«Nadie puede pedir a un hospital católico aborto o eutanasia»

Alerta el padre Mozzetta en una mesa redonda del dicasterio para la Salud

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ROMA, lunes, 21 abril 2008 (ZENIT.org).-  Mantener la propia identidad, la concepción del hombre, y brindar el valor añadido propio del cristianismo: así debe ser la presencia de la sanidad católica en el mercado, afirma el padre Aurelio Mozzetta en una mesa redonda organizada por el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud (www.healthpastoral.org).

«Hospitales católicos, ¿qué futuro?» fue el tema de esta convocatoria celebrada en Roma el pasado jueves, con ocasión de la difusión de las actas del III Congreso Mundial de la AISAC (Asociación Internacional de las Instituciones Sanitarias Católicas) -3 al 5 de mayo de 2007–.

Invitado por el dicasterio, el general de la Congregación [hospitalaria] de los Hijos de la Inmaculada Concepción, afrontó la cuestión de «La sanidad católica entre carismas y mercado» desde su propia experiencia.

Existe un «valor añadido cristiano a ofrecer en el mercado» –recordó el padre Mozzetta–: es propio de la sanidad católica brindar «un servicio religioso puntual y preciso, y una praxis consciente de acogida del enfermo, propia de una explícita «filosofía cristiana» (pastoral) de la salud».

«No queremos ser agrupados con quienes hacen de la salud una mercadería –añade–: a igualdad de prestaciones, objeto de libre concurrencia, la sanidad católica se debe caracterizar por su visión del hombre y del hombre enfermo».

Es debida la «competencia y calidad» del hospital católico en su presencia en el mercado, «pero, en el respeto de la libertad religiosa y de pensamiento, nadie nos puede pedir que renunciemos a nuestra concepción del hombre y de Dios -alerta el sacerdote–, ni contradigamos nuestra identidad eclesial ni practiquemos abortos o eutanasias».

Centrándose en el vínculo entre sanidad católica y congregaciones religiosas, el padre Mozzetta precisa conceptos: las congregaciones cumplen las obras de la Iglesia. «Nosotros, que nos ocupamos de los enfermos, podemos hacerlo porque la comunidad eclesial nos da los recursos o porque trabajando, según el ejemplo de los Fundadores [de cada congregación] no sólo nos ocupamos del enfermo, sino que obtenemos de nuestra actividad también los medios de subsistencia», expresa.

Pero actualmente la situación es de crisis: frente a la complejidad de la permanencia en el mercado, los religiosos tienden a reducir su compromiso directo, circunscribiéndose a las capellanías, «declarando la propia imposibilidad de confrontarse en términos competitivos, dado que sostienen que el mercado no es para ellos ni ellos para el mercado», observa el superior; «las instituciones católicas pierden progresivamente la capacidad de permanecer en el mercado, de forma que se acaba por ceder las estructuras al negocio privado».

Con todo, «lo específico de los religiosos en sanidad es mucho más que la sola propiedad y la capellanía, y nos compromete en una presencia capaz de aceptar el reto del mercado», alertó el padre Mozzetta ante representantes –convocados por el dicasterio de la Salud– de órdenes religiosas hospitalarias, instituciones vaticanas y eclesiásticas, asociaciones sanitarias católicas, institutos sanitarios, institutos universitarios y exponentes de los medios.

«No queremos renunciar a la «propiedad» porque no somos sólo gestores o trabajadores, sino depositarios de un mandato, y la propiedad y riqueza nacida de la austeridad y no de la explotación está orientada a la caridad –aclaró–; no queremos renunciar a la «gestión» porque no somos sólo propietarios o dependientes, sin portadores de valores diferentes y elevados; ni queremos renunciar a la «prestación de obra», la cercanía al enfermo, porque no somos sólo propietarios o gestores, sino apóstoles de la caridad».

En su opinión, la presencia de los religiosos en el campo sanitario significa una intervención realmente integral que abarque «la acogida y atención del enfermo, cercanía, acompañamiento, atención espiritual, preparación, profesionalidad, gestión, «management», investigación científica y producción de fármacos, compromiso de cultura y también presencia en la política sanitaria».

«Las congregaciones pueden intervenir en el espacio de mercado si saben estar en él -recalca el padre Mozzetta–, en el respeto de las leyes económicas y con directivos preparados y competentes, dando por descontado que cada religioso sepa proporcionar su prestación de obra con competencia cualificada».

«Unidad, totalidad e integralidad de la intervención son los verdaderos «deberes» de la sanidad religiosa, que emergen de la raíz de nuestros carismas -subraya– y no de meros movimientos de repliegue contra la crisis, el envejecimiento o la negación de nuestros derechos por parte de los organismos públicos».

Y es que la vida religiosa es capaz de «hacer el hospital y gestionarlo adecuadamente», «situarlo en el mercado», «prestar atención directa, médica y espiritual», «agregar laicos y religiosos en torno a un proyecto» y «promover una nueva cultura de la sanidad», asegura.

Consciente de que «sanidad y mercado» es un reto para toda la vida religiosa, por ejemplo, en la cuestión empresarial, el padre Mozzetta propone soluciones, partiendo de que «una comunidad religiosa no es una empresa, pero puede poseer y dirigir una empresa», con los debidos requisitos éticos y legales.

«Si los religiosos y sus carismas quieren estar en el mercado, deben confrontarse con la empresa», considera.

En un mismo contexto y lugar, ninguna congregación quiere perder su identidad, así que «lo que debemos unir no son las congregaciones, sino las empresas de las congregaciones» –sugiere–; tales empresas «son propiedad de las congregaciones, dirigidas por ellas, pero de ellas legalmente distintas», de forma que «se puede pensar en un proyecto que las reúna, que racionalice el sistema propietario», «que unifique la dirección», «que elimine las concurrencias indebidas».

Ello daría «mayor poder contractual respecto a los entes públicos, el sistema crediticio y las organizaciones de los trabajadores», una «organización más eficaz del trabajo y los servicios», y supondría «un sujeto económico» «capaz de valorar el patrimonio inmobiliario, el ahorro y la inversión de todos aquellos que están interesados en unas finanzas no sólo genéricamente éticas, sino específica y declaradamente «católicas»», concluye.

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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