AOSTA, 10 julio (ZENIT.org).- Juan Pablo II llegó hoy al Valle de Aosta para disfrutar hasta el 22 de julio de unos días de vacaciones veraniegas. Es la octava vez que la pequeña localidad montañera de Les Combes, sumergida en los Alpes italianos, acoge al Papa.

El pontífice no ha tenido mucha suerte, pues de hecho fue acogido por la lluvia, cuando aterrizó esta mañana en torno a las 11.30 en el aeropuerto de la ciudad de Aosta abordo de un jet de la compañía «Airvallée». Allí le esperaban las autoridades regionales y muchos turistas y peregrinos que le esperaban desde la mañana. A continuación, se dirigió en coche hasta la pequeña localidad en la que se encuentra situada su casa de verano y desde la que se puede contemplar el pico más alto de Europa, el Mont Blanc.

Como el recibimiento oficial tuvo lugar en el aeropuerto, en esta ocasión, en Les Combes, fue recibido sólo por la gente del lugar. Se respiraba aire de familia, pues aquí ya todos conocen al Papa. Los niños de la escuela de Introd le recitaron una poesía en dialecto compuesta para esta ocasión.

El Santo Padre, sin embargo, pasará estos días en el silencio de la naturaleza, de modo que no tendrá ningún encuentro público, a excepción de su tradicional cita con los peregrinos del próximo domingo con motivo del rezo de la oración mariana del «Angelus», que tendrá lugar junto a la casa en que se hospeda. El Papa viene para descansar y la gente del lugar está haciendo todo lo posible para que pueda disfrutar de la tranquilidad que necesita.

A diferencia de otros años, en los que el Papa se alojaba en una casa alquilada por una familia del pueblo, en esta ocasión pude disfrutar de un nuevo chalet terminado en tiempo récord. Se trata del «Foyer du fond», un alojamiento que será utilizado para el guarda de una estructura deportiva para fondistas. Se trata de una casa de piedra y madera.

«El saber que esta casa podía alojar al Papa ha estimulado nuestro trabajo --explica el arquitecto Franco Accordi--. Justamente por ello hemos querido dar particular importancia al cuarto de estar, que tiene un estupendo mirador desde el que se puede disfrutar del panorama más hermoso de Les Combes: la cadena del Mont Blanc».

Por su parte el obispo de Aosta, monseñor Giuseppe Anfossi, no oculta su complacencia por «poder ofrecer al pontífice una pausa fundamental en un año tan importante para la Iglesia como es el Jubileo que, seguramente, le ha está requiriendo muchas energías». El prelado saca una lección de esta visita: «El Papa nos enseña también que las vacaciones es algo que se puede
programar, que es necesario».

El obispo, recordando las vacaciones del año pasado, comenta: «Nuestra última conversación, antes de que se fuera fue como un desfile de diapositivas. Con una gran complacencia me describió los lugares que más le habían impresionado. Se veía claramente que el Valle se le había quedado en la retina».

En estos días, además de dedicarse a la oración y a la contemplación de Dios en la naturaleza, Juan Pablo II realizará excursiones a la montaña, disfrutará de la conversación de viejos amigos, se dedicará a la lectura de esos libros que no suele tener tiempo para leer durante los días de trabajo y repasará las ideas para los grandes discursos, documentos y viajes de esta segunda mitad del Jubileo (todavía tiene que terminar su peregrinación por los lugares de la Revelación, siguiendo las huellas de san Pablo por Damasco y, si es posible, Atenas).