(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano 20.02.2023).- La Academia Pontificia para la Vida celebra, del 20 al 22 de febrero, su 28ª Asamblea General en torno al tema «Converger en la persona. Tecnologías emergentes para el bien común». Al inicio de la Asamblea, el Papa Francisco les recibió en audiencia en el Vaticano. Ofrece el discurso del Papa en lengua española (negritas y títulos agregados por ZENIT) en el que el Pontífice formuló tres desafíos para la relación entre persona, tecnologías y bien común.
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Os doy una calurosa bienvenida. Agradezco a Mons. Paglia las palabras que me ha dirigido y a todos vosotros vuestro compromiso en la promoción de la vida humana. Gracias a vosotros. Durante estos días reflexionaréis sobre la relación entre la persona, las tecnologías emergentes y el bien común: se trata de una delicada frontera en la que confluyen progreso, ética y sociedad, y en la que la fe, en su perenne actualidad, puede aportar una valiosa contribución. En este sentido, la Iglesia no cesa de alentar el progreso de la ciencia y de la técnica al servicio de la dignidad de la persona y para un desarrollo humano «integral e íntegro»[1]. En la carta que os dirigí con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la fundación de la Academia, os invitaba a profundizar precisamente en este tema [2]; ahora quisiera detenerme a reflexionar con vosotros sobre tres desafíos que considero importantes a este respecto: el cambio de las condiciones de la vida humana en el mundo tecnológico; el impacto de las nuevas tecnologías en la definición misma de «hombre» y de «relación», con particular referencia a la condición de los más vulnerables; el concepto de «conocimiento» y las consecuencias que de él se derivan.
[Primer desafío: el cambio de las condiciones de vida del hombre en el mundo de la tecnología]
Primer reto: el cambio de las condiciones de vida del hombre en el mundo de la tecnología. Sabemos que es propio del hombre actuar en el mundo de manera tecnológica, transformando el ambiente y mejorando las condiciones de vida. Benedicto XVI lo recordaba afirmando que la técnica «responde a la misma vocación que el trabajo humano» y que «en la técnica, considerada como obra de su propio genio, el hombre se reconoce a sí mismo y realiza su propia humanidad» [3]. Por tanto, nos ayuda a comprender mejor el valor y el potencial de la inteligencia humana y, al mismo tiempo, nos habla de la gran responsabilidad que tenemos ante la creación.
En el pasado, la conexión entre las culturas, las actividades sociales y el medio ambiente era menos impactante debido a interacciones menos densas y efectos más lentos. Hoy, en cambio, el rápido desarrollo de los medios técnicos hace más intensa y evidente la interdependencia entre el hombre y la «casa común», como ya reconocía San Pablo VI en la Populorum Progressio [4]. Por el contrario, la fuerza y la aceleración de las intervenciones son tales que producen mutaciones significativas –porque se trata de una aceleración geométrica, no matemática–, tanto en el medio ambiente como en las condiciones de vida humana, con efectos y evoluciones no siempre claros y previsibles. Así lo están demostrando diversas crisis, de la pandémica a la energética, de la climática a la migratoria, cuyas consecuencias se afectan unas a otras, amplificándose mutuamente. Un desarrollo tecnológico sólido no puede dejar de tener en cuenta estos complejos entramados.
[Segundo desafío: el impacto de las nuevas tecnologías en la definición del hombre y de la relación]
Segundo reto: el impacto de las nuevas tecnologías en la definición del «hombre» y de la «relación», especialmente en lo que se refiere a la condición de los vulnerables. Es evidente que la forma tecnológica de la experiencia humana es cada día más omnipresente: en las distinciones entre «natural» y «artificial», «biológico» y «tecnológico», los criterios con los que discernir lo propio de lo humano y lo técnico son cada vez más difíciles. Por ello, es importante una reflexión seria sobre el valor del propio hombre. En particular, debe reafirmarse con decisión la importancia del concepto de conciencia personal como experiencia relacional, que no puede divorciarse ni de la corporeidad ni de la cultura. En otras palabras, en la red de relaciones, tanto subjetivas como comunitarias, la tecnología no puede suplantar al contacto humano, lo virtual no puede sustituir a lo real, y lo social tampoco a lo social. Y tenemos la tentación de dejar que lo virtual prevalezca sobre lo real: es una fea tentación.
Incluso dentro de los procesos de investigación científica, la relación entre persona y comunidad muestra implicaciones éticas cada vez más complejas. Por ejemplo, en el campo de la salud, donde la calidad de la información y la atención al individuo dependen en gran medida de la recogida y el estudio de los datos disponibles. Aquí debe abordarse el problema de combinar la confidencialidad de los datos del individuo con la puesta en común de la información sobre él en interés de todos. Sería egoísta, en efecto, pedir que se nos trate con los mejores recursos y competencias de que dispone la sociedad sin contribuir a aumentarlos. En términos más generales, pienso en la urgencia de que la distribución de los recursos y el acceso a la asistencia beneficien a todos, de modo que se reduzcan las desigualdades y se garantice el apoyo necesario, especialmente a los más frágiles, como los discapacitados, los enfermos y los pobres.
