(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 19.03.2023).- Unas 25 mil personas se reunieron en la Plaza de San Pedro para escuchar la alocución dominical del Papa y luego rezar con él el Ángelus. Este domingo 19 de marzo coincidió que en Italia, España y otros países se celebró el día del Padre. En Roma, además, se tuvo el maratón de la ciudad. Ofrecemos a continuación el discurso del Papa traducido al español:
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Hoy el Evangelio nos muestra a Jesús que devuelve la vista a un hombre ciego de nacimiento (cf. Jn 9,1-41). Pero este prodigio no es bien recibido por varias personas y grupos. Veamos en detalle.
Pero primero quisiera deciros: hoy, tomad el Evangelio de Juan y leed vosotros este milagro de Jesús, es hermoso el modo en el que Juan lo cuenta. Capítulo 9, en dos minutos se lee. Muestra cómo procede Jesús y cómo procede el corazón humano: el corazón humano bueno, el corazón humano tibio, el corazón humano temeroso, el corazón humano valiente. Capítulo 9 del Evangelio de Juan. Hacedlo hoy, os ayudará mucho. ¿Y de qué manera las personas acogen este signo?
En primer lugar, están los discípulos de Jesús, que ante el ciego de nacimiento terminan en el chismorreo: se preguntan si la culpa es de sus padres o suya (cf. v. 2). Buscan un culpable; y nosotros muchas veces caemos en esto que es tan cómodo: buscar un culpable, en lugar de plantearnos preguntas exigentes en la vida. Y hoy podemos decir: ¿qué significa para nosotros la presencia de esta persona? ¿qué nos pide a nosotros?
Después, una vez curado, las reacciones aumentan. La primera es la de los vecinos, que se muestran escépticos: “Este hombre siempre ha sido ciego: ¡no es posible que vea ahora, no puede ser él, es otro!”: escepticismo (cf. vv. 8-9). Para ellos es inaceptable, mejor dejar todo como era antes (cf. v. 16) y no meterse en este problema. Tienen miedo, temen a las autoridades religiosas y no se pronuncian (cf. vv. 18-21).
En todas estas reacciones, emergen corazones cerrados frente al signo de Jesús, por varios motivos: porque buscan un culpable, porque no saben sorprenderse, porque no quieren cambiar, porque están bloqueados por el miedo. Y muchas situaciones se parecen hoy a esta. Frente a algo que es precisamente un mensaje de testimonio de una persona, es un mensaje de Jesús, nosotros caemos en esto: buscamos otra explicación, no queremos cambiar, buscamos una salida más elegante que aceptar la verdad.
El único que reacciona bien es el ciego: él, feliz de ver, testimonia lo que le ha sucedido de la forma más sencilla: «Era ciego y ahora veo» (v. 25). Dice la verdad.
Primero se veía obligado a pedir limosna para vivir y sufría los prejuicios de la gente: “es pobre y ciego de nacimiento, debe sufrir, debe pagar por sus pecados o por los de sus antepasados”. Ahora, libre en el cuerpo y en el espíritu, da testimonio de Jesús: no inventa nada y no esconde nada. “Era ciego y ahora veo”. No tiene miedo de lo que dirán los otros: el sabor amargo de la marginación ya lo ha conocido durante toda la vida, ya ha sentido sobre él la indiferencia, el desprecio de los transeúntes, de quien lo consideraba como un descarte de la sociedad, útil a lo sumo para la piedad de alguna limosna. Ahora, curado, ya no teme esas actitudes de desprecio, porque Jesús le ha dado plena dignidad. Y esto es claro, sucede siempre: cuando Jesús nos sana, nos devuelve la dignidad, la dignidad de la sanación de Jesús, plena, una dignidad que sale del fondo del corazón, que toma toda la vida; y Él en sábado, delante de todos, le ha liberado y le ha donado la vista sin pedirle nada, ni siquiera un gracias, y él da testimonio.
Esta es la dignidad de una persona noble, de una persona que se sabe curada y empieza de nuevo, renace; ese renacer en la vida, del que se hablaba hoy en “A Sua Immagine” [el Papa se refiere a un programa de tv italiano, ndr]: renacer.
Hermanos, hermanas, con todos estos personajes el Evangelio de hoy nos pone también a nosotros en medio de la escena, así que nos preguntamos: ¿qué posición tomamos?, ¿qué hubiéramos dicho entonces? Y, sobre todo, ¿qué hacemos hoy? ¿Sabemos, como el ciego, ver el bien y ser agradecidos por los dones que recibimos?
Me pregunto: ¿cómo es mi dignidad? ¿Cómo es tu dignidad? ¿Testimoniamos a Jesús o difundimos críticas y sospechas? ¿Somos libres frente a los prejuicios o nos asociamos a los que difunden negatividad y chismes? ¿Estamos felices de decir que Jesús nos ama, que nos salva o, como los padres del ciego de nacimiento, nos dejamos enjaular por temor a lo que pensará la gente? Los tibios de corazón que no aceptan la verdad y no tienen la valentía de decir: “No, esto es así”. Y también, ¿cómo acogemos las dificultades y la indiferencia de los demás? ¿Cómo acogemos a las personas que tienen tantas limitaciones en la vida, ya sean físicas, como este ciego; o sociales, como los mendigos que encontramos por la calle? ¿Y esto lo acogemos como una maldición o como ocasión para hacernos cercanos a ellos con amor?
Hermanos y hermanas, pidamos hoy la gracia de sorprendernos cada día por los dones de Dios y de ver las diferentes circunstancias de la vida, también las más difíciles de aceptar, como ocasiones para obrar el bien, como hizo Jesús con el ciego. Que la Virgen nos ayude en esto, junto a san José, hombre justo y fiel.