(zenit – 21 junio 2020).- A las 12 del mediodía de este domingo, 21 de junio de 2020, el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Vaticano Apostólico para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Mateo 10, 26-33) recoge la invitación que Jesús dirige a sus discípulos a no tener miedo, a ser fuertes y confiados ante los desafíos de la vida, advirtiéndoles de las adversidades que les esperan. El pasaje de hoy forma parte del discurso misionero con el que el Maestro prepara a los Apóstoles para la primera experiencia de proclamar el Reino de Dios. Les insta con insistencia a “no tener miedo”, y Jesús describe tres situaciones concretas a las que se enfrentarán.
En primer lugar, la hostilidad de los que quieren silenciar la Palabra de Dios, edulcorándola o silenciando a los que la anuncian. En este caso, Jesús anima a los Apóstoles a difundir el mensaje de salvación que Él les ha confiado. Por el momento, Él lo ha transmitido con cautela, casi en secreto al pequeño grupo. Pero tendrán que llevar “a la luz”, es decir, abiertamente, y anunciar “desde las azoteas”, esto es, públicamente, su Evangelio.
La segunda dificultad con la que se encontrarán los misioneros de Cristo es la amenaza física en su contra, o sea, la persecución directa de su pueblo, incluso hasta el punto de que los maten. Esta profecía de Jesús se ha cumplido en todo momento: es una realidad dolorosa, pero atestigua la fidelidad de los testigos. ¡Cuántos cristianos son perseguidos aún hoy en día en todo el mundo! Si sufren por el Evangelio y con amor, son los mártires de nuestro día y podemos decir con seguridad que son más que los mártires de los primeros tiempos, tantos mártires solamente por ser cristianos. A estos discípulos de ayer y de hoy que sufren la persecución, Jesús les recomienda: “no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (v. 28). No hay que temer a los que intentan extinguir el poder de la evangelización mediante la arrogancia y la violencia. De hecho, no pueden hacer nada contra el alma, es decir, contra la comunión con Dios: nadie puede quitársela a los discípulos, porque es un regalo de Dios. El único amor que debe tener el discípulo es el de perder este don divino, renunciando a vivir según el Evangelio y procurándose así la muerte moral, que es el efecto del pecado.
El tercer tipo de desafío al que los Apóstoles deberán enfrentarse lo identifica Jesús en el sentimiento, que algunos experimentarán, de que el mismo Dios los ha abandonado, permaneciendo distante y en silencio. También en este caso nos exhorta a no tener miedo, porque, aunque pasemos por estos y otros escollos, la vida de los discípulos está firmemente en manos de Dios, que nos ama y nos cuida. Son como las tres tentaciones, edulcorar el Evangelio, aguarlo, segunda la persecución y tercera, la sensación de que Dios nos ha dejado solos. Jesús sufrió esta prueba en el huerto de los olivos, en la cruz: “¡Padre, por qué me has abandonado!”, dijo Jesús. Cuantas veces se siente esta aridez espiritual, pero no tenemos que tener miedo. El Padre nos cuida porque nuestro valor es grande a sus ojos. Lo importante es la franqueza del testimonio de fe: “reconocer a Jesús ante los hombres”, seguir adelante haciendo el bien.
Que María Santísima, modelo de confianza y abandono en Dios en momentos de adversidad y peligro, nos ayude a no ceder nunca al desánimo, sino a confiarnos siempre a Él y a su gracia, que siempre es más poderosa que el mal.
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