(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 10.09.2023).- El domingo 10 de septiembre unas 20 mil personas participaron, en la Plaza de San Pedro, en el rezo del Ángelus con el Papa Francisco. Como es costumbre, antes de la oración mariana del Angelus el Papa ofreció una alocución a partir del Evangelio del domingo. Tras la alocución, que ofrecemos traducida al castellano, el Papa expresó su cercanía al pueblo marroquí a raíz del terremoto que han padecido. También hizo memoria de la beatificación de una familia polaca en ese país y expresó su felicitación por el nuevo año al pueblo etíope. Finalmente, hizo notar un regalo que se entregó en la Plaza: un librito para la catequesis.
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Hoy el Evangelio nos habla de la corrección fraterna (cf. Mt 18, 15-20), que es una de las expresiones más altas del amor, y también una de las más desafiantes, porque no es fácil corregir a los demás. Cuando un hermano en la fe comete una falta contra ti, tú, sin rencor, le ayudas, le corriges: ayudas corrigiendo.
Pero, por desgracia, lo primero que se suele crear en torno a los que cometen faltas son habladurías, en las que todo el mundo se entera de la falta, con todos los detalles, ¡menos la persona afectada! Esto no está bien, hermanos, esto no agrada a Dios. No me canso de repetir que el chisme es una plaga en la vida de las personas y de las comunidades, porque trae división, trae sufrimiento, trae escándalo, y nunca ayuda a mejorar, nunca ayuda a crecer. Un gran maestro espiritual, San Bernardo, decía que la curiosidad estéril y las palabras superficiales son los primeros peldaños de la escalera del orgullo, que no lleva hacia arriba, sino hacia abajo, precipitando al hombre hacia la perdición y la ruina (cf. Los grados de humildad y de orgullo).
Jesús, en cambio, nos enseña a comportarnos de otra manera. He aquí lo que dice hoy: «Si tu hermano comete un pecado contra ti, ve y amonéstalo entre tú y él a solas» (v. 15). Habla con él «cara a cara», háblale con justicia, para ayudarle a comprender en qué se equivoca. Y hazlo por su propio bien, superando la vergüenza y encontrando el verdadero valor, que no es burlarse, sino decirle las cosas a la cara con mansedumbre y bondad.
Pero, podemos preguntarnos, ¿y si eso no es suficiente? ¿Y si no lo entiende? Entonces hay que buscar ayuda. Pero cuidado: ¡no la del grupo de charlatanes! Jesús dice: «Lleva a una o dos personas contigo» (v. 16), es decir, personas que realmente quieran ayudar a ese hermano o hermana descarriado.
¿Y si sigue sin entender? Entonces, dice Jesús, involucra a la comunidad. Pero aclaremos una vez más: esto no significa poner a la persona en la picota, avergonzarla públicamente, sino unir los esfuerzos de todos para ayudarla a cambiar. Señalar con el dedo a las personas no es bueno, de hecho a menudo hace más difícil que el infractor reconozca su error. Más bien, la comunidad debe hacerle sentir que, al tiempo que condena el error, está cerca con la oración y el afecto de la persona, siempre dispuesta a ofrecerle perdón, comprensión y un nuevo comienzo.
Por eso nos preguntamos: ¿cómo trato a quien se equivoca contra mí? ¿Me lo guardo dentro y acumulo resentimiento? «Lo pagarás»: esta palabra, que viene tan a menudo, «lo pagarás»… ¿Hago de ella un motivo para hablar a mis espaldas? «¿Sabes lo que hizo ése?» y así sucesivamente… ¿O soy valiente, arrojado, e intento hablar con él o ella? ¿Rezo por él o ella, pido ayuda para hacer el bien? ¿Y nuestras comunidades se hacen cargo de los que caen, para que puedan volver a levantarse y empezar una nueva vida? ¿Señalan con el dedo o abren los brazos? ¿Qué haces tú: señalas con el dedo o abres los brazos?
Que María, que siguió amando incluso cuando oía a la gente condenar a su Hijo, nos ayude a buscar siempre el camino del bien.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.