Stefano Caprio
(ZENIT Noticias – Mondo Russo (Asia News) / Roma, 26.09.2023).- La penúltima semana de septiembre se han superpuesto dos circunstancias aparentemente menores comparadas con la tragedia de la guerra en Ucrania, que acaparó el interés de todos los políticos y los medios de información durante la Asamblea General de la ONU. En ambos casos se trata de cuestiones que afectan al Cáucaso: la enfermedad del líder checheno Ramzan Kadyrov y la guerra contra los armenios del líder azerbaiyano Ilham Aliev, relacionadas por tanto con una «tierra media» entre Europa y Asia cuyas fronteras geográficas y espirituales siempre han sido bastante aleatorias, como se puede decir en general de todas las dimensiones de la confrontación entre los dos continentes, que Rusia también comparte.
Dos guerras estallaron en el Cáucaso inmediatamente después de la caída de la URSS hace más de treinta años, la guerra civil chechena y la guerra entre azeríes y armenios, y sus consecuencias se siguen haciendo sentir sobre el telón de fondo de la invasión de Ucrania. La principal y más terrible fue el conflicto entre rusos y chechenos, que duró mucho tiempo y fue devastadora, y que sobre todo marcó el ascenso de Vladimir Putin al poder en Moscú. El oscuro jefe del FSB (KGB) fue llamado precisamente para resolver el intrincado problema de Grozni, la capital de Chechenia arrasada por las tropas rusas, que había pretendido incluir a la vecina Ingushetia en un nuevo Estado independiente, la República Chechena de Ichkeria. Putin logró encontrar la solución después de años de masacres, junto con uno de los comandantes chechenos más destacados, el gran muftí Akhmad Kadyrov, a quien puso al frente de la república de Chechenia dentro de la Federación Rusa. Aunque después éste saltó por los aires junto con toda la tribuna de las autoridades del estadio Sultán Bilimkhanov de Grozni, durante el desfile de la Victoria del 9 de mayo de 2004.
Los responsables del ataque eran terroristas independentistas y radicales islámicos, liderados por Shamil Basayev, que durante mucho tiempo fue perseguido en las montañas chechenas por el hijo de Kadyrov, Ramzán, quien pasó a ser primer ministro regente y luego presidente de Grozni. Basayev murió en circunstancias bastante misteriosas el 10 de julio de 2006, en lo que parecía ser una operación preventiva del ejército ruso durante la cumbre del G8 en San Petersburgo -probablemente uno de los últimos intentos de Rusia para encontrar su lugar entre los grandes de la tierra-. Kadyrov padre fue enterrado solemnemente en la Mezquita Catedral de Grozni, y calles y monumentos llevan su nombre como gran padre de la patria, al mismo tiempo rusa y chechena; Kadyrov hijo, a quien Akhmad quería mantener alejado del poder debido a sus tendencias violentas e incontrolables, reina desde entonces sin oposición sobre Chechenia, en total sintonía con el jefe del Kremlin.
Y precisamente en la fase más crítica de la guerra en Ucrania, después de un verano tormentoso debido a la revuelta y posterior muerte de Yevgeny Prigozhin, el «cocinero» amigo que socavaba la autoridad de Putin, las condiciones de salud de Ramzan Kadyrov han empeorado hasta el punto de que algunos creen que ya está muerto, aunque aparentemente se encuentra en estado de coma farmacológico en una clínica de Moscú. Kadyrov también criticaba a la cúpula de la defensa rusa por su debilidad y por ceder ante los ucranianos, contra los que desplegó desde el principio a sus feroces Kadyrovtsy, que junto con los «músicos» del grupo Wagner constituían el «ejército alternativo» que permitió a Putin jugar al mismo tiempo las cartas de la agresión feroz y las de una prolongada guerra de posiciones.
El misterio sobre el estado de Kadyrov entra así en el largo y colorido relato de los numerosos enemigos o ex amigos de Putin (o incluso amigos que siguen en el cargo) que, por diversas razones, crean molestias al padrino del Kremlin y son eliminados, o por lo menos marginados, con maniobras difíciles de descifrar. En algunos casos se trata de acciones sensacionales, como la explosión del avión de Prigozhin (suponiendo que no fuera un montaje), pero en muchos otros se utilizan medios más malignos, como los diversos venenos desarrollados por los especialistas del FSB, como ocurrió con Alexei Navalni y tantos otros, y al parecer también con Ramzan Kadyrov. El líder checheno comenzó a sufrir graves problemas renales en el mes de abril, y según se cree fue operado en Abu Dabi; circulan todo tipo de rumores sobre los médicos que lo estarían atendiendo, junto con aquellos que han sido brutalmente eliminados por ineptos o traidores. Kadyrov y Putin graban vídeos en los que se ríen a espaldas de todos, pero la autenticidad de estas imágenes parece igual a la del cadáver carbonizado de Prigozhin, y probablemente nunca se sepa toda la verdad en ninguno de los dos casos.
