(ZENIT Noticias / Roma, 27.08.2024).- El pasado 17 de julio, el Papa Francisco escribió una carta sobre el papel de la literatura en la formación de los sacerdotes y de cualquier cristiano. Se publicó el domingo 4 de agosto.
Rodeados de una cultura que exalta la imagen y los memes, marginando la lectura amplia, el Papa señala el valor de un buen libro en “los momentos de cansancio, de rabia, de decepción, de fracaso, y cuando ni siquiera en la oración conseguimos encontrar la quietud del alma, un buen libro al menos nos ayuda a sobrellevar la tormenta (…). Antes de la llegada omnipresente de los medios de comunicación, redes sociales, teléfonos móviles y otros dispositivos, la lectura fue una experiencia frecuente. Y quienes la han vivido saben de lo que hablo. No es algo pasado de moda”.
La carta del Papa cita su propia experiencia como profesor de literatura en una escuela secundaria en Argentina entre 1964 y 1965. Cita ensayos de C.S. Lewis, Marcel Proust, Jorge Luis Borges, Karl Rahner, San Pablo VI, San Juan Pablo II y el Concilio Vaticano II. Incluso refiere los Hechos de los Apóstoles, donde supone que San Pablo habría conocido la obra del poeta Epiménides (siglo VI a.C.) y del poeta Arato de Soli (siglo III a.C.).
Observa que «algunos seminarios hayan reaccionado a la obsesión por las ‘pantallas’ y por las noticias falsas tóxicas, superficiales y violentas, dedicando tiempo y atención a la literatura. Lo han hecho reservando tiempo para la lectura tranquila y para hablar de libros, nuevos y antiguos, que siguen teniendo mucho que decirnos».
También lamenta que la literatura sea «considerada como una mera forma de entretenimiento», un «arte menor» y «no esencial» en la educación de los futuros sacerdotes y en su preparación para el ministerio pastoral. “Se considera a menudo como una forma de entretenimiento, es decir, como una expresión poco relevante de la cultura que no pertenece al camino de preparación y, por tanto, a la experiencia pastoral concreta de los futuros sacerdotes”.
Por el contrario, el Papa destaca que la falta de literatura y de poesía «puede llevar a un grave empobrecimiento intelectual y espiritual de los futuros sacerdotes, que se verán privados de ese acceso privilegiado que la literatura concede al corazón mismo de la cultura humana y, más específicamente, al corazón de cada persona».
Quienes se preparan para el sacerdocio necesitan escuchar a los demás, habilidad vital para comprender y orientar el alma, con cuya carencia «caemos inmediatamente en el autoaislamiento; entramos en una especie de sordera espiritual, que tiene efecto negativo en nuestra relación con nosotros mismos y en nuestra relación con Dios, por mucho que hayamos estudiado teología o psicología».
El riesgo de vivir en una burbuja intelectual o mental se rompe con la lectura, que equilibra la visión del mundo y de los cercanos. Qué peligroso es dejar de escuchar la voz de otro que nos interpela”. Además, “en la lectura, nos zambullimos en los personajes, en las preocupaciones, en los dramas, en los peligros, en los miedos de las personas que finalmente han superado los desafíos de la vida o quizás durante la lectura damos consejos a los personajes que después nos servirán a nosotros mismos”, dice el Papa.
Es admirable que el Papa haga ver cómo la literatura «nos enseña a mirar y ver, a discernir y explorar la realidad de los individuos y de las situaciones como un misterio cargado con exceso de sentido, que sólo puede comprenderse parcialmente a través de categorías, esquemas explicativos, dinámicas lineales de causas y efectos, medios y fines», porque el mundo es complejo y conocer tramas reales o imaginarias nos lleva a sembrar valores y construir caminos.
Finalmente, el Papa invita a todo evangelizador a que lea, aunque lo expresa más directamente a los sacerdotes: «La afinidad entre sacerdote y poeta resplandece en la misteriosa e indisoluble unión sacramental entre el Verbo divino y nuestras palabras humanas, dando origen a un ministerio que se convierte en servicio que nace de la escucha y de la compasión, un carisma que se convierte en responsabilidad, una visión de la verdad y del bien que se revela como belleza».
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