(ZENIT Noticias / Nigeria, 21.11.2024).- En un discurso convincente para conmemorar el centenario del Seminario Bigard Memorial de Nigeria, el cardenal Francis Arinze pronunció un mensaje claro sobre el poder transformador de la predicación concisa, la necesidad urgente de una sólida educación en el seminario y el delicado equilibrio de la integración cultural dentro de la Iglesia. Sus comentarios, que reflejan décadas de experiencia, trazaron un camino a seguir para sacerdotes y seminaristas en un mundo que cambia rápidamente.
Homilías: un llamado a la profundidad y la simplicidad
El cardenal Arinze criticó las homilías demasiado largas y enrevesadas, instando a los sacerdotes a centrarse en la claridad, la brevedad y la profundidad espiritual. Una homilía, argumentó, debe reflejar la conexión devota del sacerdote con Cristo y las Escrituras, evitando distracciones como comentarios políticos o críticas sociales.
“Las homilías no son gimnasia teológica ni conferencias para las aulas universitarias”, bromeó Arinze. Propuso una duración estándar de diez minutos, enfatizando que el púlpito debe ser un lugar para la proclamación del Evangelio, no agendas personales o diatribas públicas.
Arinze también enfatizó que es esencial un lenguaje claro, advirtiendo contra la mezcla de dialectos o la exhibición de destreza lingüística a expensas de la comprensión de la congregación. “Una homilía mal elaborada hace un flaco favor tanto a Dios como a los fieles”, declaró.
Formación en seminarios: preparar pastores, no intérpretes
Reflexionando sobre la formación de futuros sacerdotes, Arinze destacó el papel crucial de los seminarios en la formación de líderes que caminan con sus comunidades. Basándose en la imagen del Papa Francisco, señaló que un buen pastor “huele a oveja”, y no sirve como una figura distante sino como parte integral del rebaño.
Sin embargo, los desafíos se ciernen sobre nosotros. Muchos jóvenes nigerianos, observó, se están alejando del catolicismo, atraídos por las religiones y supersticiones africanas tradicionales. “Algunos recurren a la idolatría, buscan la guía de adivinos o participan en prácticas dañinas, incluida la violencia, para obtener ganancias económicas”, lamentó Arinze.
Propuso soluciones innovadoras, como asignar sacerdotes para enseñar educación religiosa en las escuelas, asegurando una base sólida en la fe para los jóvenes. “Esta tarea no está por debajo de la dignidad del sacerdocio”, afirmó, enfatizando que los sacerdotes deben dar respuestas a los desafíos espirituales y morales de la vida.
Integración cultural: equilibrar tradición y doctrina
Arinze también abordó los esfuerzos en curso para armonizar las culturas locales con las tradiciones católicas. Celebró los avances en la incorporación de las lenguas y costumbres indígenas a la Iglesia, pero advirtió contra las prácticas apresuradas o no examinadas.
“La inculturación exige un proceso riguroso y colaborativo que involucre a obispos, teólogos y expertos culturales”, explicó Arinze. Descartó la idea de innovaciones arbitrarias, advirtiendo que la adaptación cultural debe tener sus raíces en una profunda reflexión teológica.
Un siglo de formación: el legado del Seminario Bigard
Cuando el Seminario Bigard Memorial conmemoró sus 100 años de formación sacerdotal, Arinze elogió sus contribuciones duraderas a la Iglesia nigeriana. Fundado en 1924 y trasladado a Enugu en 1951, el seminario ha sido una piedra angular de la educación clerical en África occidental.
Reflexionando sobre su historia, Arinze expresó su gratitud a los visionarios que establecieron Bigard, en particular a Stephanie y Jeanne Bigard, cuya generosidad hizo posible su construcción. También recordó la histórica visita del Papa Juan Pablo II al seminario en 1982, un hito que subrayó su importancia.
“El seminario ha realizado un trabajo notable en la preparación de sacerdotes para la evangelización”, dijo Arinze. “Que siga prosperando en su misión, guiada por el Espíritu Santo y la intercesión de María, Reina de los Apóstoles”.
Mirando hacia el futuro: un desafío para la Iglesia
El discurso del cardenal Arinze fue más que una reflexión sobre el pasado: fue un grito de guerra por la renovación de la Iglesia. Al enfatizar una predicación concisa y significativa, una sólida formación sacerdotal y una integración cultural reflexiva, ofreció una visión que resuena mucho más allá de Nigeria.
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