El robo y posterior lanzamiento en el río Tíber de las tres estatuillas de madera de la tradición amazónica que representan a una joven embarazada, constituyen un triste episodio que habla por sí mismo. Algunas de las reacciones a un gesto violento e intolerante son sorprendentes: “Se ha hecho justicia” ha titulado con entusiasmo un sitio web italiano, después de que las imágenes de la “bravata” fueron divulgadas en las redes sociales. En nombre de la tradición y de la doctrina se arrojó con desprecio una efigie de la maternidad y de la sacralidad de la vida. Se trata de un símbolo tradicional para los pueblos indígenas que representa el vínculo con nuestra “madre tierra”, tal como la define san Francisco de Asís en su Cántico de las Criaturas.
A los nuevos iconoclastas, que han pasado del odio a través de las redes sociales a la acción, podría serles útil releer lo que dijo uno de los nuevos santos canonizados hace unos días, el cardenal John Henry Newman. En su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, publicado en 1878, sobre la adopción por la Iglesia de elementos paganos, Newman escribió: “El uso de templos y de los dedicados a santos particulares, y a veces decorados con ramas de árboles, incienso, lámparas y velas; las ofrendas ex voto en caso de curación de enfermedades; el agua bendita, el asilo; las fiestas y los tiempos litúrgicos, el uso de calendarios, las procesiones, las bendiciones en los campos, los ornamentos sacerdotales, la tonsura, el anillo utilizado en el matrimonio, el dirigirse hacia el oriente, y en una fecha posterior también las imágenes, tal vez incluso el canto eclesiástico y el Kyrie Eleison: todos son de origen pagano, y han sido santificados por su adopción en la Iglesia”.