(ZENIT Noticias / Roma, 06.01.2023).- Según la Gendarmería Vaticana, unas 60 mil personas se congregaron en la Plaza de San Pedro para escuchar al Papa y luego rezar con él la oración mariana del Ángelus. Ofrecemos a continuación las palabras del mensaje del Pontífice en este viernes.
***
Hoy, solemnidad de la Epifanía, el Evangelio nos habla de los Magos que, al llegar a Belén, abren sus cofres y ofrecen a Jesús oro, incienso y mirra (cf. Mt 2,11). Estos sabios de Oriente son famosos por los regalos que hicieron; pero pensando en su historia, podríamos decir que, ante todo, reciben tres dones: han recibido tres dones, tres preciosos dones que también nos conciernen a nosotros. Traen oro, incienso y mirra, pero ¿qué dones recibieron?
1º El regalo de la llamada
El primero es el don de la llamada. Los Magos no la intuyeron leyendo las Escrituras o a través de una visión de ángeles, sino que la sintieron mientras estudiaban las estrellas. Esto nos dice algo importante: Dios nos llama a través de nuestros mayores deseos y aspiraciones. Los Magos se dejaron asombrar e incomodar por la novedad de la estrella y se pusieron en camino hacia lo que no conocían. En cuanto hombres cultos y sabios, les fascinaba más lo que no sabían que lo que ya sabían: se abrieron a lo que no conocían. Se sintieron llamados a ir más allá, no se sintieron felices quedándose donde estaban, sino sintiéndose llamar a ir más allá. Esto también es importante para nosotros: estamos llamados a no contentarnos, a buscar al Señor saliendo de nuestra comodidad, caminando hacia Él con los demás, sumergiéndonos en la realidad. Porque Dios llama cada día, aquí y hoy. Dios nos llama, llama a cada uno, cada día, nos llama aquí y nos llama ahora, en nuestro mundo.
2º El regalo del discernimiento
Pero los Magos nos hablan luego de un segundo don: el discernimiento. Como buscan un rey, van a Jerusalén para hablar con el rey Herodes, quien, sin embargo, es un hombre ávido de poder y quiere utilizarlos para eliminar al Mesías niño. Pero los Magos no se dejan engañar por Herodes. Saben distinguir entre la meta del viaje y las tentaciones que encuentran en el camino. Podían haberse quedado tranquilos en la corte de Herodes, pero siguen adelante. Abandonan el palacio de Herodes y, atentos a los signos de Dios, ya no pasarán por allí, sino que volverán por otro camino (cf. v. 12). ¡Qué importante, hermanos y hermanas, es saber distinguir la meta de la vida de las tentaciones del camino! Una cosa es la meta de la vida, otra las tentaciones del camino. ¡Saber renunciar a lo que seduce, pero lleva por mal camino, para comprender y elegir los caminos de Dios! El discernimiento es un gran don, y nunca hay que cansarse de pedirlo en la oración. ¡Pidamos esta gracia! Señor, danos la capacidad de discernir el bien del mal, lo mejor de lo que no es mejor.
3º El regalo de la sorpresa
Por último, los Reyes Magos nos hablan de un tercer don: la sorpresa. Tras un largo viaje, ¿qué encuentran estos hombres de alta posición social? Un niño con su madre (cf. v. 11): una escena ciertamente tierna, pero no asombrosa. No ven ángeles como los pastores, sino que encuentran a Dios en la pobreza. Tal vez esperaban un Mesías poderoso y prodigioso, y se encuentran con un niño. Sin embargo, no creen haberse equivocado, saben reconocerlo. Acogen la sorpresa de Dios y viven llenos de asombro su encuentro con Él, adorándole: en la pequeñez reconocen el rostro de Dios. Humanamente todos estamos inclinados a buscar la grandeza, pero es un don saber encontrarla de verdad: saber encontrar la grandeza en la pequeñez que Dios tanto ama. Porque así es como se encuentra al Señor: en la humildad, en el silencio, en la adoración, en los pequeños, en los pobres.
Hermanos y hermanas, todos somos llamados —primer don: la llamada— por Jesús; todos podemos discernir —segundo don: el discernimiento— su presencia; todos podemos experimentar sus sorpresas —tercer don: la sorpresa—. Hoy sería bueno recordar estos dones: la llamada, el discernimiento y la sorpresa, dones que ya hemos recibido: recordar cuándo sentimos una llamada de Dios en nuestra vida; o cuándo, quizá después de mucho esfuerzo, fuimos capaces de discernir su voz; o también, en una sorpresa inolvidable que Él nos ha dado, asombrándonos. Que la Virgen nos ayude a recordar y custodiar los dones recibidos.