SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 8 julio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos un artículo de nuestro colaborador monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, México, en el que aborda el tiempo postelectoral y propuestas de actitudes a asumir.

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Han pasado las elecciones en nuestro país. Hubo, y hay todavía, mucha confrontación, ataques feroces de unos contra otros, desconfianzas, descalificaciones, impugnaciones, intereses no siempre claros. Hay como tres fuertes corrientes claramente señaladas en los votos emitidos, que nos pueden dividir más, pero que también son una oportunidad de crear nuevas alianzas, de buscar consensos en lo que podemos convenir, de hacer a un lado conveniencias personales, de grupos o partidos, para comprometernos todos en el bien social común.

En nuestras comunidades eclesiales se dan también divisiones y conflictos: unos viven su fe recalcando los aspectos piadosos, y otros se esfuerzan por que incida en la vida diaria de los pueblos; unos quieren que no se toque nada de la realidad social, política, cultural, económica y religiosa, y otros juzgan esa actitud como incompleta, porque están convencidos de que la fe debe iluminar y promover un cambio integral, para que en verdad colaboremos a que se haga presente el Reino de Dios. Unos han encontrado a Dios en un retiro de alguno de los nuevos movimientos eclesiales y su vida ha cambiado sinceramente; otros ven en esos movimientos un peligro de espiritualismo desencarnado, sin compromiso profético. Esto ha llevado, en algunas partes, a construir capillas distintas, cada grupo para sus seguidores, sin lograr una coordinación pastoral que refleje la única fe en Jesucristo. No siempre somos casa y escuela de comunión, pues cada quien sigue su propia espiritualidad, juzga, condena y excluye otras formas de vida cristiana.

CRITERIOS

La escena entre Caín y Abel refleja lo que llevamos muy dentro de nuestra humanidad: la envidia, no aceptar que el otro es mejor y más aceptado, sentirse el único y que otros no tienen los mismos derechos. Lo mismo pasa entre Saúl y David: éste es aclamado por la multitud, y el rey Saúl intenta deshacerse de David. Los apóstoles también reflejan esta ambición de pretender los mejores puestos, sin importarles los demás. Esta tendencia de actuar como quienes creemos que tenemos toda la verdad y que nuestro camino no sólo es el mejor, sino el único, nos marca a todos sin excepción.

Jesucristo nos viene a enseñar todo lo contrario: que somos hermanos, que la grandeza de alguien es amar como Dios; es hacer a los otros sólo el bien y nunca el mal; es servir y desgastar la vida para que los demás tengan vida digna; es apreciar los valores del otro, aunque sea de una línea o tendencia diversa o contraria a la mía; es reconocer los propios errores y limitaciones; es hacerse humilde y aprender de los demás; es no ambicionar lo que no me corresponde; es buscar el bien de la comunidad, más que el interés personal. Sólo quien tenga estas actitudes cristianas, es capaz de ser constructor de unidad y de armonía en la sociedad. Y ahora es el momento de demostrar quién ama en verdad a su patria y es capaz de sacrificarse por su pueblo, y quién con sus hechos demuestra no ser digno de confianza; quién tiene corazón grande y mente abierta para construir justicia y paz junto con otros, y quién se encierra en sí y en los de su grupo.

PROPUESTAS

Hagamos a un lado las condenas de unos contra otros, y unámonos en todo cuanto ayude a vencer la pobreza y la incertidumbre. Pongamos en común nuestras inquietudes y busquemos coincidencias, con la mira puesta en el bien de la comunidad. Valoremos las propuestas e iniciativas de los otros, y seamos humildes para ceder en las nuestras. Superemos el pasado y seamos capaces de perdonar con el corazón. Unamos esfuerzos los diversos niveles de gobierno, instituciones legislativas, empresarios, educadores, comunicadores, líderes sociales, asociaciones religiosas, para superar divisiones destructivas, para ser hermanos contra la marginación y la violencia, para contrarrestar la inseguridad y el narcotráfico, para que los jóvenes tengan alternativas esperanzadoras, para que los campesinos e indígenas vivan con dignidad. Sólo quien es humilde y generoso para renunciar a sí mismo y para construir con otros la unidad, es un buen ciudadano y un buen cristiano.