El Vaticano afronta en la ONU las implicaciones de la inmigración urbana

Intervención del arzobispo Celestino Migliore

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NUEVA YORK, miércoles, 23 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, el arzobispo Celestino Migliore, ante la última reunión del Consejo Económico y Social celebrada en Nueva York sobre el tema: «Monitorear la población, prestando particular atención a la distribución de la población, la urbanización, la inmigración interna y el desarrollo».

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Señor presidente:

Esta sesión de la Comisión sobre Población y Desarrollo llega a este momento histórico en el que, por primera vez en la historia el número de habitantes urbanos superará al número de gente que vive en áreas rurales. Esta sesión, por tanto, nos llama a reflexionar sobre este fenómeno y a hacer inventario de las oportunidades y desafíos que se plantean.

La urbanización de las poblaciones del mundo ofrece nuevas oportunidad para el crecimiento económico. Con acceso a sueldos más elevados y a mejores servicios como la educación, la salud, el transporte, las comunicaciones, medios para hacer potable el agua, los emigrantes de áreas rurales a urbanas tienen más propensión de avanzar en su desarrollo personal y social.

Al afrontar las cuestiones de la emigración y el desarrollo tenemos que poner en primer lugar las necesidades y las preocupaciones de las personas. Poner la persona humana al servicio de consideraciones económicas o ambientales crea el efecto inhumano de tratar a las personas como meros objetos y no como sujetos.

La migración y la urbanización de las sociedades no deberían medirse solamente en términos de impacto económico. Al buscar los modos para afrontar los serios desafíos que plantean las migraciones masivas internas y transnacionales, no hay que olvidar que en el corazón de este fenómeno se encuentra la persona humana. Por tanto, deberíamos afrontar los motivos por los que la gente emigra, los sacrificios que hace, las angustias y las esperanzas que acompañan a los emigrantes. La migración con frecuencia produce tensión a los emigrantes, pues dejan atrás sus familias y amigos, las redes socio-culturales y espirituales.

Como ilustra adecuadamente el informe del secretario general, mientras la urbanización ha creado mejores oportunidades para individuos y sus familias, la mudanza de asentamientos agrícolas a centros urbanos también ha creado una miríada de desafíos. De hecho, nuevos problemas ambientales, sociales y económicos surgen con el nacimiento de las «mega-ciudades».Pero la consecuencia más apremiante y dolorosa de la rápida urbanización es el aumento de personas que viven en los cinturones de pobreza. En el año 2005, más de 840 millones de personas en el mundo vivían en estas condiciones. Al faltarles casi todo, estos individuos pueden perder el sentido de su propio valor y de su inherente dignidad. Quedan atrapados en un círculo vicioso de extrema pobreza y marginación. Invaden propiedades del Estado o de los demás. Se sienten sin el poder de contar con los servicios públicos más básicos. Los niños no van a la escuela sino a escarbar en basureros buscando encontrar algo que les permita vivir a duras penas. Los responsables políticos y la sociedad civil deben poner a estas personas y sus preocupaciones entre las prioridades de sus decisiones.

Mientras la urbanización ofrece un claro crecimiento en términos de desarrollo económico, no tenemos que perder de vista los desalentadores desafíos que tienen que afrontar las comunidades rurales, en particular las de los países en vías de desarrollo. Si queremos alcanzar los Objetivos para el Desarrollo del Milenio antes del año 2015, hay que preocuparse más por esas comunidades, en las que aproximadamente 675 millones de personas siguen careciendo de agua salubre y dos millones viven sin acceso a la sanidad básica. Las políticas nacionales e internacionales deberían asegurar que las comunidades rurales tengan acceso a una mayor calidad de vida y a más servicios sociales.

Señor presidente:

Por su parte, la Santa Sede y sus instituciones siguen comprometidas para afrontar las preocupaciones de todos los emigrantes y para encontrar maneras de colaborar con todos para asegurar un adecuado balance entre las justas preocupaciones del Estado y las de los las personas individuales. Ayudar a los emigrantes a responder a sus necesidades básicas no sólo les ayuda en su mudanza sino que además les apoya para mantener unidas sus familias. Es también una manera positiva de alentarles a convertirse en productivos, responsables, respetuosos de la ley, y activos en el bien común de la sociedad.

Gracias, señor presidente

[Traducción del original inglés realizada por Jesús Colina]

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ZENIT Staff

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