Benedicto XVI defiende la universalidad de los derechos humanos en la ONU

Se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre

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NUEVA YORK, viernes, 18 abril 2008 (ZENIT.org).- Al visitar la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, Benedicto XVI ilustró en la mañana de este viernes el fundamento de los derechos del hombre, defendiendo su universalidad ante las interpretaciones relativistas.

La visita de tres horas que realizó el Papa al «palacio de cristal» buscaba celebrar el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, documento fundacional de la ONU.

Tras la introducción del secretario general, Ban Ki-moon, el Papa tomó la palabra ante la asamblea general –como ya lo hicieran antes que él Pablo VI y Juan Pablo II– para afirmar que los derechos humanos se basan «en la ley natural inscrita en el corazón del hombre».

En sus palabras a los tres mil asistentes, el pontífice comenzó constatando que «los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y el sustrato ético de las relaciones internacionales».

«Al mismo tiempo, la universalidad, la indivisibilidad y la interdependencia de los derechos humanos sirven como garantía para la salvaguardia de la dignidad humana», siguió indicando.

«Sin embargo –aseguró–, es evidente que los derechos reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del origen común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio creador de Dios para el mundo y la historia».

«Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones», subrayó.

Por eso, alertó el obispo de Roma, «arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos».

«Así pues, no se debe permitir que esta vasta variedad de puntos de vista oscurezca no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la persona humana, sujeto de estos derechos».

Por este motivo, recalcó «cómo el respeto de los derechos y las garantías que se derivan de ellos son las medidas del bien común que sirven para valorar la relación entre justicia e injusticia, desarrollo y pobreza, seguridad y conflicto».

«La promoción de los derechos humanos sigue siendo la estrategia más eficaz para extirpar las desigualdades entre países y grupos sociales, así como para aumentar la seguridad».

Es cierto, reconoció, que «las víctimas de la opresión y la desesperación, cuya dignidad humana se ve impunemente violada, pueden ceder fácilmente al impulso de la violencia y convertirse ellas mismas en transgresoras de la paz».

Sin embargo, «el bien común que los derechos humanos permiten conseguir no puede lograrse simplemente con la aplicación de procedimientos correctos ni tampoco a través de un simple equilibrio entre derechos contrapuestos».

Para el Papa, «la Declaración Universal tiene el mérito de haber permitido confluir en un núcleo fundamental de valores y, por lo tanto, de derechos, a diferentes culturas, expresiones jurídicas y modelos institucionales».

«No obstante, hoy es preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para reinterpretar los fundamentos de la Declaración y comprometer con ello su íntima unidad, facilitando así su alejamiento de la protección de la dignidad humana para satisfacer meros intereses, con frecuencia particulares».

La Declaración, recordó, fue adoptada como un «ideal común» (preámbulo) y «no puede ser aplicada por partes separadas, según tendencias u opciones selectivas que corren simplemente el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana y por tanto la indivisibilidad de los derechos humanos».

Para Benedicto XVI los derechos humanos no son simples medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por quienes están en el poder.

«Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional, que es su fundamento y su fin», indicó.

Por el contrario, la Declaración Universal ha reforzado la convicción de que «el respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza vinculante de las proclamaciones internacionales».

Por eso, recordó, a los derechos les siguen también deberes, algo que el Papa explicó citando a uno de sus autores favoritos, Agustín de Hipona, quien decía «no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti» y esto, aclaró recordando al obispo africano del siglo V, «en modo alguno puede variar, por mucha que sea la diversidad de las naciones».

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ZENIT Staff

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