El Papa Francisco recibió a los obispos europeos. Foto: Vatican Media

Papa Francisco explica a europeos el reto del continente: unidad en la diversidad

Discurso a los participantes en la Asamblea plenaria de la Comisión de los Episcopados de la Unión Europea (COMECE).

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 23.03.2023).- En la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el Papa recibió en audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Comisión de los Episcopados de la Unión Europea (COMECE). Un día antes la COMECE había elegido a Mons. Mariano Crociata, italiano, nuevo presidente. A continuación el discurso en lengua espola.

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Doy las gracias al nuevo Presidente y le deseo mucho éxito en su servicio. Al Cardenal Hollerich mi más sincera gratitud. Nunca se detiene, ¡nunca se detiene! Y os saludo a todos y os doy las gracias por vuestro trabajo, que también es exigente y apasionante, si no nos atascamos en la burocracia y mantenemos la mirada en el horizonte, en los valores inspiradores del proyecto europeo. Por eso hoy quisiera detenerme brevemente con ustedes en dos puntos centrales, que corresponden a los dos grandes «sueños» de los padres fundadores de Europa: el sueño de la unidad y el sueño de la paz.

La unidad. Sobre este primer punto, es fundamental dejar claro que la unidad europea no puede ser una unidad uniforme, homogeneizadora, sino que, por el contrario, debe ser una unidad que respete y valore las singularidades, las peculiaridades de los pueblos y culturas que la componen. Pensemos en los padres fundadores: pertenecían a países y culturas diferentes: Los italianos De Gasperi y Spinelli, los franceses Monnet y Schuman, el alemán Adenauer, el belga Spaak, el luxemburgués Beck, por citar a los principales. La riqueza de Europa reside en la convergencia de diferentes fuentes de pensamiento y experiencia histórica. Como un río, vive de sus afluentes. Si los afluentes se debilitan o se bloquean, todo el río sufre y pierde fuerza. La originalidad de los afluentes. Esto hay que respetarlo: la originalidad de cada país.

Esta es la primera idea sobre la que llamo su atención: Europa tiene futuro si es realmente una unión y no una reducción de países con sus características respectivas. El reto es precisamente éste: la unidad en la diversidad. Y es posible si hay una fuerte inspiración; de lo contrario prevalece el aparato, prevalece el paradigma tecnocrático, pero no es fructífero porque no entusiasma a la gente, no atrae a las nuevas generaciones, no implica a las fuerzas vivas de la sociedad en la construcción de un proyecto común.

Nos preguntamos: ¿cuál es el papel de la inspiración cristiana en este desafío? No cabe duda de que en la fase original desempeñó un papel fundamental, porque estaba en el corazón y en la mente de los hombres y mujeres que iniciaron la empresa. Hoy han cambiado muchas cosas, por supuesto, pero sigue siendo cierto que son los hombres y las mujeres quienes marcan la diferencia. Por eso, la primera tarea de la Iglesia en este campo es formar personas que, leyendo los signos de los tiempos, sepan interpretar el proyecto de Europa en la historia de hoy.

Y aquí llegamos al segundo punto: la paz. La historia de hoy necesita hombres y mujeres animados por el sueño de una Europa unida al servicio de la paz. Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa vivió el periodo de paz más largo de su historia. Sin embargo, varias guerras se sucedieron en todo el mundo. En las últimas décadas, algunas guerras se han prolongado durante años, hasta hoy, tanto que ya se puede hablar de una tercera guerra mundial. La guerra en Ucrania está cerca, y ha sacudido la paz europea. Las naciones vecinas han hecho todo lo posible por acoger a los refugiados; todos los pueblos europeos participan en el esfuerzo de solidaridad con el pueblo ucraniano. A esta respuesta coral en el plano de la caridad debería corresponder -pero es evidente que esto no es ni fácil ni obvio- un compromiso cohesionado en favor de la paz.

Este reto es muy complejo, porque los países de la Unión Europea están implicados en múltiples alianzas, intereses, estrategias, un abanico de fuerzas que es difícil reunir en un proyecto único. Sin embargo, hay un principio que todos deberían compartir con claridad y determinación: la guerra no puede ni debe seguir considerándose una solución a los conflictos (cf. Enc. Fratelli tutti, 258). Si los países de la Europa actual no comparten este principio ético-político, significa que se han alejado del sueño original. Si, por el contrario, lo comparten, deben comprometerse a ponerlo en práctica, con todo el esfuerzo y la complejidad que la situación histórica requiere. Porque «la guerra es un fracaso de la política y de la humanidad» (ibíd., 261). Esto debemos repetírselo a los políticos.

La COMECE también puede y debe aportar su contribución en valores y profesionalidad a este reto de la paz. Sois por naturaleza un «puente» entre las Iglesias de Europa y las instituciones de la Unión. Sois por misión constructores de relaciones, de encuentro, de diálogo. Y esto ya está funcionando para la paz. Pero no basta. Hace falta también profecía, hace falta previsión, hace falta creatividad para hacer avanzar la causa de la paz. En esta obra, necesitamos tanto arquitectos como artesanos; pero yo diría que el verdadero constructor de la paz debe ser a la vez arquitecto y artesano.  Así lo deseo también para cada uno de vosotros, sabiendo muy bien que cada uno tiene sus propios carismas personales, que contribuyen con los de los demás a la obra común.

Queridos hermanos, os expreso de nuevo mi gratitud y os aseguro que rezo por vosotros y rezo por vuestro servicio. Hoy me he detenido en estos dos puntos centrales, que son particularmente urgentes, pero os animo a continuar como siempre vuestro trabajo por parte de la Iglesia. Que la Virgen os cuide y os sostenga. De corazón os bendigo a todos, y os pido que recéis por mí. Gracias.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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