(ZENIT Noticias / Roma, 09.03.2023).- El lunes 6 de marzo el canal TVN24 de Polonia emitió un programa en el que, entre otras cosas, se acusa a Juan Pablo II de haber gestionado inadecuadamente tres casos de sacerdotes que cometieron el crimen de la pederastia, cuando Wojtyla era arzobispo de Cracovia (1964-1978). Dos de esas tres personas fueron encarceladas y uno más (Boleslaw Sadus) habría sido enviado a Austria en la década de 1970.
El programa del periodista Marcin Gutowski cita a varias supuestas víctimas, lo que confiere al público una empatía emocional, y usa una carta con la que el cardenal Wojtyla pone bajo el cuidado del arzobispo de Viena a Sadus. A los criminales se les habría movido de parroquia al conocerse las acusaciones.
Se usa como fuentes principales para el programa documentos de los Servicios Secretos del periodo comunista de Polonia y se concluye -según el periodista y el canal de televisión- que el arzobispo Wojtyla buscó ocultar los abusos y a los abusadores.
En la misma semana, un par de días después, un periodista holandés de nombre Ekke Overbeek hacía público el libro “Máxima culpa. Juan Pablo II lo sabía”. El libro iba con una carta de presentación a la opinión pública: la portada del semanario Newsweek donde se ve una foto de Juan Pablo II y el título “La verdad escondida sobre la pedofilia”. El libro profundiza en las acusaciones de encubrimiento por parte de Juan Pablo II cuando era arzobispo de Cracovia.
En la misma semana otros medios de comunicación como el medio progresista de izquierda Gazeta Wyborcza han lanzado acusaciones de abusos contra el predecesor del arzobispo Wojtyla, el cardenal Adam Sapieha, sugiriendo incluso una relación entre ambos. Las acusaciones contra el cardenal Sapieha están basadas en las afirmaciones de un sacerdote colaboracionista del régimen comunista, Anatol Boczek, quien de hecho dio declaraciones a los servicios secretos polacos del periodo comunista (fuentes de las que se nutrió el periodista del reportaje televisivo y también el del libro) luego de que Sapieha lo suspendió precisamente por ese colaboracionismo. Las acusaciones han suscitado un debate público que ha terminado en el Parlamento.
El miércoles 8 de marzo, el Primer Ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, defendió públicamente el buen nombre de Juan Pablo II calificando de “muy dudosas” las acusaciones contra el Pontífice. “Estoy en defensa de nuestro Papa porque sé que le debemos mucho a Juan Pablo II como nación. Quizás le debemos todo”, declaró. También enfatizó que quienes han lanzado las acusaciones proceden de ámbitos que impulsan una guerra cultural en el país.
Un día después, el jueves 9 de marzo, el Parlamento Polaco aprobó una resolución en defensa del nombre de Juan Pablo II: el Parlamento “condena enérgicamente la vergonzosa campaña mediática, basada en gran parte en los materiales del aparato comunista de violencia, cuyo objeto es el Gran Papa – San Juan Pablo II, el polaco más grande de la historia», dice la resolución. Y en otra parte añade: “No permitiremos que se destruya la imagen de un hombre que todo el mundo libre reconoce como un pilar de la victoria sobre el Imperio del Mal”.
Por su parte, la Iglesia polaca emitió dos comunicados: en el del 7 de marzo (como reacción al programa de televisión) se evidencia que “Dos de los casos presentados -el del padre Surgent y el del padre Loranc- ya eran conocidos por el público desde hacía varios meses gracias al trabajo periodístico de los redactores Tomasz Krzyżak y Piotr Litka, basado principalmente en el análisis de los expedientes de los procesos penales estatales disponibles en los archivos del IPN. Los resultados ya han sido ampliamente comentados”. Y puntualizan: “El tercero de ellos -el caso del padre Sadus- no se presentó sobre la base de una investigación fiscal o judicial, sino de los archivos de los servicios de seguridad de la República Popular de Polonia. Sobre la base de las fuentes presentadas en la película, es imposible establecer la calificación de los actos atribuidos al P. Sadus. Conviene recordar que, según el derecho canónico de la época, la protección absoluta se concedía a los menores de 16 años y no, como ahora -desde 2001- a los menores de 18 años”.
Se reconoce finalmente que “la determinación del papel y una justa evaluación de las decisiones y acciones del Ordinario de la archidiócesis de Cracovia, Karol Wojtyła, así como una explicación justa de las acusaciones contra el cardenal Adam Sapieha, requieren una mayor investigación de archivo”.
En un segundo comunicado, del 9 de marzo, un día después de la publicación del libro, el Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca pidió “a todas las personas de buena voluntad que no destruyan el legado de Juan Pablo II”.
