CIUDAD DEL VATICANO, martes, 3 febrero 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI presentó en la noche de este lunes al apóstol Pablo como ejemplo para los consagrados a Dios, en el día en el que se celebraba la jornada que les ha dedicado la Iglesia.
Las palabras del Papa resonaron en la Basílica Vaticana, llena de religiosas, religiosos, y miembros de institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, tras la celebración eucarística presidida por el cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación vaticana dedicada a su seguimiento.
Presentando el ejemplo ofrecido por san Pablo, nacido hace dos mil años, motivo por el cual el Papa ha proclamado el año paulino, subrayó cómo inspiró su vida misionera en los consejos evangélicos de la pobreza, la castidad y la obediencia.
Se trata de los tres votos que pronuncian los religiosos en el momento en el que consagran públicamente su vida a Dios.
«En la vida de pobreza vio la garantía de un anuncio del Evangelio realizado de modo totalmente gratuito, que expresa al mismo tiempo la concreta solidaridad con los hermanos necesitados», afirmó el obispo de Roma.
«Acogiendo la llamada de Dios a la castidad, el Apóstol de las Gentes donó todo su corazón al Señor para poder servir con aún mayor libertad y dedicación a sus hermanos; además, en un mundo en el que los valores de la castidad cristiana tenían escasa ciudadanía, ofrece una referencia de conducta segura».
Por lo que se refiere al tercer consejo evangélico, la obediencia, Benedicto XVI manifestó «que el cumplimiento de la voluntad de Dios y la responsabilidad diaria, el desvelo por todas las Iglesias animaron, plasmaron y consumieron su existencia, ofrecida como sacrificio agradable a Dios».
El Papa también presentó a los consagrados la figura de san Pablo como misionero.
«En él, tan íntimamente unido a la persona de Cristo, reconocemos una profunda capacidad de conjugar vida espiritual y acción misionera; en él las dos dimensiones se reclaman recíprocamente».
Benedicto XVI se despidió de los consagrados dejándoles un consejo: meditar «cada día la Palabra de Dios con la práctica fiel de la lectio divina«, la lectura orante de la Biblia.