Por eso es necesario estar atentos a la velocidad de las transformaciones, a la interacción entre los cambios y a la posibilidad de garantizar un equilibrio global. Además, este equilibrio no es necesariamente el mismo en las diferentes culturas, como parece suponer la perspectiva tecnológica cuando se impone como un lenguaje y una cultura universales y homogéneos –lo cual es un error–; por el contrario, el compromiso debe dirigirse a «asegurar que cada uno crezca en su estilo particular, desarrollando su propia capacidad de innovar a partir de los valores de su propia cultura» [5].
[Tercer desafío: definición del concepto de conocimiento y sus consecuencias]
Tercer reto: la definición del concepto de conocimiento y sus consecuencias. Todos los elementos considerados hasta ahora nos llevan a cuestionar nuestras formas de conocer, conscientes de que el tipo de conocimiento que ponemos en práctica ya tiene implicaciones morales. Es, por ejemplo, reductor buscar la explicación de los fenómenos sólo en las características de los elementos individuales que los componen. Se necesitan modelos más articulados, que consideren el entramado de relaciones con que se entretejen los acontecimientos individuales. Resulta paradójico, por ejemplo, cuando se habla de tecnologías para potenciar las funciones biológicas de un sujeto, hablar de un hombre «aumentado» si se olvida que el cuerpo humano se refiere al bien integral de la persona y, por tanto, no puede identificarse únicamente con el organismo biológico. Un planteamiento erróneo en este campo acaba, en realidad, no por «aumentar», sino por «comprimir» al hombre.
En Evangelii gaudium, y especialmente en Laudato si’, he subrayado la importancia de un conocimiento a escala humana, orgánica, por ejemplo subrayando que «el todo es superior a las partes» y que «todo en el mundo está íntimamente conectado» [6]. Creo que estas ideas pueden fomentar una forma renovada de pensar también en el ámbito teológico [7]; de hecho, es bueno que la teología supere los planteamientos eminentemente apologéticos, contribuya a la definición de un nuevo humanismo y fomente la escucha mutua y la comprensión recíproca entre ciencia, tecnología y sociedad. En efecto, la falta de diálogo constructivo entre estas realidades empobrece la confianza mutua que subyace a toda convivencia humana y a toda forma de «amistad social» [8]. Quisiera mencionar también la importancia de la contribución que aporta a este fin el diálogo entre las grandes tradiciones religiosas. Poseen una sabiduría secular que puede ayudar en estos procesos. Ustedes han demostrado que saben captar su valor, por ejemplo promoviendo, ya en tiempos recientes, encuentros interreligiosos sobre los temas del «fin de la vida»[9] y de la inteligencia artificial [10].
Queridos hermanos y hermanas, ante los retos actuales tan complejos, la tarea que tenéis ante vosotros es enorme. Se trata de partir de las experiencias que todos compartimos como seres humanos y estudiarlas, asumiendo las perspectivas de la complejidad, el diálogo transdisciplinar y la colaboración entre diferentes sujetos. Pero nunca debemos desanimarnos: sabemos que el Señor no nos abandona y que lo que logramos tiene su raíz en la confianza que ponemos en Él, «el amante de la vida» ( Sb 11,26). Os habéis comprometido en estos últimos años para que el crecimiento científico y tecnológico se concilie cada vez más con un paralelo «desarrollo del ser humano en términos de responsabilidad, valores y conciencia» [11]: os invito a continuar por este camino, mientras os bendigo y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.
Notas:
[1] Carta Encíclica. Laudato si’, n. 141.
[2] Cf. Humana communitas, 6 de enero de 2019, n. 12-13.
[3] Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate, n. 69. Caritas in veritate, n. 69.
[4] Cf. n. 65.
[5] Carta Encíclica. Todos hermanos, n. 51.
[6] Exhortación apostólica Evangelii gaudium, nn. 234-237; Carta enc. Laudato si’, n. 16.
[7] Cf. Constit. apost. Veritatis gaudium, nn. 4-5.
[8] Enc Lett. Todos los hermanos, n. 168.
[9] Declaración conjunta de las religiones monoteístas abrahámicas sobre las cuestiones relativas al final de la vida, 28 de octubre de 2019.
[10] Cf. Firma del Llamamiento de Roma por una ética de la IA, 10 de enero de 2023.
[11] Carta Encíclica. Laudato si’, nº 105 .
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT