CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 22 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI considera que la última lección que dejó Juan Pablo II a la humanidad fue la de mostrar con su ejemplo que el sufrimiento tiene un sentido.
Al repasar este martes junto a la Curia romana los acontecimientos más destacados para la vida de la Iglesia del año 2005, el Papa comenzó reviviendo los últimos días de Karol Wojtyla.
«Ningún Papa nos ha dejado una cantidad de textos como la que él nos ha dejado; precedentemente, ningún Papa ha podido visitar, como él, todo el mundo y hablar directamente a los hombres de todos los continentes. Pero al final, le tocó un camino de sufrimiento y de silencio», explicó.
El Santo Padre, dijo, «con sus palabras y obras, nos ha dado grandes cosas; pero no es menos importante la lección que nos ha dado desde la cátedra del sufrimiento y del silencio».
«Nos dejó una interpretación del sufrimiento que no es una teoría teológica o filosófica, sino un fruto madurado a través de su camino personal de sufrimiento, recorrido por él con el apoyo de la fe en el Señor crucificado», evocó.
«Esta interpretación, que él había elaborado de la fe y que daba sentido a su sufrimiento, vivido en comunión con el del Señor, hablaba a través de su dolor mudo, transformándolo en un gran mensaje».
Ante «el espectáculo del poder del mal», que en el siglo XX asumió dimensiones dramáticas, el Papa respondió a la pregunta que todo hombre se plantea: «¿Es quizá invencible el mal? ¿Es la potencia última, auténtica, de la historia?».
«El poder que pone un límite al mal es la misericordia divina –explicó su sucesor como obispo de Roma–. A la violencia, a la ostentación del mal se le opone en la historia» «la divina misericordia».
«El cordero es más fuerte que el dragón, podríamos decir con el Apocalipsis», confirmó.
El mal, «existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, que es la entrega de sí mismo», dijo Benedicto XVI al condensar el legado dejado por Juan Pablo II
«Ciertamente nosotros tenemos que hacer todo lo posible para atenuar el sufrimiento e impedir la injusticia que provoca el sufrimiento de los inocentes», añadió.
«Sin embargo, también tenemos que hacer todo lo posible para que los hombres puedan descubrir el sentido del sufrimiento para que de este modo puedan aceptar el propio sufrimiento y unirlo al sufrimiento de Cristo».
En un momento lleno de odio y violencia, el Papa Wojtyla «nos enseñó de nuevo el amor y el sufrimiento al servicio de los demás; nos mostró, por así decir, en vivo, al Redentor, la redención, y nos dio la certeza de que el mal no tiene la última palabra en el mundo».