WASHINGTON, jueves, 17 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el saludo y el mensaje que entregó Benedicto XVI en la tarde de este jueves durante su encuentro con representantes de la comunidad judía con ocasión de la fiesta de Pesah (Pascua).
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Queridos amigos:
Dirijo un especial saludo de paz a la comunidad judía de los Estados Unidos y de todo el mundo, en los momentos en que ustedes se están preparando para celebrar la festividad anual de la Pesah. Mi visita a este país coincide con esta fiesta, y me permite encontrarme personalmente con ustedes y asegurarles mi plegaria, mientras recuerdan los signos y prodigios que Dios realizó para liberar a su pueblo elegido. Impulsado por nuestra común herencia espiritual, me complace confiarles este mensaje como signo de nuestra esperanza, fundada en el Todopoderoso y en su misericordia.
A la comunidad judía
en la fiesta de la Pesah
Mi visita a los Estados Unidos me ofrece la ocasión de hacer llegar un cordial y caluroso saludo a mis hermanos y hermanas judíos que están en este País y en el mundo entero. Un saludo repleto de la más intensa espiritualidad porque se acerca la gran fiesta de la Pesah. «Éste será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre» (Éxodo 12,14). Aunque la celebración cristiana de la Pascua difiere en muchos sentidos de vuestra celebración de la Pesah, la consideramos como una experiencia en continuidad con la narración bíblica de las grandezas que el Señor ha hecho por su pueblo.
En este momento de vuestra celebración más solemne, me siento particularmente cercano, precisamente porque Nostra Aetate hace una llamada a los cristianos para que recuerden siempre que la Iglesia «ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio del pueblo con el que Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza, y no puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles» (N. 4). Al dirigirme a ustedes, deseo también yo reafirmar la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre las relaciones Católico-Judías y reiterar el compromiso de la Iglesia por el diálogo, que en los últimos cuarenta años ha cambiado y mejorado fundamentalmente nuestras relaciones.
Debido a ese aumento de confianza y amistad, cristianos y judíos pueden alegrarse juntos en la profunda espiritualidad de la Pascua, un memorial (zikkarôn) de libertad y redención. Cada año, cuando nosotros escuchamos la historia de la Pascua, volvemos a esa bendita noche de liberación. Este tiempo santo del año debe ser una llamada a nuestras respectivas comunidades a buscar la justicia, la misericordia, la solidaridad con el extranjero en el territorio, con la viuda y el huérfano, como ordenó Moisés: «Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto» (Deuteronomio 24,18).
En la Pascua Sèder ustedes evocan los santos patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y las santas mujeres de Israel, Sara, Rebeca, Raquel y Lía, inicio del largo linaje de hijos e hijas de la Alianza. Con el paso del tiempo, la Alianza asume un valor cada vez más universal, como se expresa en la promesa hecha a Abraham: «Te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición… Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo» (Génesis 12,2-3). En efecto, según el profeta Isaías la esperanza de la redención se extiende a toda de humanidad: «y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos» (Isaías 2,3). Dentro de este horizonte escatológico se ofrece una perspectiva real de hermandad universal por las sendas de la justicia y la paz, que prepara el camino del Señor (cf. Isaías 62,10).
Cristianos y judíos comparten esta esperanza; somos efectivamente, como dicen los profetas, «cautivos» de esperanza (Zacarías 9,12). Esta vinculación nos permite a los Cristianos celebrar junto a ustedes, aunque según nuestro modo propio, la Pascua de la muerte y resurrección de Cristo, que consideramos inseparable de lo que es propio de ustedes, pues Jesús mismo dijo: «La salvación viene de los judíos» (Juan 4,22). Nuestra Pascua y su Pesah, aunque distintas y diferentes, nos une en nuestra esperanza común centrada en Dios y su misericordia. Ellas nos instan a cooperar unos con otros, y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para hacer de este mundo un mundo mejor para todos, mientras esperamos el cumplimiento de las promesas de Dios.
Por consiguiente, ruego con respeto y amistad a la comunidad judía que acepte mi saludo de Pesah, en un espíritu de apertura a las posibilidades reales de cooperación que vemos ante nosotros al contemplar las necesidades urgentes de nuestro mundo, y al percibir con compasión los sufrimientos por doquier de millones de nuestros hermanos y hermanas.
Naturalmente, nuestra esperanza compartida de paz en el mundo comprende el Medio Oriente y la Tierra Santa en particular. Que la conmemoración de los dones de Dios, que judíos y cristianos celebran en este tiempo festivo, inspire a todos los responsables del futuro de esa región -donde han tenido lugar los acontecimientos que rodean la revelación de Dios- renovados esfuerzos y, sobre todo, nuevas actitudes y una nueva purificación de los corazones.
En mi corazón, repito con ustedes el salmo del Hallel pascual (Salmo 118,1-4), invocando abundantes bendiciones divinas sobre ustedes:
«Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia….
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia».
Vaticano, 14 de abril de 2008
BENEDICTUS PP. XVI
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 — Libreria Editrice Vaticana]