Por: P. Fernando Pascual, L.C.
Durante el pontificado de Benedicto XVI (2005-2013) no hubo ninguna importante ocasión para recordar a Dante, el famoso poeta florentino. Antes de ser Papa, Joseph Ratzinger mostró su aprecio por Dante, lo cual quedó plasmado en algunos pasajes de su obra “Introducción al cristianismo”.
Ya siendo Papa, un discurso del 23 de enero de 2006, dirigido a los participantes en un congreso llevado a cabo por el consejo pontificio “Cor Unum”, ofrece algunas ideas más elaboradas, que ahora presentamos.
En los momentos iniciales del discurso, Benedicto XVI califica la “Divina Comedia” como una “excursión cósmica”, que “termina ante la Luz perenne que es Dios mismo, ante la Luz que es a la vez ‘el amor que mueve el sol y las demás estrellas’ (Paraíso, XXXIII, v. 145)”.
En seguida, se ponen en relación los términos “luz” y “amor”, que serían la misma cosa. “Son la fuerza creadora primordial que mueve el universo. Aunque estas palabras del Paraíso de Dante reflejan el pensamiento de Aristóteles, que veía en el eros la fuerza que mueve el mundo, la mirada de Dante vislumbra algo totalmente nuevo e inimaginable para el filósofo griego. No solo que la Luz eterna se presenta en tres círculos a los que él se dirige con los densos versos que conocemos: ‘Oh Luz eterna, que en ti solamente resides, que sola te comprendes, y que siendo por ti a la vez inteligente y entendida, te amas y te complaces en ti misma’ (Paraíso, XXXIII, vv. 124-126)”.
El Papa añade que hay algo más conmovedor que el conocer, gracias a la revelación, a Dios como Trinidad, como un círculo “de conocimiento y amor”. Se trata de percibir “un rostro humano, el rostro de Jesucristo, que se le presenta a Dante en el círculo central de la Luz. Dios, Luz infinita, cuyo misterio inconmensurable el filósofo griego había intuido, este Dios tiene un rostro humano y, podemos añadir, un corazón humano”.
De esta manera, sigue Benedicto XVI, la “visión de Dante muestra, por una parte, la continuidad entre la fe cristiana en Dios y la búsqueda realizada por la razón y por el mundo de las religiones; pero, al mismo tiempo, destaca también la novedad que supera toda búsqueda humana, la novedad que solo Dios mismo podía revelarnos: la novedad de un amor que ha impulsado a Dios a asumir un rostro humano, más aún, a asumir carne y sangre, el ser humano entero. El eros de Dios no es solo una fuerza cósmica primordial; es amor, que ha creado al hombre y se inclina hacia él, como se inclinó el buen samaritano hacia el hombre herido y despojado, tendido al borde del camino que bajaba de Jerusalén a Jericó”.
En este momento del discurso, Benedicto XVI tiende un puente entre ideas de Dante y su encíclica sobre el amor, “Deus caritas est”, en la que buscaba “expresar, para nuestro tiempo y para nuestra existencia, algo de lo que Dante, en su visión, sintetizó de modo audaz. Narra una ‘visión’ que se ‘reforzaba’ mientras él la contemplaba y que lo transformaba interiormente (cf. Paraíso, XXXIII, vv. 112-114). Se trata precisamente de que la fe se convierta en una visión-comprensión que nos transforme. Yo deseaba destacar la centralidad de la fe en Dios, en el Dios que asumió un rostro humano y un corazón humano. La fe no es una teoría que se puede seguir o abandonar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida”.
Dante, según este importante discurso del Papa Ratzinger, muestra cómo la fe cristiana enriquece la búsqueda racional del hombre, al descubrir el rostro humano de Dios en Cristo, y así acceder al motivo que explica la acción creadora y redentora de quien es Amor y atrae hacia Sí a todos los seres.