CIUDAD DEL VATICANO, martes, 23 marzo 2004 (ZENIT.org).- La Santa Sede presentó este martes un libro en el que se recogen testimonios de martirio de católicos de rito oriental durante los regímenes comunistas del Este de Europa.

«Fe y martirio: Las Iglesias orientales católicas en la Europa del siglo XX», es un volumen de 520 páginas editado por la Congregación para las Iglesias Orientales en el que se presentan las Actas del simposio de historia eclesiástica contemporánea celebrado en el Vaticano entre el 22 y el 24 de octubre de 1998.

El cardenal Ignace Moussa I Daoud, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, explicó en una rueda de prensa que el libro recoge el testimonio de «nuevos mártires» que, al ser «tan numerosos no han podido pasar por los procesos canónicos normales de la Iglesia».

«Pero son mártires auténticos, que derramaron su sangre por la fe en el Evangelio, por amor a Cristo, por obediencia al Padre --añadió el purpurado sirio--. Son figuras de obispos, sacerdotes, consagrados y laicos que se permanecieron en su lugar, considerando que la gracia del Señor valía más que la vida».

Se trata de bautizados de varias Iglesias orientales católicas --ucraniana, rumana, eslovaca y rutena--, «que tras ser canceladas de la historia resurgieron y hoy se preocupan de no perder la memoria de la persecución», añadió el patriarca emérito de Antioquía de los Sirios.

Estos católicos mantienen las tradiciones y la liturgia de las Iglesias orientales --como las ortodoxas--, pero se diferencian de éstas en su fidelidad al obispo de Roma.

Los regímenes comunistas confiscaron los bienes de estas Iglesias y a sus pastores y fieles les obligaron a pasar a la Iglesia ortodoxa. Quienes se oponían tuvieron que pagar con la sangre o la cárcel su fidelidad al sucesor del apóstol Pedro.

El cardenal Ignace Moussa I Daoud reconoció que el libro «no omite a los responsables de tantos sufrimientos», pero añadió: «A pesar de todo no existe rencor».

«A pesar de las relaciones históricamente difíciles, en muchos casos durante el "siglo de los mártires", católicos orientales y de otras confesiones han sabido sufrir juntos en las cárceles, en los campos de concentración, en los campos de trabajo forzado», constató.

En la rueda de prensa, acompañaban al cardenal dos testigos de la represión comunista. Uno de ellos era el obispo Pavlo Vasylyk, de la eparquía de Kolomyia-Chernivtsi (Ucrania), de 77 años, quien fue encarcelado en muchas ocasiones por las autoridades soviéticas.

«Las condiciones en las que nos encontrábamos en los campos de concentración eran despiadadas, peores que las de los campos de concentración alemanes», afirmó. «El Evangelio fue para nosotros la fuente de agua viva gracias a la cual éramos no sólo personas humanas, sino también cristianos».

El 16 de mayo 1989 monseñor Vasylyk fue el jefe de una delegación que en Moscú pidió el reconocimiento de la Iglesia greco-católica ucraniana y declaró una huelga de hambre, después de que Mijaíl Gorbachov se negara a recibirles. La huelga duró tres días, pues un diputado enviado por el secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética les salió al encuentro para prometer el reconocimiento.

Intervino también intervino monseñor Tertulian Ioan Langa, de 82 años, de la eparquía de Cluj-Gherla, para testimoniar los dieciséis años que pasó en las cárceles comunistas de Rumanía, y entre otras cosas, «los ritos diabólicos» utilizados por los comunistas para obligar a hablar a los presos. Su obispo y sus maestros intelectuales y espirituales fueron «víctimas del comunismo ateo», afirmó reconociendo que no es fácil recordar en voz alta aquellos momentos.