Sin duda dos figuras como el «cocinero de Petersburgo» y el «carnicero checheno» tenían que desaparecer de la escena antes de 2024, cuando la reelección de Putin debe celebrar al zar triunfante sobre todos los enemigos del depravado Occidente, y de ninguna manera se podían tolerar voces críticas sobre la eficacia de sus guerras. En realidad los enemigos internos de Putin no son los pacifistas, en riesgo de extinción dentro de Rusia, sino los verdaderos belicistas, a quienes no les interesan las «victorias metafísicas» del patriarca Kirill sino la conquista de territorios productivos para los negocios y control de vastas zonas en todas las latitudes.
Y ahora otro «amigo» de herencia soviética podría comprometer el ascenso de Putin a la gloria, el presidente de Azerbaiyán Ilham Aliev (hijo del primer presidente Gejdar), quien ha decidido después de muchos tira y afloja con rusos y armenios (pero también con estadounidenses y franceses) cerrar definitivamente la cuestión de Nagorno Karabaj, otro conflicto que se remonta al final de la Unión Soviética. En el Cáucaso meridional, que no forma parte de la Federación Rusa, la confusión geográfica, cultural, religiosa y política es la principal característica, aún más que en la mitad norte de la región; y en el caso de la guerra entre azeríes y armenios posee incluso dimensiones epocales debido al enfrentamiento plurisecular entre cristianos y musulmanes. Al igual que otras tensiones en las ex áreas soviéticas, las de Asia Central o los pueblos menores de la misma Federación Rusa, la guerra en Ucrania ha reavivado las ambiciones de unos y otros, y la Rusia de Putin está perdiendo gran parte de su autoridad y de su control porque es incapaz de sostener todos los frentes abiertos e influir en todos los acontecimientos políticos.
Azerbaiyán es producto de muchas superposiciones históricas entre Europa y Asia, heredero de los seleúcidas y gobernado por los safávidas hasta los tiempos modernos. Después se subdividió en muchos kanatos extremadamente inestables y relativamente autónomos, que controlaban muchas rutas comerciales internacionales entre Asia y Occidente. Incorporado a la Unión Soviética después de la revolución y la guerra civil de los años ’20, en cuanto se derrumbó el imperio soviético debió hacer frente a divisiones internas, la más grave de las cuales fue precisamente la proclamación de la independencia de Nagorno Karabaj, que parecen haber llegado a su fin en estos días. El conflicto que estalló en 1994, y que nunca fue resuelto por ningún tratado, se reanudó a fines de 2020, con la «guerra de los cuarenta días» (del 27 de septiembre al 10 de noviembre) que permitió a los azeríes recuperar 5 ciudades, 4 centros menores y alrededor de 240 aldeas, en los siete distritos de lo que los armenios siguen llamando Artsaj, Karabaj en su idioma. Con las acciones de los últimos días, toda la zona ha quedado bajo el control de Bakú, incluida la capital, Stepanakert, aunque llevará tiempo resolver por completo la «reintegración» de los armenios de Nagorno Karabaj al Estado de Azerbaiyán.
Las consecuencias para Rusia son impredecibles, debido a las numerosas variables en juego en esta zona. Los armenios están tradicionalmente muy unidos a los rusos, que los salvaron en la época del genocidio turco y constituyeron con la república soviética de Ereván un refugio seguro contra la completa destrucción y dispersión del antiguo pueblo monofisita, el primero en crear un estado cristiano, incluso antes que el emperador Constantino. Los azeríes son turánicos chiítas, que a su vez le disputan a Irán buena parte del territorio donde viven sus compatriotas, llamado «Azerbaiyán del Sur», y dependen en gran medida de Turquía, otro país históricamente afectado por los asuntos caucásicos. Por no hablar de que Bakú está sustituyendo ahora a Moscú en una buena porción del mercado de exportación de gas a Europa, y que varias rutas comerciales de Oriente a Occidente y viceversa podrían pasar por el Cáucaso, bajo la atenta mirada de China como telón de fondo.
De hecho, el Kremlin está cubriendo las acciones de Aliev, acusa a los armenios de haber coqueteado demasiado con los occidentales e intenta al menos conseguir que Armenia se someta tanto a Rusia como a Azerbaiyán. Las «fuerzas de interdicción» rusas no han impedido nada, no sólo en los últimos días, sino en los dos años que llevan posicionadas a lo largo de las fronteras de Nagorno Karabaj. Después de haber perdido para siempre a Ucrania, su «ala europea», Rusia intenta ahora no perder el Cáucaso, su «ala medioriental». Pero, sobre todo, Putin no quiere perder la cara delante del mundo entero.