(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 13.04.2023).- En la Sala del Concistorio del Palacio Apostólico Vaticano, el Papa recibió por la mañana del jueves 13 de abril a los miembros de las Asociaciones Religiosas Institutos Socio Sanitarios (ARIS). Se trata de una realidad compuesta por un conjunto de instituciones de tipo socio-sanitarias (casa de recuperación, hospitales, presidios, hospitales, centros de rehabilitación, residencias e institutos psiquiátricos. Sus estatutos son aprobados por la Conferencia Episcopal Italiana. A continuación el discurso del Papa en lengua española:
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Agradezco al Presidente, padre Virginio Bebber, sus palabras, y os doy la bienvenida a todos. Saludo al director de la Oficina de pastoral sanitaria de la Conferencia episcopal italiana.
Me alegra conocer vuestra Asociación, que se ocupa de la gestión de estructuras sanitarias de inspiración cristiana, comparables a la posada del buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37), donde los enfermos pueden recibir «el aceite del consuelo y el vino de la esperanza». Expreso mi reconocimiento por el bien que se ha hecho en tantos institutos sanitarios de Italia, y les animo a continuar con la perseverancia y la imaginación de la caridad, características de los muchos fundadores que les dieron vida.
La sanidad religiosa en Italia tiene una hermosa y secular historia. La Iglesia ha hecho mucho, a través de la asistencia sanitaria, para escuchar y prestar atención a los segmentos pobres, débiles y abandonados de la sociedad. No han faltado testigos autorizados en este campo, que han sabido reconocer y servir a Cristo enfermo y sufriente hasta el don total de sí mismos, incluso con el sacrificio de su vida. Pensamos en san Camilo de Lellis, santa Josefina Vannini, san José Moscati, san Agustín Pietrantoni y tantos otros. Agradecidos por el pasado, nos sentimos llamados a habitar el presente con compromiso activo y espíritu profético. En el sector sanitario, la cultura del descarte puede mostrar sus dolorosas consecuencias más que en otros lugares, a veces de forma evidente. En efecto, cuando no se sitúa al enfermo en el centro y no se le considera en su dignidad, se generan actitudes que pueden llevar incluso a especular sobre las desgracias ajenas, lo que debe hacernos estar alerta.
Preguntémonos en particular: ¿cuál es la tarea de las instituciones sanitarias de inspiración cristiana en un contexto, como el italiano, en el que existe un servicio nacional de salud de vocación universal y, por tanto, llamado a prestar asistencia a todos? Para responder a esta pregunta, es necesario recuperar el carisma fundacional de la sanidad católica para aplicarlo en esta nueva situación histórica, conscientes también de que hoy, por diversos motivos, es cada vez más difícil mantener las estructuras existentes. Debemos emprender caminos de discernimiento y tomar decisiones valientes, recordando que nuestra vocación es estar en la frontera de la necesidad. Como Iglesia, estamos llamados a responder sobre todo a las exigencias sanitarias de los más pobres, de los excluidos y de quienes, por razones económicas o culturales, ven desatendidas sus necesidades. Éstos son los más importantes para nosotros, los primeros de la fila: éstos.
El retorno de la «pobreza sanitaria» está adquiriendo proporciones importantes en Italia, sobre todo en las regiones marcadas por situaciones socioeconómicas más difíciles. Hay personas que, por falta de medios, no pueden buscar tratamiento, para las que incluso pagar un copago es un problema; y hay personas que tienen dificultades para acceder a los servicios sanitarios debido a las larguísimas listas de espera, ¡incluso para visitas urgentes y necesarias!
