CIUDAD DEL VATICANO, martes, 20 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI a los obispos de Bulgaria al recibirles en visita «ad limina apostolorum» el 12 de noviembre pasado.
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Venerados hermanos en el episcopado:
El primer y espontáneo sentimiento que brota de mi espíritu al acoger vuestro saludo es de cordial gratitud por el afecto que vuestras comunidades manifiestan al Sucesor de Pedro, a través de vosotros, renovando su afirmación de fiel adhesión al depositum recibido de los Padres. Me han consolado las expresiones de comunión que, durante estos días, cada uno de vosotros me ha renovado en nombre del clero, de los religiosos y de los fieles encomendados a su responsabilidad. Consciente como soy del ministerio que estoy llamado a desempeñar al servicio de la comunión eclesial, os pido que os hagáis intérpretes de mi constante solicitud hacia todos los creyentes en Cristo.
De los coloquios, que he tenido con cada uno de vosotros, he llegado a la convicción de que la Iglesia católica en Bulgaria está viva y desea dar con entusiasmo su testimonio de Cristo en medio de la sociedad en la que vive. Os animo a proseguir por ese camino, esforzándoos por difundir el Evangelio de la esperanza y del amor, a pesar de las limitadas fuerzas a vuestra disposición: el Señor sabe suplir siempre nuestras posibles lagunas y la pobreza de los medios a nuestra disposición. Lo que cuenta no es tanto la eficiencia de la organización, sino más bien la confianza inquebrantable en Cristo, porque es él precisamente quien guía, gobierna y santifica a su Iglesia, también a través de vuestro ministerio indispensable.
Dios, en sus inescrutables designios, os ha puesto a prestar vuestro servicio eclesial al lado de nuestros hermanos de la Iglesia ortodoxa búlgara. Deseo que las buenas relaciones existentes se desarrollen ulteriormente en beneficio del anuncio del Evangelio del Hijo de Dios, principio y fin de toda acción realizada por el cristiano. A este propósito, os pido, venerados hermanos, que llevéis mi cordial saludo al Patriarca Maxim, primer jerarca de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria. Expresadle mis mejores deseos para su salud y para la feliz reanudación de su ministerio. Está aún vivo en mí el recuerdo de la respetuosa y fraterna acogida que reservó a mi amado predecesor, el Papa Juan Pablo II, durante la visita pastoral que realizó a vuestro país. Es necesario proseguir el camino emprendido, intensificando la oración para que llegue pronto la hora en que podamos sentarnos a la única mesa, para comer el único Pan de la salvación.
Sé que existe un intenso diálogo con las autoridades civiles sobre temas de interés común. Me alegro de ello, puesto que, a través del compromiso de todos, pueden identificarse los problemas que se deben afrontar juntos y los itinerarios que hay que seguir, según las oportunidades concretas, para el bien superior de todo el pueblo búlgaro, que, con razón, se siente parte de la gran familia del continente europeo. Bulgaria, formada por diversos componentes culturales y religiosos, puede llegar a ser un ejemplo de sabia integración, de colaboración y de convivencia pacífica. Y la comunidad católica, aun siendo una minoría en el contexto del país, puede desempeñar una tarea de generoso testimonio de la caridad universal de Cristo.
Después del triste período de la opresión comunista, los católicos que han perseverado con solícita fidelidad en su adhesión a Cristo sienten ahora la urgencia de consolidar su fe y difundir el Evangelio en todos los ámbitos sociales, especialmente donde es más evidente la necesidad del anuncio cristiano. Pienso, por ejemplo, en la fuerte disminución de la natalidad, el alto porcentaje de abortos, la fragilidad de tantas familias y el problema de la emigración. Me alegra saber que la Iglesia católica en Bulgaria está fuertemente comprometida en el campo social, para acudir a las necesidades de tantos pobres. Os aliento, venerados hermanos, a proseguir por este camino al servicio del pueblo búlgaro, tan querido para mí. No tengáis miedo de proponer a las generaciones jóvenes también el ideal de la consagración total a Cristo, para contribuir a dilatar cada vez más el reino de Dios. Del mismo modo, proseguid en el esfuerzo de dotar a vuestras comunidades de las estructuras que son útiles para las actividades pastorales y la práctica del culto cristiano, incluso con la ayuda de otras Iglesias y organizaciones católicas. Al respecto, he sabido con particular satisfacción que se está completando la reconstrucción de la iglesia catedral latina de Sofía, dedicada a san José.
Venerados hermanos, confiando en vuestro recuerdo orante ante el Señor, os aseguro, por mi parte, una oración especial a Aquel que es el verdadero Esposo de la Iglesia, por él amada, protegida y alimentada: Jesús, nuestro Señor, Hijo único del Dio vivo. Con estos sentimientos, os imparto de todo corazón mi bendición a vosotros, a vuestros presbíteros, a los religiosos y a las religiosas, y a todo el pueblo que Dios os ha encomendado.
[Traducción distribuida por la Santa Sede]