ROMA, jueves, 1 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Con el lema la «Tentación de creer» se ha celebrado en Roma la IX edición del Festival de Cine Espiritual «Tertio Millennio», del 22 al 27 de noviembre pasados.
El Festival ha permitido ver o volver a ver películas que han marcado la historia del cine: desde uno de los primeros trabajos de Carl Theodor Dreyer, «Páginas del libro de Satanás», de 1919, hasta el «El gran silencio» de Philip Gröning, presentado en preestreno el 23 de noviembre en colaboración con el «Infinity Festival», con asistencia de su director.
Han sido presentados en preestreno también otros filmes, como «Le grand voyage» de Ismaël Ferroukhi (2004) e «Espejo Mágico», del director portugués Manoel de Oliveira (2005).
El Festival fue organizado por la revista «Il Cinematografo», órgano del Ente del Espectáculo que preside el sacerdote monseñor Dario Edoardo Viganò, por y el Centro Experimental de Cinematografía de la Cineteca Nacional de Italia, con la aportación de la Dirección General de Cine de Italia y el apoyo de la productora Medusa Film y RAI Cine.
Paralelamente se celebró un congreso de reflexión que contó con el patrocinio de los Consejos Pontificios de Cultura y de las Comunicaciones Sociales, así como de la Filmoteca Vaticana.
El 22 de noviembre, en el saludo a los participantes en el congreso, celebrado en la Universidad Roma Tre, el presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, el arzobispo John P. Foley, dijo que «abandonarse a la tentación de creer significa encaminarse hacia la fatigosa búsqueda de la Verdad».
«En un mundo como el actual, en el que se pasa de la indiferencia religiosa al extremismo religioso –añadió–, significa responder a Dios, a pesar de la incredulidad humana nunca del todo derrotada, significa hacer un acto de valor, un salto de calidad a nivel existencial».
Y el amplio panorama de las producciones cinematográficas basadas en temas espirituales nos demuestra que el cine puede ser «un vehículo adecuado para hacernos caminar por recorridos de sentido y de espiritualidad», observó el prelado.
«Creer significa abandonarse al Misterio, dejarse seducir por la Palabra de Dios, respondiendo a esta llamada con la necesidad de salir de sí mismos para caminar hacia Dios, en un itinerario en el que la fe se acompaña con la amenaza de las dudas y con nuestra debilidad de seres humanos», añadió.
«La fe es, por tanto, una benévola tentación para nosotros, una tentación a la que hay que abandonarse suprimiendo la razón estrictamente racional, para dejar lugar a una humildad capaz de abrirse a la comprensión de la revelación de un Dios de Amor», afirmó el arzobispo estadounidense.
El 23 de noviembre, en cambio, interviniendo con una amplia ponencia en el mismo congreso, el cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, dijo que «el cine nos repite, mediante la magia de las imágenes, que todos, quizá sin saberlo, estamos jugando el juego de Dios a la búsqueda de un sentido que dar a nuestra vida, a nuestras decisiones… incluida la de creer».
En la «tentación de creer», explicó el purpurado, se da una «dialéctica entre fe y razón», en la que los dos elementos «no están en lucha, se complementan, y la razón confirma con su fuerza lo que nuestro corazón ha acogido ya, es decir a Aquél que nos habita antes aún que seamos conscientes de ello».
De la síntesis de estas dos dimensiones de nuestra vida nace «un aliento auténticamente humano, un anhelo de trascendencia que se puede rastrear en el cine, que nunca ha dejado de tener fe».
El cine se revela, además, un instrumento eficaz de investigación porque «casi rompe el velo que envuelve el misterio del hombre y lo desvela, acoge la necesidad, el deseo de ir más allá del ser humano, como si este no le bastase».
«Observar la vida cotidiana nos permite constatar lo anhelos y las transgresiones del tejido vital. Así se manifiesta en el cine una especie de «trasgresión», es decir un caminar de la persona más allá de la frontera».
«Ayer, como hoy, el problema de Dios en la vida de la persona humana, la presencia de lo sacro inscrita en la existencia de cada uno de nosotros, no se logra dejar de lado –afirmó–. El cine registra esta tensión profunda y ofrece un espacio narrativo a la pregunta interior que no deja de repetirse incluso en lo más bajo de la existencia humana».
Del mismo modo, «una experiencia cultural milenaria nos indica que los hombres no logran pensar sin El, sin referirse a Dios, o al menos a alguien Trascendente, como si fuera un polo de atracción irresistible, una relación irrenunciable, una cuestión de vida y de muerte».
«Al alba del nuevo milenio, se abren al empeño cultural de la Iglesia panoramas admirables en sus implicaciones sociales, pedagógicas e incluso espirituales, sobre todo para las jóvenes generaciones», dijo el purpurado.
«Mi propuesta es la de afrontar con valentía nuevos lenguajes y nuevos modelos narrativos, sin temor y con gran confianza en la posibilidad de comunicar valores incluso desde el mundo mediático», afirmó.
«Tengo gran confianza en el genio artístico, en la capacidad del arte, incluido el séptimo arte, de hacer visible al Invisible, de filmar al Invisible siendo fieles al lenguaje cinematográfico, de dar signos de esperanza, incluso donde vemos a veces decadencia y un futuro imposible».
«Con esta esperanza en el corazón, os dirijo hoy una invitación –más bien renuevo el compromiso de reflexionar y proponer respuestas a nuestros contemporáneos, a menudo perdidos–, de buscar un nuevo humanismo, una cultura del hombre y para el hombre», concluyó.