(ZENIT – 4 nov. 2019).- “Para el que cree no hay término medio: no se puede ser de Jesús y girar sobre sí mismos. Quien es de Jesús vive en salida hacia Él”, indicó el Papa Francisco.
Hoy, 4 de noviembre de 2019, a las 11:30 h., el Santo Padre ha presidido la Misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos durante el año.
160 pastores difuntos
En total han sido 160 pastores de la Iglesia, de los que 13 son cardenales y 147 obispos o arzobispos.
De los 13 cardenales, 5 de ellos pertenecen a diócesis o jurisdicciones de Latinoamérica o de España, como el card. Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito de Pamplona y Tudela (España); el card. José Manuel Estepa Laurens, arzobispo militar emérito de España; el card. Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo emérito de San Cristóbal de la Habana (Cuba); el card. Sergio Obeso Rivera, arzobispo emérito de Jalapa (México); y el card. José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manisales (Colombia).
Asimismo, de los 147 obispos y arzobispos, 54 formaban parte de jurisdicciones eclesiásticas de América Latina, España y Estados Unidos.
“Ir a Jesús”
El Papa comenzó su homilía declarando que “no hemos nacido para la muerte sino para la resurrección”, pues así lo recuerdan las lecturas del día y planteó: «¿Qué me sugiere la idea de la resurrección? ¿Cómo respondo a mi llamada a resucitar?”. Igualmente, a lo largo de la misma, planteó tres estímulos con vistas a la resurrección.
De este modo, remitiendo al Evangelio de Juan, Francisco expuso que la primera ayuda proviene de Jesús que manifestó: “Al que venga a mí no lo echaré afuera» (Jn 6,37) y remarcó esta invitación “ir a Jesús, el que vive, para vacunarse contra la muerte, contra el miedo a que todo termine».
Después, el Pontífice emitió una serie de preguntas que ayudan a concretarla, tales como «¿ (…) vivo yendo al Señor o doy vueltas sobre mí mismo? ¿Cuál es la dirección de mi camino? ¿Busco solo causar buena impresión, conservar mi puesto, mi tiempo, mi espacio, o voy al Señor?”.
La vida, “toda una salida”
En este sentido, el Obispo de Roma remarcó también “la vida es toda una salida: del seno materno para venir a la luz, de la infancia para entrar en la adolescencia, de la adolescencia hacia la vida adulta y así sucesivamente, hasta la salida de este mundo”.
Así, al orar por los cardenales y obispos difuntos, “que han salido de esta vida para ir al encuentro del Resucitado”, el Papa remarcó que “la salida más importante y más difícil, que da sentido a todas las demás” es “la salida de nosotros mismos”: “Solo saliendo de nosotros mismos abrimos la puerta que conduce al Señor”.
Por ello, el Papa Francisco ha exhortado a pedir esta gracia: “Señor, deseo ir a Ti, a través de los caminos y de los compañeros de viaje de cada día. Ayúdame a salir de mi mismo, para ir a tu encuentro, tú que eres la vida”.
La piedad
Como segunda reflexión en torno a la resurrección, el Papa propone el «noble gesto» de piedad de Judas Macabeo en favor de los difuntos que aparece en la primera lectura, pues son los “sentimientos de piedad los que generan un magnífico premio”.
Asimismo, añadió que si, como recuerda san Pablo “la caridad jamás tendrá fin”, esta deber ser “el puente que conecta la tierra con el cielo” e instó a preguntarnos si estamos avanzando en este puente: “¿Me dejo conmover por la situación de alguno que está en necesidad? ¿Sé llorar por el que sufre? ¿Rezo por aquellos a los que nadie recuerda? ¿Ayudo a alguno que no tiene con qué devolverme el favor?”.
Y matizó que todo esto “no es buenismo, no es caridad trivial, son preguntas de vida, cuestiones de resurrección”.
Juzgar la vida “a partir del fin”
El “tercer estímulo en vista de la resurrección” es tomado por el Santo Padre de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, quien sugiere que antes de tomar una decisión importante, nos imaginemos ante Dios al final de los días.
“Esa es la cita que no se puede posponer, el punto de llegada de todos, de todos nosotros. Entonces, cada elección de vida afrontada en esa perspectiva está bien orientada, porque más cerca de la resurrección, que es el sentido y la finalidad de la vida», describió.
Francisco agregó además que “puede ser un ejercicio útil para ver la realidad con los ojos del Señor y no solo con los nuestros; para tener una mirada proyectada hacia el futuro, hacia la resurrección, y no solo sobre el hoy que pasa; para tomar decisiones que tengan el sabor de la eternidad, el gusto del amor”.
Tres estímulos
En esta línea, propuso una serie de cuestiones: “¿Salgo de mí para ir cada día hacia el Señor? ¿Tengo sentimientos y gestos de piedad con los necesitados? ¿Tomo las decisiones importantes en la presencia de Dios?”.
Finalmente, el Papa recomendó que nos dejásemos “provocar al menos por uno de estos tres estímulos”, pues “estaremos más en sintonía con el deseo de Jesús en el Evangelio de hoy: no perder nada de lo que el Padre le ha dado. Entre las tantas voces del mundo que nos hacen perder el sentido de la existencia, sintonicemos con la voluntad de Jesús, resucitado y vivo: haremos del hoy que vivimos un amanecer de resurrección”.
A continuación exponemos la homilía completa del Papa Francisco.
