Simone Varisco
(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 24.07.2022).- Las cifras oficiales publicadas por la Iglesia católica en Alemania hablan claramente, y lo hacen desde hace años: 2021 fue otro año de crisis, con una pandemia y un Kirchensteuer (impuesto a las religiones) que ahora justifican cada vez menos el colapso del clero y los fieles. Porque si, por ejemplo, a causa de Covid en 2021 sólo el 4,3% de los católicos alemanes asistían a la misa dominical, también es cierto que en 2020 eran el 5,9% y antes de la pandemia ya sólo el 9,3%.
¿Y cómo se explican los casi 360.000 (antiguos) fieles que abandonaron formalmente la Iglesia católica el año pasado (en 2020 habían sido algo más de 221.000 y el año anterior más de 272.000) sólo con los impuestos y la pandemia? ¿O, de nuevo, el nuevo descenso del número de sacerdotes (hay 12.280 en 2021, había 12.565 en 2020)? Por supuesto, el número de bodas eclesiásticas casi se ha duplicado (más de 20 mil, frente a 11 mil en 2020) y han aumentado los bautizos (142 mil, frente a 104 mil en 2020) y las primeras comuniones (156 mil en lugar de algo menos de 140 mil el año anterior), pero es evidente que la desafección, si no el abandono, afecta sobre todo a los jóvenes.
Problemas y levantamientos en el extranjero
Algo similar está ocurriendo en un contexto muy diferente al de la Iglesia Católica en Alemania: la administración Biden. De metedura de pata en metedura de pata, la popularidad del Presidente de Estados Unidos está en su punto más bajo, ya que su índice de aprobación entre los votantes demócratas se sitúa en un mísero 33%, según una encuesta publicada por el New York Times. Y si los jóvenes perciben a la Iglesia católica como una institución de museo, no es mejor para Joe Biden si es cierto que el 94% de los votantes demócratas menores de 30 años preferirían otro candidato a la presidencia en 2024. Un jarro de agua fría para el volcánico presidente, siempre atento a presentarse con un estilo ‘juvenil’ -gafas de sol de aviador, vaqueros, chaqueta de cuero, coche deportivo y bicicleta-, que resulta ser el habitual ‘Sleepy Joe’, como le llamaba un Trump nada mejor en cuanto a estilo (y aprobación en las encuestas).
Porque de poco sirve el restyling -para la Iglesia, el Papa Francisco ha denunciado la hipocresía de un lavado de cara meramente superficial- persiguiendo modas y corrientes de los tiempos. Por el contrario, se corre el riesgo de tener efectos contraproducentes. Porque lo que hace que la situación de la Iglesia católica sea tan desastrosa, tanto en Alemania como en otras partes, es el grave déficit de credibilidad, provocado y a su vez comprobado no sólo por los delitos de abusos y su encubrimiento, sino -salvo los numerosos ejemplos de verdadera santidad en la Iglesia- en un desorden más amplio de carácter sexual, económico, personal y comunitario, con verdaderas derivas de colapso antropológico y espiritual en algunos sectores de la Iglesia.
Que sólo una parte de los problemas ha salido a la luz (la parte que, en cierto modo, permite que muchos otros no se aborden) lo atestigua la insistencia del Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Georg Bätzing, en avanzar por el accidentado camino sinodal en términos alemanes. ‘La salida que estamos haciendo con el camino sinodal aparentemente aún no ha llegado a los creyentes’, comenta, diciendo que está ‘profundamente sorprendido’ por las cifras dadas por la Iglesia alemana. Pero, ¿y si ocurre lo contrario y el resultado dista mucho de lo esperado? «Los escándalos de los que tenemos que quejarnos dentro de la Iglesia y de los que somos responsables en gran medida se reflejan en el número de personas que se van. Debemos decir adiós a la idea de que las iglesias se llenarán de nuevo o que el número de creyentes aumentará. Sin embargo, estoy convencido: el mensaje del Evangelio tiene una fuerza que podemos desarrollar y traducir en vida con todos los que pertenecen a la Iglesia».
El camino sinodal de Joe Biden
Si la Iglesia católica en Alemania, a pesar de todo, todavía puede contar con buenas noticias en tiempos sombríos, el católico Joe Biden debe equiparse lo mejor posible con un “Camino Sinodal” propio, persiguiendo la popularidad por el camino de los tiempos cambiantes. Con resultados similares a los de Alemania y más aún con la pesadilla de las elecciones de mitad de mandato que se avecinan el 8 de noviembre, las elecciones de mitad de mandato que siempre han sido una prueba para la administración en funciones en la Casa Blanca.
Una muestra de ello fue la reciente ceremonia de entrega de la Medalla Presidencial de la Libertad. En un Estados Unidos desgarrado por el feroz debate sobre el derecho a la vida tras la anulación de la sentencia Roe vs Wade, Biden se tomó un respiro con la primera tanda de honores en su año y medio de presidencia.
