(ZENIT – 16 dic. 2019).- El pasado viernes, 13 de diciembre de 2019, el Papa Francisco presentó los 5 volúmenes de Escritos del jesuita Miguel Ángel Fiorito, padre espiritual del Pontífice, en la Casa General de la Compañía de Jesús.
Se trata de una obra editada por el padre José Luis Narvaja y publicada por Civiltà Cattolica.
Durante la presentación, celebrada el día del 50 aniversario del sacerdocio del Santo Padre, también intervinieron el padre Arturo Sosa, prepósito General de la Compañía de Jesús, el padre Antonio Spadaro, director de la revista Civiltà Cattolica y José Luis Narvaja, colaborador de redacción en dicha revista.
Gratitud
En el prólogo de los escritos, indica Vatican News, Francisco describe que los escritos de Fiorito constituyen un “motivo de consuelo para nosotros, sus discípulos” y que “harán mucho bien a todas la Iglesia”.
En esta línea, el Papa orientó su discurso a “hacer un comentario”, “pensar junto con Fiorito y Narvaja, sobre algunas cosas que me han hecho bien y pueden ayudar a otros», expresando su gratitud por lo recibido de los formadores de la Compañía de Jesús.
Como discípulo ahora convertido en maestro, el Pontífice transmitió, el “tesoro espiritual” que recibió del sacerdote, destacando que este estaría contento porque «el verdadero maestro en el sentido evangélico está feliz de que sus discípulos también se conviertan en maestros».
“Maestro del diálogo”
El Obispo de Roma definió al padre Fiorito como el «maestro del diálogo», «hablaba poco pero tenía una gran capacidad de escucha» en la que maduraba el «discernimiento» y realizó un repaso histórico por su trayectoria.
En concreto, hizo referencia al contexto de Argentina después del Concilio Vaticano II. El padre Fiorito y Jorge Mario Bergoglio se conocieron en el campus universitario de Buenos Aires, antes de que este último se ordenase (1969) y se convirtiese en provincial de la Compañía de Jesús. El sacerdote jesuita, por su parte, era decano y profesor de la Facultad Massimo en San Miguel y luego rector de la Universidad de San Salvador.
“Tres gracias”
En 1961, ambos se encuentran y el padre Ángel se convierte en director espiritual de Jorge Bergoglio. Desde ese momento, el Obispo de Roma confiesa que ganó confianza con autores como Guardini, Hugo Rahner y Fessard.
Para el Papa, Rahner marcó «lo que en el Pontificado se refiere al discernimiento y al acompañamiento espiritual» y puso “tres gracias” en el alma del maestro y de otras personas: El del «magis ignaciano”, que era el sello y el alcance del alma de Ignacio y del límite sin límites de sus aspiraciones; el del discernimiento de espíritus, que permitió al santo canalizar tanto poder sin experimentos inútiles y sin tropezar y el de las discretas charitas, que surgieron así en el alma de Ignacio como una contribución personal a la lucha continua entre Cristo y Satanás.
«Discernimiento» y «profecía»
1983 constituye otro momento fundamental en el legado de Fiorito, en el que se definen conceptos como «espiritual» y «espiritualidad», como «paternidad y maternidad espiritual y lo que conllevan», expuso el Papa Francisco, y que van más allá de las interpretaciones reduccionistas difundidas hoy.
El carisma del hombre espiritual extraído de Orígenes es el de «’discernimiento’ y de ‘profecía’ en el sentido de comunicar bien las gracias del Señor que se experimentan en la vida», agregó.
Don de las lágrimas y del bostezo
El Santo Padre, también se refirió a la última reunión con el padre Ángel, en agosto de 2005, «un momento inolvidable en el que estaba enfermo y era incapaz de hablar» y en el que «solo miraba, intensamente, y lloraba con lágrimas tranquilas».
En esta línea remarcó que el maestro jesuita «tenía el don de las lágrimas, que es una expresión de consuelo espiritual», «un pequeño signo tangible, como decía San Benito, de la dulzura de Dios».
Además, el sacerdote tenía don de «bostezo”, recordó el Papa: «Cuando le abrías tu conciencia, a veces el Maestro comenzaba a bostezar. Lo hacía abiertamente, sin ocultarlo. Pero no era que se estuviera aburriendo, simplemente le venían las ganas y decía que servía para ‘sacarte del mal espíritu’. Y así se justificaba. Y expandiendo el alma contagiosamente, como hace el bostezo físico, tenía también ese efecto en el nivel espiritual».
Munus docendi
Después, Francisco aludió al título de estos escritos, Maestro del diálogo, subrayando este calificativo en el sentido “jesuita” de tercer instructor de prueba o de la última etapa de la formación jesuita, pero sobre todo como excelente ejecutor de su munus docendi (misión de anunciar y enseñar la palabra de Dios)”.
No solo transmitió el contenido de las enseñanzas del Señor «en su pureza e integridad», sino que hizo de tal modo que los que los que las recibieron se convirtieron en discípulos, seguidores de Jesús, misioneros, libres y apasionados por el anuncio, explicó.
Además, con respecto a la figura de su «buen maestro», destacó que se encontraba «siempre buscando los signos de los tiempos y atento a lo que el Espíritu le dice a la Iglesia». Como pastor, «te respetaba», «no exhortaba», «no era celoso», «no emitía ningún juicio» y «tenía mucha paciencia», expuso.
“Quedarse al margen”
En el “acompañamieto espiritual”, describe el Papa, el estilo de Fiorito era un «quedarse al margen», cuando «le contabas tus cosas», no porque no le interesara, sino para «dar espacio a la escucha» para que todos se sintieran libres de hablar sin juicios ni exhortaciones.
No obstante, al mismo tiempo, esta era una «actitud de dominio hacia los conflictos, una forma de distanciarse» para no perder la objetividad.
En definitiva, era un modo de saber cómo «mantenerse en paz», de manera que era el Señor, y no una exhortación personal, a «mover» o «sacudir» al otro, «disponerlo de la mejor manera».
“Farmacéutico de almas”
La segunda característica del padre Ángel, según el Pontífice, era que se trataba de un maestro que no exhortaba, sino que escuchaba en silencio y luego, extraía de su biblioteca un folleto, material sobre el que él mismo había hecho discernimiento y lo entregaba, como un «remedio para el alma».
Así, para él, Fiorito se parecía a un sabio farmacéutico de almas, pero «fue más que eso, porque Fiorito no era un confesor».
Dar “flores y frutos”
Por último, el Obispo de Roma señaló que en su vida y en la de otros jesuitas el padre Ángel es el indicado en el Salmo 1, el árbol plantado a lo largo de las corrientes de agua: «Al igual que este árbol de la Escritura, Fiorito sabía cómo dejarse encerrar en el espacio mínimo de su papel en el Colegio Máximo de San José, en San Miguel, Argentina, y allí echó raíces y dio flores y frutos, como su nombre lo expresa bien, ‘Florecido’, en los corazones de nosotros discípulos de la Escuela de Ejercicios».
«Espero que ahora, gracias a esta magnífica edición de sus Escritos, arraigue y dé flores y frutos en la vida de tantas personas que se nutren con la misma gracia que recibió y pudo comunicarse discretamente dando y comentando sobre los Ejercicios Espirituales», concluyó.