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Homilía del Santo Padre
Las lecturas que hemos escuchado nos recuerdan que hemos venido al mundo para resucitar: no hemos nacido para la muerte, sino para la resurrección. Como escribe en la segunda lectura san Pablo, ya desde ahora «somos ciudadanos del cielo» (Flp 3,20) y, como dice Jesús en el Evangelio, resucitaremos en el último día (cf. Jn 6,40). Y es también la idea de la resurrección la que sugiere a Judas Macabeo en la primera lectura una obra de gran rectitud y nobleza (2M 12,43). También hoy nosotros podemos preguntarnos: ¿Qué me sugiere la idea de la resurrección? ¿Cómo respondo a mi llamada a resucitar?
Una primera indicación nos la ofrece Jesús, que en el Evangelio de hoy dice: «Al que venga a mí no lo echaré afuera» (Jn 6,37). Esta es su invitación: «Venid a mí» (Mt 11,28). Ir a Jesús, el que vive, para vacunarse contra la muerte, contra el miedo a que todo termine. Ir a Jesús: puede parecer una exhortación espiritual obvia y genérica. Pero probemos a hacerla concreta, haciéndonos preguntas como estas: Hoy, en el trabajo que he tenido entre manos en la oficina, ¿me he acercado al Señor? ¿Lo he convertido en ocasión de diálogo con Él? ¿Y con las personas que he encontrado, he acudido a Jesús, las he llevado a Él en la oración? ¿O he hecho todo más bien encerrándome en mis pensamientos, alegrándome solo de lo que me salía bien y lamentándome de lo que me salía mal? ¿En definitiva, vivo yendo al Señor o doy vueltas sobre mí mismo? ¿Cuál es la dirección de mi camino? ¿Busco solo causar buena impresión, conservar mi puesto, mi tiempo, mi espacio, o voy al Señor?
La frase de Jesús es desconcertante: El que viene a mí no lo echaré afuera. Está afirmando la expulsión del cristiano que no va a Él. Para el que cree no hay término medio: no se puede ser de Jesús y girar sobre sí mismos. Quien es de Jesús vive en salida hacia Él.
La vida es toda una salida: del seno materno para venir a la luz, de la infancia para entrar en la adolescencia, de la adolescencia hacia la vida adulta y así sucesivamente, hasta la salida de este mundo. Hoy, mientras rezamos por nuestros hermanos Cardenales y Obispos, que han salido de esta vida para ir al encuentro del Resucitado, no podemos olvidar la salida más importante y más difícil, que da sentido a todas las demás: la de nosotros mismos. Sólo saliendo de nosotros mismos abrimos la puerta que lleva al Señor. Pidamos esa gracia: “Señor, deseo ir a Ti, a través de los caminos y de los compañeros de viaje de cada día. Ayúdame a salir de mi mismo, para ir a tu encuentro, tú que eres la vida”.
Quiera expresar una segunda idea, referida a la resurrección, tomada de la primera Lectura, del noble gesto realizado por Judas Macabeo por los difuntos. Allí está escrito que él lo hizo porque consideraba «que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio» (2M 12,45). Es decir, son los sentimientos de piedad los que generan un magnífico premio. La piedad hacia los demás abre de par en par las puertas de la eternidad. Inclinarse sobre los necesitados para servirlos es entrar en la antesala del paraíso. Si, como recuerda san Pablo, «la caridad no pasa nunca» (1 Co 13,8), entonces ella es precisamente el puente que une la tierra al cielo. Podemos así preguntarnos si estamos avanzando sobre este puente: ¿me dejo conmover por la situación de alguno que está en necesidad? ¿Sé llorar por el que sufre? ¿Rezo por aquellos a los que nadie recuerda? ¿Ayudo a alguno que no tiene con qué devolverme el favor? No es buenismo, no es caridad trivial, son preguntas de vida, cuestiones de resurrección.
Finalmente, un tercer estímulo en vista de la resurrección. Lo tomo de los Ejercicios Espirituales, en los que san Ignacio sugiere que, antes de tomar una decisión importante, hay que imaginarse en la presencia de Dios al final de los tiempos. Esa es la cita que no se puede posponer, el punto de llegada de todos, de todos nosotros. Entonces, cada elección de vida afrontada en esa perspectiva está bien orientada, porque más cerca de la resurrección, que es el sentido y la finalidad de la vida. Igual que el momento de salir se calcula por el lugar de llegada, igual que la semilla se juzga por la cosecha, así la vida se juzga bien a partir de su final, de su fin. San Ignacio escribe: «Considerando cómo me hallaré el día del juicio, pensar cómo entonces querría haber deliberado acerca la cosa presente; y la regla que entonces querría haber tenido, tomarla agora» (Ejercicios Espirituales, 187). Puede ser un ejercicio útil para ver la realidad con los ojos del Señor y no solo con los nuestros; para tener una mirada proyectada hacia el futuro, hacia la resurrección, y no sólo sobre el hoy que pasa; para tomar decisiones que tengan el sabor de la eternidad, el gusto del amor.
¿Salgo de mí para ir cada día hacia el Señor? ¿Tengo sentimientos y gestos de piedad con los necesitados? ¿Tomo las decisiones importantes en la presencia de Dios? Dejémonos provocar al menos por uno de estos tres estímulos. Estaremos más en sintonía con el deseo de Jesús en el Evangelio de hoy: no perder nada de cuanto el Padre le ha dado (cf. Jn 6,39). En medio de tantas voces del mundo que nos hacen perder el sentido de la existencia, sintonicémonos con la voluntad de Jesús, resucitado y vivo: haremos del momento presente un alba de resurrección.
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