Secuelas de la COVID-19

Mascarillas para prevenir el coronavirus (C) Pxhere

Las secuelas de la COVID-19: Dilemas bioéticos

Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia

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(zenit – 25 junio 2020).- La comunidad científica debe revisar en profundidad, con datos objetivos sobre la mesa y firme voluntad de aproximarse a la verdad de lo sucedido, los procedimientos y medios empleados en el abordaje de la pandemia, para mitigar las nefastas consecuencias de los errores y omisiones cometidos y tratar de que no se repitan en el futuro.

El transcurso del tiempo, la reducción de la gravedad de la situación en los países del primer mundo, el acumulo de datos todavía no bien evaluados y la perspectiva de la evolución de todo lo acaecido, ofrecen nuevas posibilidades de análisis de la crisis más grave relacionada con la salud global de la historia reciente.

Los problemas en la contención de la pandemia en Asia, Europa y Norteamérica, generan dudas sobre la oportunidad de las medidas adoptadas, muchas de ellas tomadas desde la improvisación o, directamente, desde la ignorancia o el error.

La reciente publicación de los resultados fallidos de la hidroxicloroquina en el tratamiento de la enfermedad, las secuelas no bien establecidas de los tratamientos más agresivos con medicación antirretroviral o de soporte vital, que abarcan problemas neurológicos, circulatorios, renales, cardiacos, etc., provocan que la comunidad científica deba revisar en profundidad, con datos objetivos sobre la mesa y firme voluntad de aproximarse a la verdad de lo sucedido, los procedimientos y medios empleados en el abordaje de la pandemia, para mitigar las nefastas consecuencias de los errores y omisiones cometidos y tratar de que no se repitan en el futuro.

El primero de los aspectos conflictivos es el del tratamiento epidemiológico de la enfermedad. Los erráticos movimientos de la OMS en los primeros momentos de su evolución comprometieron seriamente la eficacia de las medidas que los distintos gobiernos fueron adoptando, y que, a la larga, se mostraron ineficaces en muchos casos, con enormes costos en vidas humanas, empobrecimiento social y secuelas físicas y psicológicas en los afectados y su entorno.

Los titubeos en la declaración de la pandemia, la tardanza en las propuestas de medidas de intervención, los errores en las indicaciones sobre el uso de las mascarillas faciales de protección individual o la necesidad de realizar previsiones en el acopio de equipos de protección individual y medios de diagnóstico y tratamiento, han demostrado que los parámetros epidemiológicos que se emplean para evitar que situaciones como la actual lleguen a producirse, no han funcionado suficientemente por obsoletos, inadecuados, insuficientes, equivocados o imprecisos.

El reiterado recurso a la “opinión de los expertos” se ha mostrado poco fiable y eficaz, cuando estas opiniones han cambiado con ligereza, errando, llegando tarde o ignorando la magnitud real del problema hasta que lo testarudo de la evidencia así lo ha demostrado, con las imágenes de servicios hospitalarios desbordados o cadáveres hacinados.

La ineficacia de la cascada de medidas adoptadas desde la improvisación y el temor a sus consecuencias sociales o políticas ha forzado a muchos gobiernos, como el español, a adoptar drásticas medidas de control social, con supresión de derechos y libertades, confinamientos masivos y paralización de la vida social y económica.

La tardanza y desacierto en la toma de decisiones oportunas y proporcionadas, ha generado una inercia en la adopción de otras que ahora resultan difíciles de manejar. De la no conveniencia en el uso de mascarillas, hemos pasado a la extensión obligatoria de su uso sine die. De la tardanza en la toma de medidas de distanciamiento social, con el mantenimiento de eventos multitudinarios bien entrados en la pandemia, a la imposición de nuevos distanciamientos de “longitud variable” – 1 metro, metro y medio, dos metros…- sin fecha de caducidad.

El caso español, además de por las altas cifras de mortalidad, es especialmente triste en cuanto a dos cuestiones: la protección de los sanitarios implicados en el control de la pandemia y el manejo de los datos epidemiológicos, que digerimos diariamente entre el asombro, la sorpresa, el desconcierto o la indignación.

La insuficiencia en la provisión de equipos de protección individual para el personal sanitario ha provocado que sean los españoles los sanitarios más afectados por la enfermedad. Alguien debe tomar nota de qué no volver a hacer y qué decisiones tomar, pronto y decididamente, en el futuro. Aún hoy, los diagnósticos a los posibles afectados son escandalosamente insuficientes, evitándose test de diagnóstico en muchas ocasiones, e impidiendo así la localización de los infectados y su aislamiento. La ineficacia en la detección de los casos mediante test diagnósticos insuficientes obliga a adoptar medidas de aislamiento generalizado y agresivo ante la imposibilidad de localizarlos y actuar sobre su entorno. Sin embargo, este extremo es negado sistemáticamente por medios ofíciales que insisten en que los métodos diagnósticos empleados son suficientes.

La segunda cuestión es la triste incapacidad de manejar los datos epidemiológicos de la enfermedad con un mínimo de rigor y coherencia. Nos hemos acostumbrado ya a cifras absurdas y contradictorias, que no parecen preocupar mucho a quienes las publican pero que indignan a clínicos y científicos, junto a la población bienpensante. Parece que la vieja máxima de Joseph Goebbels “repite muchas veces una mentira, al final se convertirá en una verdad”, está cumpliéndose en amplios sectores sociales que engullen sin digerir la cascada de contradicciones sobre fallecidos, infectados, y diagnosticados, imposibles de interpretar con un mínimo de fiabilidad.

Esta lamentable desinformación puede deberse a incapacidad técnica del sistema o quien lo interpreta, o a una deliberada tergiversación de los datos, que persigue obtener réditos políticos o minimizar las secuelas y efectos colaterales que el drama epidémico pueda ocasionarles.

Por último, las consecuencias sociales y económicas son las que ganan protagonismo a partir de ahora. Las cifras de parados, la paralización de la economía, la manifiesta dependencia de la economía global, y los síndromes post-traumáticos en todo el tejido social amenazan con oscuros horizontes de empobrecimiento, que están forzando a los gobiernos a levantar apresuradamente las drásticas medidas de aislamiento que han tenido que adoptarse para tratar de paliar la ineficacia y tardanza en la actuación inicial.

Un reciente artículo publicado en la prestigiosa revista BMJ alerta del riesgo de adoptar ahora medidas para salir del bloqueo social y económico en ausencia de una vacuna o tratamiento efectivo. Afirma el artículo que solo la realización de pruebas en masa, el rastreo de contactos y su aislamiento, hará que sea seguro salir del bloqueo. Son necesarios datos fiables de prevalencia para la adopción de medidas ajustadas a las necesidades reales.

De nuevo, la seriedad en el abordaje científico resulta clave para la protección de la salud y la dignidad de las personas. La urgencia actual en África y Sudamérica, con la pandemia en plena expansión, constituye una deuda moral para todos aquellos que, con más medios y experiencia, pueden enmendarse ofreciéndoles su asesoramiento y recursos.  ¿Aprenderemos de nuestros errores? ¿Podremos identificarlos y reconocerlos finalmente, para no volver a cometerlos? ¿Podrán beneficiarse los países del tercer mundo de las lecciones aprendidas y las conquistas ganadas? Quizá sea este el rostro positivo que toda crisis entraña, la superación y la solidaridad.

 

Julio Tudela

Observatorio de Bioética

Universidad Católica de Valencia

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