Los verdaderos mártires de Cristo no mueren con los puños cerrados, sino con las manos unidas. Hemos visto muchos ejemplos. Es Dios quien a los 21 cristianos coptos asesinados por el ISIS en Libia el 22 de febrero pasado, les ha dado la fuerza de morir bajo los golpes, murmurando el nombre de Jesús. Con este ejemplo, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha concluido su reflexión sobre la violencia y el sufrimiento que hoy vive el mundo, pero que Jesús, en la Cruz, ha vencido. Lo ha hecho durante su predicación de este Viernes Santo en la Basílica de San Pedro. Del mismo modo ha recordado a los 147 cristianos asesinados por la furia yihadista de los extremistas somalíes en Kenia.
En un clima de absoluta sobriedad y silencio, el papa Francisco entró en la Basílica y se postró, tumbado en el suelo boca abajo, en señal de adoración ante la Cruz. Durante la Liturgia de la Palabra, se ha leído el pasaje de la Pasión según san Juan.
Partiendo del “¡Ecce homo! ¡Aquí tienen al hombre!” que Pilato pronunció cuando le llevaron a Jesús, el padre Cantalamessa ha realizado la meditación tras la lectura del Evangelio.
De este modo, ha invitado a pensar en el “sufrimiento de los individuos, en las personas con un nombre y una identidad precisa” así como en las “torturas decididas a sangre fría y realizadas voluntariamente, en este mismo momento, por seres humanos a otros seres humanos, incluso a niños”. ¡Cuántos “Ecce homo” en el mundo!, ha exclamado.
También ha señalado que “los cristianos no son las únicas víctimas de la violencia homicida que hay en el mundo”, pero “no se puede ignorar que en muchos países ellos son las víctimas designadas y más frecuentes”.
Ha habido alguno --ha observado-- que ha tenido la valentía de denunciar, en la prensa laica, la inquietante indiferencia de las instituciones mundiales y de la opinión pública frente a todo esto, recordando a qué ha llevado tal indiferencia en el pasado. Al respecto, el padre Cantalamessa ha advertido que “corremos el riesgo de ser todos, instituciones y personas del mundo occidental, el Pilato que se lava las manos”.
Pero, también ha querido recordar que Jesús murió gritando: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, petición perentoria hecha con la autoridad que le viene del ser el Hijo.
Asimismo ha asegurado que la grandeza divina del perdón de Jesús “consiste en que es ofrecida también a sus más encarnizados enemigos”. Y este tipo de perdón “tiene que estar inspirado por una caridad que perdona al prójimo, sin cerrar los ojos delante de la verdad, más bien intentando detener a los malvados de manera que no hagan más mal a los otros y a sí mismos”.
Cristo ha vencido al mundo, venciendo el mal del mundo, ha recordado el predicador. Señalando además que “la victoria definitiva del bien sobre el mal, que se manifestará al final de los tiempos, ya vino, de derecho y de hecho, sobre la Cruz de Cristo”.
En el Calvario Jesús pronuncia un ¡No! a la violencia, proponiendo el perdón, la mansedumbre y el amor, ha observado el padre Cantalamessa.
La celebración ha terminado con la procesión y adoración de la Cruz y la comunión.