CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI ofreció al recibir en audiencia, este viernes en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, a los participantes de la Asamblea general semestral de la Unión de los Superiores Generales (USG).

 



***



¡Queridísimos Hermanos y Hermanas!

Estoy contento de encontrarme con vosotros con ocasión de la Asamblea Semestral de la Unión de los Superiores Generales, que estáis celebrando, en continuidad con la del mayo pasado, sobre el tema de la vida consagrada en Europa. Saludo al Presidente, Don Pascual Chávez – a quien doy las gracias por las palabras que me ha dirigido- así como al Consejo Ejecutivo; un saludo particular al Comité Directivo de la Unión Internacional de los Superiores Generales y a los numerosos Superiores Generales. Extiendo mi pensamiento a todos vuestros hermanos y hermanas dispersos por el mundo, especialmente a los que sufren por dar testimonio del Evangelio. Deseo expresar mi sincero agradecimiento por todo lo que hacéis en la Iglesia y con la Iglesia a favor de la evangelización y del hombre. Pienso en las múltiples actividades pastorales en las parroquias, en los santuarios y en los centros de culto, por la catequesis y la formación cristiana de los niños, de los jóvenes y de los adultos, manifestando vuestra pasión por Cristo y por la humanidad. Pienso en el gran trabajo en el campo educativo, en las universidades y en las escuelas; en las múltiples obras sociales, a través de las cuales salís al encuentro de los hermanos más necesitados con el amor mismo de Dios. Pienso también en el testimonio, a veces arriesgado, de vida evangélica en las misiones ad gentes, en circunstancias a menudo difíciles.

Vuestras dos últimas Asambleas han estado dedicadas a considerar el futuro de la vida consagrada en Europa. Esto ha significado replantear el sentido mismo de vuestra vocación, que comporta, ante todo, buscar a Dios, quaerere Deum: sois por vocación buscadores de Dios. Consagrad a esta búsqueda las mejores energías de vuestra vida. Pasad de las cosas secundarias a las esenciales, es decir a lo que es verdaderamente importante; buscad lo definitivo, buscad a Dios, mantened la mirada puesta en Él. Como los primeros monjes, cultivad una orientación escatológica: detrás de lo provisional buscad lo que permanece, es decir lo que no pasa (cf. Discurso en el Colegio de los Bernardinos, París, 12 de septiembre de 2008). Buscad a Dios en los hermanos que os ha dado, con los cuales compartís la misma vida y misión. Buscadlo en los hombres y en las mujeres de nuestro tiempo, a los que estáis invitados a ofrecer, con la vida y la palabra, el don del Evangelio. Buscadlo especialmente en los pobres, primeros destinatarios de la Buena Noticia (cf. Lc 4,18). Buscadlo en la Iglesia, donde el Señor se hace presente, sobre todo en la Eucaristía y en los demás Sacramentos; y en su Palabra, que es vía maestra para la búsqueda de Dios, nos introduce en el coloquio con Él y nos revela su verdadero rostro. ¡Sed siempre buscadores apasionados y testigos de Dios!

La renovación profunda de la vida consagrada parte de la centralidad de la Palabra de Dios, y más en concreto del Evangelio, regola suprema para todos vosotros, como afirma el Concilio Vaticano II en el Decreto Perfectae caritatis (cf. n. 2) y como bien comprendieron vuestros Fundadores: la vida consagrada es una planta rica en ramas que hunde las raíces en el Evangelio. Lo demuestra la historia de vuestros Institutos, en los que la firme voluntad de vivir el Mensaje de Cristo y de configurar la propia vida según él, ha sido y continúa siendo el criterio fundamental del discernimiento vocacional y de vuestro discernimiento personal y comunitario. Es el Evangelio vivido cotidianamente el elemento que da fascinación y belleza a la vida consagrada y la presenta ante el mundo como una alternativa viable. Esto necesita la sociedad actual, esto espera de vosotros la Iglesia: que seáis Evangelio vivo.

Otro aspecto fundamental de la vida consagrada que querría destacar es la fraternidad: confessio Trinitatis (cf. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Vita consecrata, 41) y parábola de la Iglesia comunión. A través de ésta, de hecho, pasa el testimonio de vuestra consagración. La vida fraterna es uno de los aspectos que más buscan los jóvenes cuando se acercan a vuestra vida; es un elemento profético importante que ofrecéis en una sociedad fuertemente individualista. Conozco los esfuerzos que estáis haciendo en este campo, como conozco también las dificultades que la vida comunitaria comporta. Es necesario un serio y constante discernimiento para escuchar lo que el Espíritu dice a la comunidad (cf. Ap 2,7), para reconocer lo que viene del Señor y lo que le es contrario (cf. Vita consecrata, 73). Sin el discernimiento, acompañado de la oración y de la reflexión, la vida consagrada corre el peligro de acomodarse a los criterios de este mundo: el individualismo, el consumismo, el materialismo; criterios que hacen disminuir la fraternidad y hacen perder fascinación y penetración a la misma vida consagrada. Sed maestros del discernimiento, para que vuestros hermanos y vuestras hermanas asuman este habitus y vuestras comunidades sean signo elocuente para el mundo de hoy. Vosotros que ejercéis el servicio de la autoridad, y que tenéis tareas de guía y de proyección del futuro de vuestros Institutos Religiosos, recordad que una parte importante de la animación espiritual y del gobierno es la búsqueda común de los medios para favorecer la comunión, la comunicación mutua, la calidez y la verdad en las relaciones recíprocas.

Un último elemento que quiero evidenciar es la misión. La misión es el modo de ser de la Iglesia y, en ella, de la vida consagrada; forma parte de vuestra identidad; os empuja a llevar el Evangelio a todos, sin límites. La misión, sostenida por una fuerte experiencia de Dios, por una robusta formación y por la vida fraterna en comunidad, es una clave para comprender y revitalizar la vida consagrada. Id, por tanto, y en fidelidad creativa haced vuestro el desafío de la nueva evangelización. Renovad vuestra presencia en los aerópagos de hoy para anunciar, como hizo san Pablo en Atenas, al Dios “desconocido” (cf. Discurso en el Colegio de los Bernardinos).

Queridos Superiores Generales, el momento actual presenta para no pocos Institutos el dato de la disminución numérica, especialmente en Europa. Las dificultades, sin embargo, no deben hacernos olvidar que la vida consagrada tiene su origen en el Señor: es querida por Él para la edificación y la santidad de su Iglesia, y por eso la misma Iglesia nunca estará privada de ella. Mientras os aliento a caminar en la fe y en la esperanza, os pido un renovado compromiso en la pastoral vocacional y en la formación inicial y permanente. Os confío a la Bienaventurada Virgen María, a vuestros Santos Fundadores y Patrones, mientras de corazón os imparto mi Bendición Apostólica, que extiendo a vuestras Familias religiosas.



[Traducción del original italiano por Patricia Navas

©Libreria Editrice Vaticana]