(ZENIT – 4 dic. 2019).- La death by donation (muerte por donación) transgrede una arraigada norma médica que prohíbe obtener órganos para donación hasta que el donante sea declarado muerto, por lo que esta práctica debería ser considerada en el momento actual como un homicidio por terminar con una vida humana.
Se ha publicado en Intensive Care Medicine, un interesante y a la vez altamente preocupante artículo, en el que se plantea la obtención de órganos para trasplantes de personas que puedan desear la eutanasia o el suicidio asistido, y que en vez de conseguir su objetivo por la vía habitual, admiten ser operados en un quirófano para que les extraigan los órganos estando aún vivos. A esto se ha denominado “death by donación”, muerte por donación, es decir, que dichas personas mueren al extraerles los órganos.
El tema se plantea ante la escasez de órganos para trasplantes en la mayoría de los países desarrollados, lo que hace que se generen importantes listas de espera de pacientes que requieren un trasplante.
Ante este problema, en el artículo que se comenta, se manifiesta que una solución para estos pacientes, puede ser acudir al “mercado negro” de países subdesarrollados; pero hay otras opciones, como puede ser obtenerlos de una persona viva que desea morir y que se ofrece a donar sus órganos en el mismo acto quirúrgico que le propicia la muerte.
En diversas conferencias médicas internacionales, celebradas en 2018-2019, se ha debatido a cerca de la “donation after death”, que parece se está practicando ya en países como Canadá o el Benelux, en los que la eutanasia o el suicidio asistido están legalizados.
Según los autores la denominada Imminent death donation hace referencia a pacientes terminales que solicitan la eutanasia y que están dispuestos a donar sus órganos, en cambio en la “death by donation” se pueden incluir voluntarios que no padecen ninguna enfermedad, es decir, personas sanas que quieren suicidarse.
El principal problema bioético que se plantea es que en la death by donation se transgrede una arraigada norma médica que prohíbe obtener órganos para donación hasta que el donante sea declarado muerto, por lo que la “death by donation” debería ser considerada en el momento actual como un homicidio por terminar con una vida humana, aunque sea para un fin aparentemente bueno, como puede ser obtener órganos para donación.
Además de todo ello, y al atribuir responsabilidades éticas a los que participan en estos actos, hay que tener en cuenta que en las prácticas eutanásicas o en el suicidio asistido solo es necesario que intervenga un facultativo, mientras que en la death by donation «se requiere un equipo completo de profesionales médicos». Por lo que cabe preguntarse ¿deberían todos los profesionales manifestar su consentimiento para participar en ese acto médico claramente homicida? Y además, ¿el receptor de los órganos debería expresar también su consentimiento a recibir órganos de una persona viva que se ofrece a morir para que puedan extraer sus órganos?
Ciertamente es un paso más en la enloquecida carrera de terminar con vidas humanas, pues la death by donation es un acto homicida, como a nuestro juicio también lo es la eutanasia, especialmente si, como se atestigua en otro artículo del New England Journal Medicine (cita 16 del artículo), de las 3882 muertes por eutanasia o suicidio asistido realizadas en Holanda y Bélgica, en el año 2013, 1047 (27%) se llevaron a cabo sin ser solicitadas por los enfermos, y consecuentemente sin su consentimiento.
Justo Aznar
Observatorio de Bioética
Universidad Católica de Valencia