(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 29.10.2023).- Unas 20 mil personas se congregaron en la Plaza de San Pedro al medio día de este domingo 29 de octubre para rezar con el Papa la oración mariana del Ángelus y escuchar su breve alocución dominical que, como es habitual, giró en torno al Evangelio de ese domingo. Ofrecemos a continuación la traducción de las palabras del Papa a lengua española:
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El Evangelio de hoy nos habla del mayor de los mandamientos (cfr. Mt 22, 34-40). Un doctor de la ley interroga Jesús sobre este tema, y Él responde con el “gran mandamiento del amor”: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente [… y] a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 37.39). Amor a Dios y al prójimo, inseparables el uno del otro. Detengámonos un momento para reflexionar sobre esto.
El primero: el hecho que el amor al Señor viene antes que nada nos recuerda que Dios siempre nos precede, nos anticipa con su infinita ternura (cfr. Jn 4,19), con Su cercanía, con Su misericordia, porque Él siempre está cerca, es tierno y misericordioso. Un niño aprende a amar en el regazo de la mamá y del papá, y nosotros lo hacemos en los brazos de Dios: dice el Salmo (131,2), «como un niño tranquilo en el regazo de su madre», así debemos sentirnos en los brazos de Dios. Y allí, absorbemos el cariño del Señor; allí encontramos el amor que nos empuja a donarnos con generosidad. Lo recuerda San Pablo cuando dice que la caridad de Cristo tiene en sí una fuerza que nos empuja a amar (cfr. 2 Cor 5,14). Y todo comienza a partir de Él. No puedes amar seriamente a los demás si no tienes esta raíz, que es el amor de Dios, el amor de Jesús.
El segundo aspecto que se desprende del mandamiento del amor. Vincula el amor a Dios al amor al prójimo y significa que, amando a los hermanos, nosotros reflejamos, como espejos, el amor del Padre. Reflejar el amor de Dios, aquí está el centro de la cuestión; amarle a Él, a quien no vemos, a través del hermano, a quien vemos (cfr. 1 Jn 4,20). Un día, un periodista preguntó a santa Teresa de Calcuta si creía que estaba cambiando el mundo con lo que hacía, y ella le respondió: «¡Yo no! ¡Yo nunca pensé en cambiar el mundo! Solamente intenté ser una gota de agua limpia en la que pudiera brillar el amor de Dios» (Conferencia de prensa para la entrega del Nobel por la Paz, 1979). Así fue como ella, tan pequeña, pudo hacer tanto bien: reflejando, al igual que una gota, el amor de Dios. Y si, a veces, mirándola a ella y a otros santos, llegamos a pensar que son héroes inimitables, pensemos en esa pequeña gota – el amor es una gota que puede cambiar muchas cosas. ¿Y cómo se hace eso? Dando el primer paso, siempre. A veces no es fácil dar el primer paso, olvidar cosas, dar el primer paso – hagámoslo. Esta es la gota: dar el primer paso.
Por eso, queridos hermanos y hermanas, pensando en el amor de Dios que siempre nos precede, podemos preguntarnos: ¿soy agradecido al Señor, que es el primero en amarme? ¿Siento el amor de Dios y Le estoy agradecido? Y: ¿intento reflejar su amor? ¿me esfuerzo por amar a mis hermanos y hermanas, por dar este segundo paso?
Que la Virgen María nos ayude a vivir el gran mandamiento del amor en nuestra vida cotidiana: amar y dejarnos amar por Dios y amar a nuestros hermanos