El presidente del Episcopado Polaco destaca que “los autores de estas críticas han intentado evaluar a Karol Wojtyla de forma tendenciosa, a menudo ahistórica, sin conocer el contexto, considerando acríticamente documentos elaborados por los Servicios de Seguridad como fuentes fiables”. Añadió que “al hacerlo, no han tenido en cuenta los informes y estudios existentes que retratan de forma fidedigna sus palabras y acciones”.
El arzobispo Gądecki subrayó que, a partir de la decisión de Juan Pablo II, “la Iglesia ha hecho un esfuerzo considerable para establecer estructuras y desarrollar procedimientos claros que garanticen la seguridad de los niños y los jóvenes, para castigar debidamente a los culpables de delitos sexuales y, sobre todo, para ayudar a quienes han sido perjudicados”.
Añadió que defender la santidad y grandeza de Juan Pablo II no significa afirmar que no pudo cometer errores. “Ser pastor de la Iglesia en un momento de división de Europa entre Occidente y el bloque soviético significaba tener que afrontar retos que no eran fáciles. También hay que tener en cuenta que en aquella época, no sólo en Polonia, las leyes eran distintas a las de ahora, había una conciencia social diferente y modos habituales de resolver problemas”, recordó.
En Polonia los políticos de oposición, progresistas y de izquierdas, han pedido que el nombre de Juan Pablo II se elimine de espacios públicos como escuelas o plazas. Una concejal de izquierda, Agata Diduszko-Zyglewska, de la ciudad de Varsovia llegó a decir: “Necesitamos sacar a Juan Pablo II del espacio público».
Llama la atención que sea precisamente el ámbito de la izquierda, ámbito heredero del comunismo que tanto mal hizo a Polonia y a todo el mundo, desde el que lleguen no sólo las peticiones políticas sino también desde donde proceden los sincronizados ataques contra una figura particular de la historia del mundo: Juan Pablo II.
No está de sobra recordar que la editorial detrás del libro del holandés Ekke Overbeek (Agora) es la misma detrás de Gazeta Wyborcza; y tampoco está mal señalar que Newsweek tiene detrás al medio de origen suizo-alemán (sí, alemanes) Ringier Axel Springer, el mismo detrás del portal Onet, amigo, promotor y amplificador digital del documental, del libro y de las elucubraciones de Gazeta y Newsweek para públicos más jóvenes: públicos poco habituados a leer, que sólo a veces ven TV convencional y, sobre todo, jóvenes que ya no conocieron directamente a Juan Pablo II y todo lo que hizo no sólo por su país.
Es cierto también que la reputación de la Iglesia polaca no pasa por su mejor momento. Ya desde 2019 el tema de la gestión de los abusos por parte de la Iglesia es una piedra en el zapato. A eso se han sumado algunos documentales que comparten información que hace más crítica a la opinión pública (piénsese en “Sag es none” de 2019). En todo este contexto, el Papa Francisco ha apartado a algunos obispos por mal manejo de abusos contra menores según la legislación actual (véase por ejemplo “Vaticano, abusos y tolerancia cero: el caso de dos obispos polacos, uno exonerado y otro condenado”).
Varias consideraciones para reflexionar:
1º La fuente principal y la confianza que se le debe dar. No puede pasarse inadvertida la fuente principal del programa y el libro: los archivos secretos durante el periodo comunista de Polonia. Muchos polacos que les tocó vivir ese periodo de terror en su país, o vivir el proceso de cambio de ese régimen a uno democrático y de libertad, dudan de las acusaciones contra Juan Pablo II precisamente porque el régimen comunista no gozaba ni goza de reputación: inventaba pruebas no sólo contra eclesiásticos sino contra todo opositor. Y hoy esas son las fuentes principales.
En un artículo de la agencia KAI publicado en español por ZENIT se afirma: “El libro de Overbeek sigue una agenda predeterminada, su autor carece de formación histórica y es casi totalmente acrítico con los archivos de la Policía Secreta comunista. Esta es la valoración del libro de Ekke Overbeek publicado en Polonia, “Maxima Culpa. Jan Paweł II wiedział” [Máxima Culpa. Juan Pablo II sabía] de Marcin Przeciszewski, presidente de la Agencia Católica de Información de Polonia (KAI). La publicación también ha sido duramente criticada por otros historiadores polacos que se ocupan de la historia más reciente de la Iglesia”.
