CIUDAD DE GUATEMALA, 1 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Vivir unidos a Jesús y ser santos: son las claves para responder a la llamada misionera, según reveló el sábado pasado el cardenal Crescenzio Sepe a los jóvenes del II Congreso Americano Misionero (CAM2) recién clausurado en Ciudad de Guatemala.

«No tengáis miedo a ser santos ni a ser misioneros, porque Dios es fiel a su llamada», dijo el prefecto de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos a la multitud de jóvenes que acudieron a la Fiesta Misionera de Jóvenes en el marco del CAM2, la gran cita de la Iglesia en América celebrada del 25 al 30 de noviembre en Ciudad de Guatemala.

La misión «no es el fruto de un sentimiento o de un entusiasmo pasajero»; «si el sacramento del Bautismo nos hace misioneros, cada cristiano necesita aprender el arte del Anuncio», advirtió el enviado papal al encuentro.

Según explicó a los jóvenes, «saber dar a los demás la Buena Noticia, es algo que podemos aprender solamente siguiendo a Jesús y estando siempre con Él, si lo amamos y sentimos el deseo de darlo a conocer a los demás».

De ahí que «estar unido a Jesucristo sea la primera exigencia de la Misión» y «la escuela en la cual cada uno aprende a orientar su vida sobre los senderos de la humildad, del perdón y del anuncio».

«Jesús tiene un método sensacional para iniciar (a los Apóstoles) a la fe y a la misión: la escucha de su Palabra y la experiencia directa de la misión», explicó el cardenal Sepe.

«En un mundo que exalta la fuerza, Jesús enseña a escoger la debilidad; en un mundo que persigue el éxito, Jesús les invita a aceptar el fracaso; en un mundo que pone en primer lugar la venganza, Jesús predica el perdón», recordó.

«Para los discípulos no es fácil entender que el fracaso es una victoria, que la pobreza es una riqueza, que la debilidad es una fuerza –continuó el cardenal Sepe--. Si quieren seguir a Jesús entienden que es necesario cambiar de mentalidad, invertir la escala de valores, morir a uno mismo, abandonar los propios intereses».

Además, «Jesús colocó a sus discípulos ante la dramática prueba de su pasión y de su muerte, y al mismo tiempo, ante el hecho sorprendente de su resurrección».

«Este encuentro –añadió el purpurado--, sellado más tarde por el don del Espíritu Santo, convertirá a los discípulos en testigos de su resurrección, capaces de ser anunciadores del amor de Dios, revelado en Jesucristo, a todo el mundo».

«No es fácil cumplir esta misión en el mundo en que vivís», con las dificultades propias de una «cultura materialista y hedonista» que intenta «deslumbrar vuestras mentes y ensombrecer el ideal cristiano» y con «ilusiones efímeras» «que muchas veces llevan consigo la “muerte” de la psique y de vuestra vida moral», reconoció el purpurado.

Por ello, recordando que «la vocación misionera es la invitación de Cristo a participar en su misión redentora», señaló que el «el camino de la misión es el camino de la santidad».

«No se puede ser misionero si no se es santo», pero no se trata de «una especie de vida extraordinaria practicable sólo por algunos genios», recordó el cardenal Sepe citando palabras de Juan Pablo II.

De hecho, la llamada a la santidad, «a no contentarse con una vida mediocre», se dirige a hombres y mujeres «de carne y hueso, como vosotros, queridos jóvenes, que, siendo quienes sois y por gracia de Dios, habéis sido llamados a la fe y deseáis transmitirla como el don más grande que podéis ofrecer a los demás», explicó el purpurado.

«El Papa, que ama a los jóvenes, ama a los misioneros porque él mismo es joven de espíritu y es el primer misionero de la Iglesia. Él me ha encargado de abrazaros a todos y de bendeciros en su nombre», confirmó el purpurado a los jóvenes.