BRUSELAS, jueves 25 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- “Es necesario salir de una forma de neutralidad en la que Europa se ha encerrado con tal de no tomar postura a favor de si misma y de su historia”. Así lo afirmó ayer por la noche monseñor Rino Fisichella, durante una intervención ante la COMECE (Comisión de Episcopados de la Unión Europea).
Monseñor Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, participó ayer por la noche en una mesa redonda con la que se inauguró la plenaria de la COMECE, organismo que cumple actualmente sus 30 años de existencia.
En su intervención, el prelado subrayó la importancia de volver a proponer la fe cristiana a Europa, no solo como parte de su pasado, sino también de su futuro.
“Ninguno de nosotros debería caer en la trampa de pensar en la unión de Europa olvidando que sus raíces se hunden en una fe que ha alimentado durante siglos la convivencia y el progreso de pueblos distintos”, afirmó.
Los europeos, subrayó, “no tenemos una sola lengua, y tenemos tradiciones culturales y jurídicas distintas; sin embargo, nuestro denominador común es fácilmente identificable en el cristianismo”.
“Por ello, que nadie se ilusione sobre el futuro. No habrá una Europa realmente unida, prescindiendo de lo que ha sido. No se podrá imponer a ciudadanos tan distintos un sentido de pertenencia a una realidad sin raíces y sin alma”.
El prelado insistió en que “sólo una fuerte identidad compartida podrá erradicar formas de fundamentalismo y de extremismo que repetidamente se asoman a nuestros territorios”.
Por ello, alertó contra los “conatos de anticatolicismo cada vez más frecuentes en estos últimos años, presentes en diversos sectores de la sociedad”, exhortando a una “reacción atenta y dispuesta al menos a cuanto se reserva a otras religiones”.
“Si Europa se avergüenza de lo que ha sido, de las raíces que la sostienen y de la identidad cristiana que aún la plasma, no tendrá futuro. La conclusión podrá ser solo la de un ocaso irreversible. Si la política no es capaz de un salto de cualidad capaz de volver a encontrar un sistema de valores de referencia que vaya más allá de la imposición ideológica, la aportación a la construcción de Europa se verá comprometido”.
Europa se “eutanasia”
Sin embargo, el prelado observó que lejos de buscar soluciones, Europa sigue caminando hacia su proprio colapso, con leyes y medidas que van contra sus propios valores.
La pendiente del envejecimiento, hacia la que Europa se está dirigiendo, muestra la estación invernal de esta Unión que ha elegido el ocaso con tal de imponer un discutido derecho del más fuerte contra la vida inocente”, subrayó.
En este sentido, se refirió a los debates incipientes en el continente sobre el derecho a la eutanasia como la “última ilusión” de la sociedad europea actual.
Sin embargo, advirtió, “esta slippery slope es demasiado resbaladiza para ser defendida como derecho cuando, en cambio, esconde el miedo y la opresión de la nada, por no saber dar sentido completo a la existencia”.
Es necesario, afirmó, volver a apoyar a la familia, “si no se quiere hacer por convicción, al menos por cálculo económico”, para “evitar la decadencia de la responsabilidad social que demasiado a menudo se puede comprobar”.
Otro reto urgente es la defensa de la vida humana, desde su primer instante hasta su conclusión natural, que “supone una urgente toma de conciencia ante una forma generalizada de denatalidad y de desprecio por la vida que pone en crisis la propia supervivencia de la civilización”.
Además, afirma, el actual modelo económico propaga “una perspectiva de mercado que parece aplastar conquistas sociales alcanzadas fatigosamente a lo largo de los siglos”.
Responsabilidad de los católicos
Monseñor Fisichella afirmó que personalmente ve en el horizonte “la exigencia de crear un modelo de humanismo capaz de realizarla necesaria síntesis entre lo que es fruto de la conquista de los siglos precedentes y la sensibilidad con la que interpretamos nuestro presente”.
“Nosotros los católicos no nos quedaremos atrás en esta asunción de responsabilidad y no aceptaremos ser marginados. Estamos convencidos, de hecho, de que nuestra presencia es esencial para que el proceso en curso llegue a buen fin”.
Sin la presencia significativa de los católicos, afirma, “Europa sería en todo caso más pobre, más aislada y menos atrayente”.
Los católicos deseamos dar nuestra contribución peculiar como lo hicimos en los siglos pasados. Nos tomamos en serio el destino de los pueblos y de los individuos, porque nuestra historia nos ha hecho 'expertos en humanidad'”, concluyó.