(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 28.11.2024).- En ocasión de los 75 años de la Familia Calasancia, la mañana del jueves 28 de noviembre el Papa recibió en audiencia, en la Sala del Consistorio, a miembros de esa familia eclesial y les dirigió un discurso en el que abordó dos aspectos de sus orígenes, que el Papa consideró importante subrayar. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano de las palabras del Sumo Pontífice:
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Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos.
Me alegra encontrarme con ustedes en ocasión del 75 aniversario de la Familia Calasancia, que los reúne en el carisma educativo de san José de Calasanz, patrono universal de todas las escuelas populares cristianas del mundo, y también en vistas del centenario de la muerte de dos de sus fundadores, san Faustino Míguez y la beata Celestina Donati.
A san José de Calasanz, el Señor le inspiró el dedicar su vida a la educación de los jóvenes, especialmente de los pequeños y los pobres, como su “ángel custodio”, para usar la expresión con la que a él mismo le gustaba definir la misión del “maestro”.
“Ángel custodio”, es hermoso. Y ustedes continúan su obra, que, desde entonces, a lo largo de los siglos, se difundió por cuatro continentes. Quisiera por tanto destacar, en esta feliz circunstancia, dos aspectos de sus orígenes que considero importantes para ustedes y para su futuro: el primer aspecto, la valiente docilidad a la Providencia; el segundo aspecto la atención al crecimiento integral de la persona.
Primero: la valiente docilidad a la Providencia.
Su fundador, de familia acomodada, destinado probablemente a una “carrera eclesiástica” —término que me repele y que debería suprimirse—, que vino a Roma con cargos de cierto nivel, no dudó en cambiar los planes y posibilidades de su vida para dedicarse a los jóvenes en situación de calle que veía en la ciudad. Así nacieron las Escuelas Pías; no tanto de un programa definido y garantizado, sino de la valentía de un buen sacerdote que se dejó interpelar ante las necesidades del prójimo, allí donde el Señor se las puso por delante. Esto es muy hermoso, y yo quisiera invitarlos también a ustedes a mantener en sus decisiones la misma apertura y disponibilidad, sin calcular demasiado, venciendo temores y titubeos, especialmente frente a las nuevas formas de pobreza de nuestro tiempo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 210). Las nuevas pobrezas. Sería bueno que uno de estos días, en su reunión, intenten describir las nuevas pobrezas, cuáles son las nuevas pobrezas. No teman aventurarse por distintos senderos de los ya recorridos en el pasado para poder responder a las necesidades de los pobres, incluso a costa de revisar esquemas y de redimensionar expectativas. Es en este abandono confiado donde se hunden sus raíces y, permaneciendo fieles a ellas, mantendrán vivo su carisma.
Segundo aspecto: la atención al crecimiento integral de la persona.
La gran novedad de las Escuelas Pías fue la de enseñar a los jóvenes pobres, junto con las verdades de la fe, también las materias de instrucción general, integrando formación espiritual e intelectual para preparar adultos maduros y capaces. Fue una decisión profética en aquellos tiempos, plenamente válida también ahora. En este sentido, a mí me gusta hablar de integrar en la persona las “tres inteligencias”: la de la cabeza, la del corazón y la de las manos —¡las manos son inteligentes!— y así nosotros podemos hacer con las manos lo que se siente y se piensa, sentir lo que se piensa y se hace, pensar lo que se siente y se hace. Las tres inteligencias. Hoy es sumamente urgente ayudar a los jóvenes a hacer este tipo de síntesis, de unidad armónica de las tres inteligencias, a “integrarse” en sí mismos y con los demás, en un mundo que, en cambio, los impulsa cada vez más en la dirección de la fragmentariedad de los sentimientos y los conocimientos, y el individualismo en las relaciones.
Y a este respecto, insistir en las relaciones “normales”, mirándose a los ojos, y no las relaciones virtuales a través del teléfono. Me decía un obispo que vinieron los primos y lo invitaron a almorzar en un restaurante el domingo, y en la mesa de al lado había una familia: papá, mamá, hijo e hija, todos con el teléfono, entre ellos no hablaban. El obispo, muy imprudente, se levantó, se acercó y les dijo: “Pero, miren, son una linda familia, ¿por qué hablan con el teléfono? ¿Por qué no hablan entre ustedes que es mucho más hermoso?”. Lo escucharon, lo “mandaron a paseo” y siguieron hablando de esa manera. Esto es terrible, una falta de humanidad. Las tres inteligencias. Esto es importante, que los jóvenes hagan esta integración en sí mismos, con los demás y con el mundo. El estilo educativo integral es un “talento carismático” importantísimo que Dios les ha confiado, para que lo aprovechen al máximo de sus capacidades, para el bien de todos.
Queridos amigos, quisiera concluir subrayando un último aspecto positivo de su presencia aquí: el caminar juntos. Me alegra mucho ver cómo todos ustedes —hombres y mujeres, consagrados, consagradas y laicos—, a la escucha del Espíritu, han percibido la exigencia de “ser familia”, de unir sus esfuerzos y compartir sus experiencias en una red de caridad, para el servicio de los hermanos (cf. Exhort. ap. Christus vivit, 222). Es el estilo de Jesús (cf. Mc 3,14-15; Mt 18,20), y es también el estilo de la Iglesia (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 7; Const. past. Gaudium et spes, 92). Gracias por esto y por todo lo que hacen. Los bendigo de corazón y les pido que recen por mí.
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