Desde hace muchos años, una de las secciones más conocidas de la British Broadcasting Corporation, la así llamada BBC, es el “pensamiento del día” que se transmite desde su estación de radio. En ella se hacen comentarios de actualidad, se abordan de forma también espiritual algunos temas e incluso ha habido comentaristas que tratan asuntos filosóficos de modo puntual y práctico.
El invitado para el episodio del 29 de octubre fue, nada menos, el Papa Francisco. Contra la praxis habitual del segmento el Santo Padre habló durante más de 20 minutos. Es cierto que no es una novedad que un clérigo católico hable desde los micrófonos de la BBC, y más concretamente desde estos del “Thought for the Day”, pero sí lo es en absoluto que un Papa lo haga y que sobrepase el promedio de los 10 minutos habituales.
En la historia de la relación medios de comunicación e Iglesia católica los papás han tenido una muy buena complicidad. Fue un Papa el que casi estrenó la radio: era un 12 de febrero de 1931 y el Papa Pío XII estrenaba el inventó atribuido al italiano Guillermo Marconi. Por aquel entonces el Santo Padre se dirigió en latín al mundo. Y a decir verdad fueron más bien pocos los que entendieron. Hubo que acudir a la prensa que tradujo después el mensaje.
Algo similar debió suceder a los británicos pues el Papa Francisco les habló en italiano por un medio no susceptible de traducciones simultáneas si lo que se quiere escuchar la protagónica voz original de quien se comunica. Como sea, esta intervención también queda para la historia.
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Traducción al castellano del audiomensaje del Papa Francisco a los radioescuchas de BBC Radio con motivo de la conferencia del cambio climático
Queridos oyentes de la BBC, ¡buenos días!
El cambio climático y la pandemia de Covid-19 ponen al descubierto la vulnerabilidad radical de todos y todo y suscitan numerosas dudas y perplejidades sobre nuestros sistemas económicos y sobre las modalidades de organización de nuestras sociedades.
Nuestras seguridades se han derrumbado, nuestro apetito de poder y nuestro afán de control se están desmoronando.
Nos hemos descubierto débiles y llenos de miedos, sumergidos en una serie de “crisis”: sanitarias, ambientales, alimentarias, económicas, sociales, humanitarias, éticas. Crisis transversales, fuertemente interconectadas y presagio de una “tormenta perfecta”, capaz de romper los “vínculos” que unen nuestra sociedad dentro del precioso don de la Creación.
Toda crisis requiere visión, capacidad de planificación y rapidez de ejecución, repensando el futuro de nuestra casa común y de nuestro proyecto común.
Estas crisis nos ponen frente a opciones radicales que no son fáciles. Todo momento de dificultad encierra, de hecho, también oportunidades que no pueden ser desaprovechadas.
Pueden afrontarse haciendo que prevalezcan comportamientos de aislamiento, proteccionismo, explotación; o pueden representar una auténtica ocasión de transformación, un verdadero punto de conversión, no solo en sentido espiritual.
Esta última vía es la única que conduce hacia un horizonte “luminoso” y puede ser perseguida solo a través de una renovada corresponsabilidad mundial, una nueva solidaridad fundada en la justicia, en el hecho de compartir un destino común y en la conciencia de la unidad de la familia humana, proyecto de Dios para el mundo.
Se trata de un desafío de civilización en favor del bien común y de un cambio de perspectiva, en la mente y en la mirada, que debe poner en el centro de todas nuestras acciones la dignidad de todos los seres humanos de hoy y de mañana.
La lección más importante que estas crisis nos transmiten es que debemos construir juntos, porque no hay fronteras, barreras, muros políticos, detrás de los que podamos escondernos. Y lo sabemos: de una crisis no se sale solos.
Hace algunos días, el 4 de octubre, me reuní con líderes religiosos y científicos para firmar un Llamamiento conjunto que reclamara acciones más responsables y coherentes tanto a nosotros mismos como a nuestros gobernantes. En esa ocasión, me impresionó el testimonio de uno de los científicos que dijo: “Mi nieta, que acaba de nacer, dentro de 50 años tendrá que vivir en un mundo inhabitable, si las cosas son así”.
¡No podemos permitirlo!
Es fundamental el compromiso de cada uno hacia ese cambio de ruta tan urgente; compromiso que hay que alimentar también desde la propia fe y espiritualidad. En el Llamamiento conjunto reclamamos la necesidad de actuar de manera responsable en favor de la “cultura del cuidado” de nuestra casa común y también de nosotros mismos, tratando de erradicar las “semillas de los conflictos: avidez, indiferencia, ignorancia, miedo, injusticia, inseguridad y violencia”.
La humanidad nunca ha tenido tantos medios para alcanzar ese objetivo como los que tiene ahora. Los responsables políticos que participarán en la COP26 de Glasgow están llamados con urgencia a ofrecer respuestas eficaces a la crisis ecológica en la que vivimos y, de este modo, esperanza concreta a las generaciones futuras. Pero todos nosotros —y está bien repetirlo, todos y dondequiera nos hallemos— podemos tener un papel modificando nuestra respuesta colectiva a la amenaza sin precedentes del cambio climático y de la degradación de nuestra casa común.