Formalmente, la Medalla Presidencial de la Libertad es un galardón otorgado por el Presidente de los Estados Unidos, sólo comparable en importancia a la Medalla de Oro del Congreso, que se concede por méritos especiales en la protección de la seguridad o los intereses de los Estados Unidos, por la paz mundial, por la cultura, o por otros esfuerzos públicos o privados importantes. De hecho, con algunas excepciones, es un manifiesto político calibrado, una síntesis de valores, alianzas y oportunidades que el presidente en funciones considera estratégicos. El propio Biden, todavía vicepresidente, recibió este honor de manos de Obama en su momento.
De ahí que entre los 17 condecorados con la Medalla Presidencial de la Libertad por Joe Biden se encuentren numerosos activistas LGBT+ y proabortistas, como la futbolista Megan Rapinoe, el político republicano Alan Simpson y la demócrata Gabrielle Giffords (también partidaria de la investigación con células madre, pero también cofundadora de una asociación contra la proliferación de armas). Esto no es sorprendente, teniendo en cuenta que incluso recientemente Biden definió la interrupción voluntaria del embarazo como «esencial para la justicia, la igualdad, la salud, la seguridad y el progreso de la Nación», refiriéndose al aborto como «atención sanitaria» y a los medicamentos abortivos como «medicina». Una especie de «valor no negociable» de su administración, que se «deja a la conciencia» del católico presidente de los Estados Unidos. ‘Habla con tu párroco sobre esta incoherencia’, sugiere el Papa a Biden en su última entrevista para Televisa-Univisión. Tendríamos curiosidad por conocer la respuesta (y quién sería el elegido como interlocutor).
La vía católica del Presidente de los Estados Unidos
Porque sustancial -y en algunos casos curiosamente superpuesta a la categoría anterior- es también la presencia de cinco católicos entre los condecorados, entre ellos la gimnasta olímpica y activista por la salud mental Simone Biles, la histórica activista por los derechos civiles Diane Nash y el sindicalista y activista por la justicia social y económica Richard Trumka (fallecido en 2021). La presencia de un grupo numeroso de católicos no se debe simplemente a la fe profesada por Biden: aunque sólo sea mirando la historia reciente, los casos de Juan Pablo II, premiado en 2004 durante la presidencia de George W. Bush, de la Madre Teresa de Calcuta, premiada en 1985 por Reagan, así como el ahora polémico Card. Joseph Bernardin, concedido por Clinton en 1996. Menos conocidos son el magistrado Antonin Scalia, el ex quarterback Roger Staubach, la demócrata Donna Shalala, el general Peter Pace y el doctor Anthony Fauci, inmunólogo de origen italiano que se hizo famoso durante la pandemia (y ateo en la edad adulta).
Pero entre los católicos condecorados por Joe Biden destaca la hermana Simone Campbell, reconocida activista por la igualdad en el ámbito económico y sanitario. Pero sobre todo es una de las principales exponentes de la Leadership Conference of Women Religious, una organización con sede en Maryland que reúne a cientos de monjas y laicas católicas, investigada entre 2009 y 2012 por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Una investigación motivada por numerosas afirmaciones incompatibles con la doctrina católica, especialmente en los ámbitos del feminismo radical, el aborto, la eutanasia, la ordenación sacerdotal de las mujeres y el género. Invitada destacada a la convención de Barack Obama y posteriormente llamada a hablar (y a votar) en la de Joe Biden -junto con el jesuita y activista gay padre James Martin-, la hermana Campbell estuvo durante años entre las voces más duras que criticaron a Benedicto XVI, para luego volcar su reproche en Francisco, culpable de traicionar una agenda de reformas mucho más allá de lo realizable (y cristiano). Durante la ceremonia de entrega de la Medalla Presidencial de la Libertad, Biden prodigó palabras de gran aprecio a la monja, aventurándose incluso a citar la Epístola de Santiago (St 2,26). «Para mucha gente y para la nación, la hermana Simone Campbell es un regalo de Dios. Durante los últimos cincuenta años ha encarnado la convicción en nuestra Iglesia de que «la fe sin obras está muerta». Olvidando, quizás, que lo contrario también es cierto.
Pero no sólo los católicos, en la ceremonia presidida por Joe Biden. Entre los condecorados estaban el estadounidense de origen paquistaní y musulmán Khizr Khan, activista por la libertad religiosa y fuerte crítico de los exabruptos islamófobos de Trump, y el ortodoxo Alexander Karloutsos, ex vicario general de la Archidiócesis Ortodoxa Griega de América, eparquía del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla con sede en Nueva York. En tiempos de crisis de consenso y de oposición armada y religiosa, es mejor tener más de una flecha en el arco.
Este artículo, originalmente en italiano, fue traducido por el director editorial de ZENIT.