Eran las 17.50 del 19 de abril del 2005 cuando la fumata blanca anunciaba al mundo la elección del nuevo pontífice. El entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe y decano del Colegio de cardenales, fue elegido el Papa 265 de la Iglesia, por el Cónclave reunido tras la muerte de Juan Pablo II.
El día 18 de abril, antes del inicio del Cónclave, el entonces cardenal Ratzinger pronunció la homilía de la misa ‘por la elección del romano pontífice’ en la que pidió a Dios un nuevo Papa, que como Juan Pablo II, lleve a la humanidad hacia el amor de Cristo.
‘En este momento, pidamos sobre todo con insistencia al Señor que, después del gran don del Papa Juan Pablo II, nos dé de nuevo un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor, a la verdadera alegría’, fue su petición al dirigirse en particular a los 115 cardenales electores.
Su homilía se convirtió en una reflexión sobre la vocación de los cardenales, como pastores de la Iglesia, llamados a conducir a los fieles hacia una fe adulta. ‘La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.’, afirmó el purpurado alemán horas antes de ser él mismo elegido como nuevo Pontífice.
Al día siguiente, el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez, protodiácono, dio oficialmente el anuncio. Ya como Benedicto XVI, desde la loggia de la Basílica de San Pedro, pronunicó sus primeras palabras como Sucesor de Pedro: «Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!»
El recién elegido Papa Benedicto XVI presidió la solemne misa de inauguración de su pontificado el domingo 24 de abril de 2005, a las 10.00 de la mañana.
Un pontificado que duró casi 8 años, hasta que el 11 de febrero de 2013 anunció su renuncia, provocando gran sorpresa al mundo entero. Renuncia que se hizo efectiva el 28 de febrero a las 20.00, cuando se despidió desde Castel Gandolfo dando las gracias.
«Gracias. Gracias a vosotros. Queridos amigos, me alegra estar con vosotros, rodeado por la belleza de la creación y por vuestra simpatía, que me hace mucho bien. Gracias por vuestra amistad, por vuestro afecto. Sabéis que para mí este es un día distinto de otros anteriores. Ya no soy Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Todavía lo seré hasta las ocho de esta tarde, después ya no. Soy simplemente un peregrino que empieza la última etapa de su peregrinación en esta tierra. Pero quisiera trabajar todavía con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores, por el bien común y el bien de la Iglesia y de la humanidad. Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía. Caminemos junto al Señor por el bien de la Iglesia y del mundo. Gracias, y ahora os imparto de todo corazón mi Bendición. Que os bendiga Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Gracias, buenas noches. Gracias a todos.»