueda parecerle inútil o incluso indigna de ser vivida.
Competencia y compasión. El sufrimiento de los hermanos pide ser compartido, pide actitudes e iniciativas de compasión. Se trata de «sufrir con», de compadecer como Jesús que, por amor al hombre, se hizo hombre para poder compartir plenamente, de una manera muy real, en carne y hueso, como se nos muestra en su Pasión. Una sociedad que no es capaz de acoger, proteger y dar esperanza a los que sufren es una sociedad que ha perdido la piedad, que ha perdido el sentido de humanidad.
La vasta red de centros y servicios que habéis creado en Italia y en otros países es un buen modelo porque busca combinar la asistencia, la hospitalidad y la caridad evangélica. En un contexto social que favorece la eficacia por encima de la solidaridad, vuestras estructuras son, en cambio, casas de esperanza, cuya finalidad es la protección, la valorización y el verdadero bien de los enfermos, de los discapacitados y de los ancianos.
Queridos amigos, os renuevo mi aprecio por el servicio que prestáis a quienes se encuentran en dificultades. Os animo a continuar vuestro camino en vuestro compromiso con la promoción humana, que es también una contribución indispensable a la misión evangelizadora de la Iglesia. En efecto, el anuncio del Evangelio es más creíble gracias al amor concreto con el que los discípulos de Jesús dan testimonio de su fe en Él.
¡Que el testimonio humano y cristiano del beato Don Carlo Gnocchi, caracterizado por el amor a los más débiles, guíe siempre vuestras decisiones y vuestras actividades! Que el Señor os conceda ser en todas partes mensajeros de su misericordia y su consuelo, mensajeros de su ternura, Os acompaño con mi oración y os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los que están acogidos en vuestros centros. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!
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