CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 15 marzo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que Juan Pablo II pronunció este sábado al recibir en audiencia a los participantes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura.

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Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado
y queridos miembros del Consejo Pontificio de la Cultura:

1. Al concluir vuestra asamblea plenaria, consagrada a la reflexión sobre «La fe cristiana en la aurora del tercer milenio y el desafío de la increencia y de la indiferencia religiosa», os recibo con alegría. Doy las gracias al cardenal Poupard por sus palabras. El desafío que se ha sido objeto de vuestras sesiones de trabajo constituye una preocupación esencial de la Iglesia en todos los continentes.

2. En relación con las Iglesias locales, habéis perfilado el mapa de una nueva geografía de la increencia y la indiferencia religiosa en todo el mundo, constatando una ruptura del proceso de transmisión de la fe y de los valores cristianos. Al mismo tiempo se constata la búsqueda de sentido de nuestros contemporáneos, de la que dan testimonio algunos fenómenos culturales, sobre todo los nuevos movimientos religiosos muy difundidos en Latinoamérica, en África y Asia, que manifiestan el deseo de todo ser humano de percibir el sentido profundo de su existencia, de responder a las cuestiones fundamentales sobre el origen y el fin de la vida, y de caminar hacia la felicidad a la que aspira. Más allá de las crisis de civilización, de los relativismos filosóficos y morales, los pastores y los fieles deben tener en cuenta los interrogantes y las aspiraciones esenciales de los seres humanos de nuestro tiempo, para dialogar con las personas y los pueblos y proponer el mensaje evangélico y la persona de Cristo Redentor. Las expresiones culturales y artísticas no carecen de riquezas ni de recursos para transmitir el mensaje cristiano. Ahora bien, exigen conocimientos para que puedan convertirse en vectores y para ser leídas y comprendidas.

En el momento en el que la gran Europa vuelve a encontrar lazos fuertes, es necesario apoyar al mundo de la cultura, de las artes y de las letras, para que contribuya a la edificación de una sociedad que no se funde en el materialismo, sino en valores morales y espirituales.

3. La difusión de ideologías en los diferentes campos de la sociedad llama a los cristianos a un nuevo salto de calidad en el campo intelectual para proponer reflexiones vigorosas que presenten a las jóvenes generaciones la verdad sobre el hombre y sobre Dios, invitándoles a profundizar en una comprensión de la fe cada vez más aguda. A través de la formación filosófica y catequística, los jóvenes sabrán discernir la verdad. Una actitud racional seria constituye un baluarte contra todo lo que se deriva de las ideologías; da el gusto de profundizar cada vez más para que la filosofía y la razón se abran a Cristo. Esto ha tenido lugar en todos los períodos de la historia de la Iglesia, en particular durante el período patrístico, en el que la cultura cristiana naciente supo entrar en diálogo con las demás culturas, en particular con la griega y con la latina. Una reflexión de este tipo será también una invitación a pasar de un planteamiento racional a un planteamiento espiritual para poder llegar al encuentro personal con Cristo y para edificar el ser interior.

4. Por tanto, os corresponde discernir las grandes mutaciones culturales y los aspectos positivos para ayudar a los pastores a dar respuestas apropiadas que abran al ser humano a la novedad de la Palabra de Cristo. Al concluir nuestro encuentro, os expreso mi gratitud por vuestra colaboración y,
mientras os encomiendo a la Virgen María, os imparto una afectuosa bendición apostólica.

[Traducción del original francés realizada por Zenit]