CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 25 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario que ha publicado la agencia vaticana Fides a la intención misionera que ha encomendado Benedicto XVI este mes de agosto a la Iglesia: «Para que la Iglesia en China testimonie una cohesión interna cada vez mayor y pueda manifestar la efectiva y visible comunión con el Sucesor de Pedro».
El comentario está firmado por el padre Vito Del Prete, del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, secretario general de la Pontificia Unión Misionera (PUM),
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Nunca una Carta del Santo Padre ha sido tan esperada y ha despertado tanto interés y curiosidad como la escrita por Papa Benedicto XVI a los fieles de la Iglesia católica que viven en la República Popular China. Los medios de comunicación, aún aquellos de tendencia fuertemente laicista, a quienes en realidad interesa poco la vida de la Iglesia, por mucho tiempo transmitieron entrevistas a personas consideradas como acreditadas, bien informadas, acerca de la fecha de publicación y los contenidos mismos de la Carta. A decir verdad, me parece que no estaban realmente interesados por la situación de los católicos chinos y por la ayuda que aquella carta podía dar, sino más bien, a las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el gobierno de la República Popular China. En efecto, después de su publicación, ha disminuido mucho el interés, y siguió el silencio de la prensa.
Esa carta en efecto no está dirigida a las autoridades del gobierno chino, si bien invita incluso a tener abiertas las puertas para un diálogo sincero entre las partes. Sino que está dirigida a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, que quieran «confirmar la fe y favorecer su unidad con los medios que son propios de la Iglesia» (4).
Son los problemas intra-eclesiales que la carta expone con delicadeza, y que aspira a solucionar, y que la Iglesia en China ya está afrontando «para superar en su interior y en sus relaciones con la sociedad civil china – tensiones, divisiones y recriminaciones» (6). Son problemas originados por la dolorosa historia de la Iglesia en China, sometida a periódicas persecuciones, de la cual la última, fue iniciada con la expulsión de todos los extranjeros al llegar el comunismo maoísta, ha tenido también el efecto de minarla desde el interior. No fue tanto el sistema de torturas, de encarcelamientos y de condenas a muerte para inducir a los cristianos a renegar de Dios y de Cristo lo que debilitó a la Iglesia. Esto ha hecho resplandecer el testimonio, que – sellado por la sangre- se convierte en semilla de otros cristianos. Pero lo que hizo débil a la Iglesia, lo que «continua también al presente a ser una preocupante debilidad» son las sospechas, las acusaciones recíprocas y las denuncias que se hacen los cristianos entre ellos.
Mao-Tze-Tong, en una de las máximas del Libro Rojo, afirmó que la única manera para destruir y reducir a la impotencia la Iglesia católica es romper su unidad entre todos los fieles, entre las Iglesias y su comunión con el Sumo Pontífice. Crear disensos en la comunidad, romper las uniones de fe y caridad que unen entre ellos todas las Iglesias en el mundo, y prohibir cualquier relación con el jefe visible de la unidad del Cuerpo de Cristo, en nombre de una autonomía y una independencia nacionalista, fueron el método y la consecuencia de este plan estratégico.
En esto un papel significativo y determinante fue desarrollado por organismos impuestos por las autoridades estatales como responsables de la vida de la comunidad católica. La referencia inmediata no parece ser más Cristo, ni tanto menos la Cabeza visible fundamento de la unidad de la Iglesia, que es el Romano Pontífice.
Ya se ha recorrido un buen entre las diferentes almas de la Iglesia en China. Poco a poco se superan las ásperas rivalidades, se apagan aquellas condenas sin llamado de una parte a la otra, acontece lentamente un camino de reconciliación, posible sólo por la purificación de la memoria y la práctica sistemática del perdón evangélico.
Es este un desafío para toda la comunidad católica en China, y no puede ser desatendida. Porque de ella también depende la eficacia de la actividad de la evangelización. También la Iglesia católica en China, en efecto, está llamada «a ser testigo de Cristo, a mirar adelante con esperanza y a medirse – en el anuncio del Evangelio con los nuevos desafíos que el Pueblo chino debe afrontar.» (3). Pero la unidad y la comunión de los fieles de Cristo son la fuerza demostrativa y el objetivo al cual tiende toda la actividad evangelizadora de la Iglesia, que aspira a formar de todos los pueblos la única familia de Dios.
En este momento delicado y rico en desafíos para la Iglesia católica en la República Popular China, estamos llamados a rezar sin interrupción al Espíritu Santo, para que los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y los laicos, que saben ya en su corazón qué quiere decir ser católicos, se empeñen por poner de manifiesto ese espíritu de comunión, de comprensión y de perdón, que es el sello visible de una auténtica existencia cristiana.