Eucaristía © Cathopic

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Monseñor Felipe Arizmendi: «Celibato y Sínodo Amazónico»

«Sin Eucaristía no se puede vivir»

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

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De entre los que poco conocen los procesos en nuestra Iglesia, unos están preocupados por la propuesta del reciente Sínodo para la Amazonía de poder ordenar sacerdotes a hombres casados, y otros la celebran, porque dicen que es el inicio de la abolición del celibato para los sacerdotes de rito latino. Analicemos esto.

El documento final de dicho Sínodo, en su propuesta 111, dice: “Considerando que la legítima diversidad no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la manifiesta y sirve, lo que da testimonio de la pluralidad de ritos y disciplinas existentes, proponemos establecer criterios y disposiciones de parte de la autoridad competente, en el marco de la Lumen Gentium 26, de ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica. A este respecto, algunos se pronunciaron por un abordaje universal del tema”

Esta propuesta es la que menos consenso logró entre los padres sinodales. De un total de 181, sólo 128 la aprobaron; 41 votaron en contra y 12 se abstuvieron. Como sólo es una propuesta, corresponde al Papa Francisco aceptarla, rechazarla, o pedir que se haga un estudio más detenido del asunto. Hasta el momento nada está definido.

La propuesta, en caso de ser aceptada por el Papa, no tendría valor universal, sino sólo para esa región amazónica. Si alguien se imagina que, aceptándola, se abriría el camino en todo el mundo, no necesariamente sería así. Desde tiempos de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, se han hecho excepciones para casos determinados, y no por ello se ha abolido el celibato obligatorio.

Si otros insisten en que es necesario abolir esta ley para que no haya más sacerdotes pederastas, no saben lo que dicen, pues hay muchísimos más casos de ese delito en la propia familia, en el magisterio y en otros ambientes.

Por otra parte, algunos, incluso obispos, han afirmado que el celibato es inconcebible en las culturas indígenas, pues en ellas sólo a casados se confían cargos importantes en la comunidad. Eso se podría afirmar quizá hace años; hoy todo ha cambiado: también solteros indígenas reciben cargos en sus comunidades. Además, los indígenas nos aprecian y nos respetan mucho también por nuestro celibato, pues estamos totalmente consagrados a Dios y a ellos.

Jesús afirmó que nadie comprende la renuncia al matrimonio por el Reino de Dios, si no es por gracia, por un regalo especial de Dios. El celibato era incomprensible para judíos, griegos y romanos, como lo es hoy para italianos, españoles, franceses, alemanes, chinos, japoneses, mexicanos, etc. Yo ordené a quince sacerdotes indígenas y nadie se opuso al celibato, ni alegó obstáculos culturales. Entre los más de 60 seminaristas que teníamos, la mayoría indígenas, nadie me pidió exentarlo de esa norma. De los más de 400 diáconos permanentes, todos casados, nadie solicitó ser ordenado sacerdote. Los indígenas tienen los problemas normales que tenemos los demás en este asunto. No faltan casos de sacerdotes indígenas que sean infieles a esta consagración voluntaria, pero no son más que los de culturas no indígenas.

El sacerdote salesiano Justino Sarmento Rezende, indígena brasileño de la etnia tuyuka, a quien conozco y aprecio, participante en el reciente Sínodo, en una de las oficiales ruedas de prensa, a pesar de tener junto a sí a un obispo brasileño que sostiene lo contrario, afirmó con toda claridad: “El celibato es una virtud que puede ser vivida por cualquier persona, hombre o mujer. El día que yo pensara que vivir el celibato no es para mí, yo dejaría el sacerdocio. Ninguno de nosotros que estamos aquí, ni yo ni ustedes, estamos preparados para vivir el celibato; es un don de Dios. Personas de cualquier cultura que existe en el mundo pueden conseguir vivir el celibato desde el momento en que libremente, no forzadamente, se diga: ‘yo quiero asumir ese estilo de vida’. Lo digo por mi propia experiencia. Mi madre no me dijo: ‘vas a ser sacerdote; vive el celibato’. Por el contrario, cuando entré en el seminario, ella lloró, porque quería tener un hijo casado para tener la alegría de criar a sus nietos. Mi abuelo, que era maestro de grandes ceremonias tuyuka también me dijo: ‘Ser sacerdote no es para nosotros, los tuyuka. ¿De dónde has sacado esa idea?’. Para nosotros, también para mí, los únicos capaces de ser sacerdotes eran los blancos, y no nosotros. Cuando los indígenas nos hacemos sacerdotes entonces llegan las preguntas, o dudas. Se dice: los indígenas tienen mucha dificultad para vivir el celibato. Sí, yo tengo problemas, porque soy una persona normal. Sin embargo, el celibato es una virtud que puede ser vivida por cualquier persona, hombre o mujer”. ¡Bravo! ¡Qué gran testimonio!

PENSAR

Al respecto, dice Jesús: «No todos pueden comprender esta enseñanza, sino solo aquellos a quienes Dios se lo concede. Pues hay algunos que no se casan porque nacieron incapacitados desde el vientre de su madre, hay otros que fueron incapacitados por los hombres, pero hay algunos que han elegido no casarse por causa del Reino de los cielos. ¡Quien pueda aceptar esto, que lo acepte!» (Mt 19,11-12).

Sin embargo, Jesús también afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo… Les aseguro que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,51-54).

Sin Eucaristía, no se puede vivir, no se puede construir una comunidad cristiana. Y para que haya este alimento de vida eterna, se requieren sacerdotes. El celibato es preciosísimo y no se debe perder; pero es más importante la Eucaristía. Si la única forma de que haya Eucaristía es que se ordenen sacerdotes a hombres casados, primero está la Eucaristía. Sin celibato se puede vivir; sin Eucaristía no se puede vivir.

Sin embargo, nuestra experiencia en la selva chiapaneca me inclina a opinar que no hace falta dar ese paso, sino promover más las vocaciones celibatarias, ordenar indígenas casados como diáconos permanentes y nombrar más ministras y ministros extraordinarios de la Comunión. Con pocos sacerdotes, se puede alimentar eucarísticamente a las comunidades. Pero advirtamos que la región amazónica tiene limitaciones que entre nosotros se han superado.

Yo no estoy de acuerdo con esa propuesta del Sínodo. Insisto en que antes se debe promover más el diaconado permanente entre los indígenas, con una adecuada formación; ellos presidirían la vida de las comunidades y las alimentarían con la Palabra y la Eucaristía, trayendo a su comunidad las hostias que haya consagrado un sacerdote en un lugar cercano. Además, el Papa podría pedir a diócesis, conferencias episcopales y congregaciones religiosas que enviaran personal misionero a la Amazonía, aunque no es fácil que algunos clérigos se animen a dejar su vida cómoda en las ciudades y su lamentable aburguesamiento, para ir a desgastar su vida en la selva. ¡Es un servicio que vale la pena!

ACTUAR

Oremos al Espíritu Santo, para que ilumine al Papa y se tomen las decisiones más pertinentes, teniendo en cuenta que la salvación de las almas es la suprema ley.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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