ROMA, jueves 10 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- La emergencia educativa y el gran valor de la educación como instrumento de libertad fueron los temas centrales del discurso del cardenal Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia, en la inauguración del Año Académico en la Universidad Pontificia Lateranense.

La reflexión del purpurado partió con una provocación: “¿No es mejor que la responsabilidad del educador se limite a los confines de la transmisión del saber, del saber cómo vivir y cómo convivir?”

La pretensión de limitar la educación a una fría transmisión de “simples reglas de comportamiento”, además de”formales y privadas de contenido”, es la base del “malestar educativo que estamos atravesando”, afirmó monseñor Caffarra.

El enfoque pedagógico “reduccionista” antes mencionado es también consecuencia de un “grave error antropológico”, determinado por la contraposición entre “libertad” y “pertenencia”, y al prejuicio según el cual la persona verdaderamente libre es “la persona que no pertenece a nadie”.

La libertad, prosiguió Caffarra, “no nace de la nada” sino de “la confrontación entre la propuesta de vida (que se funda sobre una visión del mundo y del hombre) hecha por el educador, y la subjetividad de la persona que se está desarrollando, que se debe educar”.

El hecho educativo, por tanto, pone al educando en la libertad de elegir y de verificar: tiene como presupuesto “la confianza en la razón”.

Si no existiese una “verdad acerca del bien de la persona” y toda propuesta de vida fuese “una opinión no compartida racionalmente”, el educador no tendría ningún derecho a proponer su propia visión del mundo y del hombre.

Caffarra prosiguió: “si partimos de la certeza de que existe una verdad acerca del bien de la persona; que existe consiguientemente un bien común entre las personas, la eventual controversia sobre las razones de convicciones también opuestas no se convierte nunca en una controversia entre rivales. Se convierte en un encuentro entre aliados en la búsqueda común de la verdad”.

¿Cuál es, por tanto, el mejor antídoto contra el mal del relativismo educativo? A este propósito el cardenal Caffarra citó un verso de Virgilio: Incipe, parve puer, risu cognoscere matrem(Virgilio, Égloga IV, 60)”.

Los versos virgilianos significan que el hombre, desde niño, lleva dentro de sí una petición de verdad (“¿Qué es lo que es?”) y una petición de bien (“lo que es ¿me es hostil o benevolente?”), la respuesta está “en el modo en el que la madre le sonríe, lo acoge”. La verdad, por tanto, está en el bien. “Un rostro indiferente, el rostro de la esfinge no hace nacer un yo libre”, observó Caffarra.

Se llega así al descubrimiento de “una dimensión dramática de la responsabilidad del educador: el educador es responsable, es custodio de la verdad del ser, y de la verdad acerca del bien de la persona”, añadió el arzobispo de Bolonia.

El educador, por tanto, es el “responsable del nacimiento de un yo, no simplemente libre, sino verdaderamente libre porque es libremente verdadero”.

La educación no puede reducirse a la mera “instrucción”, en cuanto a que al verdadero educador no le interesa que el educando “aprenda algo”, sino “que se convierta en alguien”.

Para que la educación reencuentre un perfil humano elevado es necesario el testimonio por parte del educador: esta no es una simple enseñanza que toca sólo el intelecto sino que debe afectar íntimamente a la persona.

La coherencia del ejemplo de vida es un camino obligatorio para el educador. Si este “contradice con su comportamiento lo que propone, normalmente su propuesta no tiene ningún valor”.

No se puede pretender que el educador no se equivoque nunca, sin embargo “reconocer el error es profundamente educativo”, observó el cardenal.

Otra dimensión de la responsabilidad del educador consiste en la “responsabilidad de testificar la verdad sobre el bien de la persona”, como hizo Sócrates, definido por Caffarra como “el primer gran educador en Occidente porque testificó en contra del poder por el bien de la persona hasta sufrir la muerte”.

Tres son, en definitiva, las responsabilidades del educador: “la responsabilidad del nacimiento de un yo verdaderamente libre y libremente verdadero”; “la responsabilidad de la custodia de la verdad sobre el bien de la persona”; y “la responsabilidad del testimonio de la verdad sobre el bien del hombre”.

Según Caffarra, la fuente de esta triple responsabilidad del educador reside, siguiendo a Romano Guardini, en la responsabilidad del educando, considerado en su extraordinaria unicidad. Y es sólo el amor cristiano el que permite tomar este aspecto, ya que “la educación es un asunto del corazón”, concluyó Caffarra, citando a san Juan Bosco.