También crece la necesidad de cuidados intermedios, dada la creciente tendencia de los hospitales a dar el alta a los enfermos en poco tiempo, favoreciendo el tratamiento de las fases más agudas de la enfermedad en detrimento del de las patologías crónicas: como consecuencia, éstas, especialmente para las personas mayores, se están convirtiendo en un grave problema también desde el punto de vista económico, con el riesgo de favorecer líneas de actuación poco respetuosas con la propia dignidad de la persona. Un anciano tiene que tomar medicamentos y si, para ahorrar dinero o por tal o cual razón, no se los dan, se trata de una eutanasia encubierta y progresiva. Tenemos que decir esto. Toda persona tiene derecho a la medicina. Y muchas veces -pienso en otros países, en Italia no sé mucho de esto, en otros países sí- los ancianos tienen que tomar cuatro o cinco medicinas y sólo consiguen dos: esto es una eutanasia progresiva, porque no se les da lo que necesitan para curarse.
La sanidad de inspiración cristiana tiene el deber de defender el derecho a la asistencia, especialmente de los sectores más débiles de la sociedad, dando prioridad a los lugares donde la gente sufre más y está peor atendida, aunque para ello haya que reconvertir los servicios existentes en otros nuevos. Todo enfermo es por definición frágil, pobre, necesitado de ayuda, y a veces los ricos se encuentran más solos y abandonados que los pobres. Pero está claro que hoy en día existen diferentes oportunidades de acceso a la asistencia para los que tienen dinero que para los que son más pobres. Así que, pensando en tantas congregaciones, nacidas en diferentes épocas históricas con carismas valientes, preguntémonos: ¿qué harían hoy estos Fundadores y Fundadoras?
Los hospitales religiosos tienen ante todo la misión de atender a los descartados por la economía sanitaria y por cierta cultura contemporánea. Esta ha sido la profecía de tantas instituciones sanitarias de inspiración cristiana, empezando por el nacimiento de los propios hospitales, creados precisamente para atender a los que nadie quería tocar. Que éste sea también hoy vuestro testimonio, sostenido por una gestión competente y clara, capaz de conjugar investigación, innovación, dedicación a los últimos y visión de conjunto.
La realidad es compleja y sólo podréis afrontarla adecuadamente si las instituciones sanitarias de inspiración religiosa tienen la valentía de unirse y trabajar en red, huyendo de cualquier espíritu de competencia, uniendo competencias y recursos y constituyendo quizás nuevas entidades jurídicas, a través de las cuales puedan ayudar sobre todo a las realidades más pequeñas.
No tengáis miedo de emprender nuevos caminos -arriesgar, arriesgar-, para evitar que nuestros hospitales, sólo por razones económicas, sean enajenados -es un peligro e incluso actual: aquí en Roma, puedo enviaros la lista-, aniquilando así un patrimonio largamente acariciado y embellecido por tantos sacrificios. Precisamente para alcanzar estos dos apremiantes objetivos, y a petición de las propias instituciones sanitarias de inspiración católica, nació en diciembre de 2015 la Pontificia Comisión para las Actividades del Sector Sanitario de las Personas Jurídicas Públicas de la Iglesia, con la que os invito a tener una colaboración activa y constructiva.
Por último, quisiera recomendaros que acompañéis a las personas que acogéis en vuestras instituciones con una atención integral, que no descuide la asistencia espiritual y religiosa de los enfermos, de sus familiares y de los agentes sanitarios. También en esto las instituciones sanitarias de inspiración cristiana deben ser ejemplares. Y no se trata sólo de ofrecer una pastoral sacramental, sino de prestar una atención integral a la persona. ¡Nadie, nadie debe sentirse solo en la enfermedad! Al contrario, todos deben ser apoyados en sus preguntas de sentido y ayudados a recorrer con esperanza cristiana el camino, a veces largo y fatigoso, de la enfermedad.
Queridos hermanos y hermanas, mantened vivo el carisma de vuestros Fundadores, no tanto para imitar sus gestos, sino más bien para acoger su espíritu, no tanto para defender el pasado, sino para construir un presente y un futuro en los que anunciar, con vuestra presencia, la cercanía de Dios a los enfermos, especialmente a los más desfavorecidos y marginados por la lógica del beneficio. Que la Virgen os acompañe. De corazón os bendigo y bendigo vuestro trabajo. Y os recomiendo, no olvidéis rezar por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.