Y refiriéndose a la conducta de Wojtyła descrita en el libro como arzobispo de Cracovia, el responsable de KAI llama la atención sobre el modo imprudente e ingenuo en que se abordaron los documentos de los servicios de seguridad comunistas. Por su parte, “El Dr. Marek Lasota, respetado historiador y durante muchos años director de la sección de Cracovia del Instituto del Recuerdo Nacional, adopta un punto de vista similar. Centrándose en cuatro casos, Overbeek sostiene que Wojtyła, a pesar de su conocimiento, intentó encubrir los delitos de los sacerdotes pedófilos y, en lugar de castigarlos explícitamente, los trasladó de una parroquia a otra. Comentando estas afirmaciones sensacionalistas, el doctor Lasota subraya que hay que tener en cuenta que el cardenal Wojtyła delegaba sus funciones, no se ocupaba personalmente de todos los casos y que, aunque ciertos documentos llegaran a la curia, no tenía por qué estar al corriente de todos ellos. «En otras palabras, la conclusión general de que debía estar al corriente de todo carece de justificación a la luz de estas fuentes», señala el historiador.
2ª La declaración del Primer Ministro, quien considera que se está librando una guerra cultural. En efecto, Polonia es uno de los pocos países europeos que no se ha plegado a la agenda progresista de Occidente: tanto en tema de protección de la familia como en la defensa del bebé concebido, Polonia está en un lugar (con Malta y Hungría) muy distinto al del resto de Europa. ¿Se puede olvidar que en 2021 la alemana y jefa de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen aplicó sanciones económicas a Polonia por no acatar la agenda de la ideología de género luego de que los polacos blindaran su Constitución? En buena medida la figura de Juan Pablo II ha sido y es una especie de escudo. Tumbar el escudo es un buen medio para ganar o avanzar en ese combate cultural.
3ª El presidente del episcopado polaco (quien por cierto celebró la misa en el altar de san Juan Pablo II la mañana del jueves 9 de marzo) abrió a una consideración interesante: la santidad y grandeza de Juan Pablo II no significa afirmar que no pudo cometer errores y el hecho de que las leyes eran distintas a las de ahora, lo cual supone una conciencia social diferente y modos distintos de resolver problemas. O en otras palabras, parece sugerir que no se puede juzgar la historia del pasado con los criterios de ahora. En esa línea se mueve también el primer comunicado: “Conviene recordar que, según el derecho canónico de la época, la protección absoluta se concedía a los menores de 16 años y no, como ahora -desde 2001- a los menores de 18 años”.
4º Las intenciones y la defensa de los muertos. Para quien se lo plantea con serenidad y buena voluntad, hace reflexionar el hecho de que se juzguen intenciones de personas que en este momento ya no se pueden defender y contestar porque están muertas. Decir que “la intención” del arzobispo de Cracovia era ocultar abusos es entrar en la esfera de atribuir lo que uno piensa a otro. Y por honestidad intelectual cualquier persona es capaz de entender que así no funciona la realidad por la sencilla razón que nadie puede leer los pensamientos de terceros. A esto se suma el hecho de que se ataca a una persona que ya no se puede defender de acusaciones de este tipo.
5º El llamado de la concejala de Varsovia a desterrar a Juan Pablo II: es de una política de izquierda, precisamente de todo ese ámbito del que son también la “coalición” Gazeta Wyborcza, Agora, Newsweek, TVN y Onet. Que además todo haya sido tan cronológicamente pensado induce a pensar si la intención era vender un libro o defender a víctimas de abusos. Porque el libro no se regala. Y claro que a una agenda de izquierda (heredera del comunismo) borrar a Juan Pablo II le aplana el camino.
6º Los calificativos. Llama la atención que medios como AFP o AP aludan a quienes defienden a Juan Pablo II con calificativos como “conservadores”, “católicos tradicionales”, “polacos religiosos” sólo por no estar en la línea del redactor en turno o de la prensa de izquierda. Llama la atención que no haya alusiones al menos análogas para referirse así a los herederos de ese comunismo que mató a millones de personas en Polonia y fuera de ella.
7º ¿Se puede manchar a base de elucubraciones la memoria de otros? No nos referimos ya sólo a Juan Pablo II sino incluso al mismo cardenal Sapieha. Esta semana se ha insinuado su homosexualidad y prácticas homosexuales. Y para hacerlo se acude a la misma fuente de los servicios secretos del periodo comunista. Se usa, por ejemplo, un “testimonio” del padre Andrsej Mistat, capellán del cardenal Sapieha. Pero no se dice que ese “testimonio” fue escrito en una mesa de los servicios secretos comunistas tras ser arrestado, amenazado y no saber qué podría sucederle si no obedecía. Ciertamente, es especialmente repugnante que medios “católicos” como Tygodnik Powszechny insinúen cosas sobre Wojtyla y Sapieha.
8º Finalmente, toda esta polémica obliga a que el arzobispado de Cracovia abra o justifique mejor por qué no, sus propios archivos. No se trata simplemente de hacerlo o no, sino de lo que implica abrir y a quién una fuente que no sólo en ámbito eclesial suele estar asociada al respeto de la privacidad de las personas. Privacidad que exige años. Eso sucede así en todos los sectores.