A propósito del bus ateo

Por monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Palencia

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PALENCIA, sábado, 7 febrero 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Palencia, con el título «Con serenidad y fortaleza» a propósito de la publicidad atea en autobuses de varias ciudades de Europa.

 

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La Conferencia Episcopal Española publicó el pasado 23 de enero una Nota de prensa, con el título: «Una publicidad lesiva de la libertad religiosa, en autobuses públicos». La Nota pide a las autoridades civiles competentes la tutela del ejercicio pleno del derecho de libertad religiosa, de forma que la libertad de expresión no pueda ser esgrimida como excusa para ofender deliberadamente las convicciones más intimas de otros ciudadanos.

Resulta sorprendente que la presencia de un crucifijo en la pared de un colegio público, se considere lesiva del derecho aducido por un solo padre, mientras que la exhibición publicitaria de un mensaje injurioso contra los creyentes en los autobuses urbanos, con evidente intención de agravio, se estime perfectamente admisible. Ciertamente, la lógica del laicismo es bastante peculiar…

¿Por qué es una blasfemia?

La Nota razona de la siguiente forma: «Insinuar que Dios probablemente sea una invención de los creyentes y afirmar además que no les deja vivir en paz ni disfrutar de la vida, es objetivamente una blasfemia y una ofensa a los que creen».

«Dios es amor» (cfr 1 Jn 4, 8) y es la fuente de la felicidad del hombre. El ateísmo más militante suele sostener que la existencia de Dios es incompatible con la libertad humana. Dios es presentado como un tirano que nos conduce a vivir angustiados y amargados. Es difícil formular una blasfemia más contraria al rostro de Dios revelado en la Biblia: Dios es el Padre misericordioso que derrama sus gracias sobre todos sus hijos, incluyendo quienes le ofenden o le ignoran. El dolor que sentimos los creyentes ante una campaña de este tipo, es similar al que podría experimentar un ateo al leer con sorpresa en una valla publicitaria: «Libérate de tus padres y serás feliz».

Blasfeman, luego existe

Más allá de la ofensa a Dios y de la falta de respeto a las convicciones de los creyentes, es muy probable que, por esas «carambolas» de la providencia divina, esta campaña injuriosa acabe teniendo resultados beneficiosos en sus destinatarios. De hecho, nuestra cultura actual ignora la cuestión de Dios, por entender que es un asunto privado que debe ser expulsado de la vida pública, y la noticia religiosa suele reducirse a criticar a la Iglesia. Sin embargo, esta campaña trae la cuestión de Dios al centro del debate, aunque sea de una manera impropia y maliciosa.

En efecto, son muchos los que se plantean en estos días cuál es el concepto de Dios del que han partido los autores de esta campaña, y si verdaderamente coincide con el Dios Padre revelado por Jesucristo y predicado por la Iglesia. Además, no deja de ser sorprendente que quienes se consideran ateos, gasten su dinero en intentar convencer a los demás de que Dios no existe. ¿Qué beneficio pueden sacar de este «apostolado»? Difícilmente nosotros invertiríamos nuestros bienes, por poner un ejemplo, para advertir a los demás de que no existen los extraterrestres, si no creemos en ellos. Es decir, este tipo de campañas promovidas por asociaciones militantes del ateísmo, lejos de aportar ningún dato objetivo contra la existencia de Dios, acaban por resultar un «espejo» de la conciencia incómoda de quien las pone en marcha. No sería lógico suponer que quien viviese pacíficamente su increencia, fuese a embarcarse en estas empresas publicitarias. Hoy también, siguen haciéndose realidad las palabras del Evangelio que se refieren a Cristo como signo de contradicción ante el que nadie permanece indiferente (cfr. Lc 2, 34).

Serenidad y mansedumbre, fortaleza y valentía

La Nota de la Conferencia Episcopal Española que estamos comentando, concluye con esta equilibrada invitación: «Los católicos respetarán el derecho de todos a expresarse y estarán dispuestos a actuar, tanto con serenidad y mansedumbre ante las injurias, como con fortaleza y valentía en el amor y la defensa de la verdad».

Esta conclusión final es muy importante, porque nos ofrece una orientación sobre el talante con el que los cristianos debemos afrontar este tipo de injurias: Tan incorrectas e impropias serían las reacciones indolentes, como las agresivas, o como las equidistantes.

Sabemos de sobra que nadie hubiese permitido un lema publicitario formulado en los siguientes términos: «Probablemente Alá no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida». Es evidente que estas blasfemias que se lanzan en Occidente, son un abuso de los principios de respeto y tolerancia sembrados por el cristianismo. Pero, sin embargo, no nos avergonzamos del Evangelio; y deseamos ser seguidores de aquellas palabras de Jesús que nos piden «guardar la espada» (cfr. Jn 18, 11); al mismo tiempo que responder con la misma firmeza y serenidad con que Cristo se dirigió al soldado que le abofeteaba: «Si he hablado mal, dime en qué. Pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18, 23).

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ZENIT Staff

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