CIUDAD DEL VATICANO, lunes 16 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso de Benedicto XVI a los obispos de Nigeria, presentes en Roma con motivo de la visita ad limina apostolorum, a quienes recibió el pasado sábado por la mañana en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano.
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Queridos hermanos obispos:
Os doy la bienvenida con gran alegría a vosotros, los obispos de Nigeria, en vuestra visita ad limina a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Como Sucesor de Pedro espero que este encuentro estreche nuestro lazo de comunión y amor fraterno y os permita renovar juntos la sagrada responsabilidad que ejercéis en la Iglesia. Agradezco al arzobispo Job por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Por mi parte, estoy contento de expresar mis sentimientos de respeto y gratitud a vosotros y a todos los fieles de Nigeria.
Hermanos, desde vuestra última visita ad limina el Todopoderoso ha bendecido a la Iglesia de vuestro país con un generoso crecimiento. Esto es visible especialmente en el número de nuevos cristianos que han recibido a Cristo en sus corazones y han aceptado gozosos a la Iglesia como !el pilar y baluarte de la verdad» (1 Tim 3,15). Las abundantes vocaciones al presbiterado y a la vida religiosa son también un claro signo de la obra del Espíritu en vosotros. Por estas gracias doy gracias a Dios y os expreso mi aprecio a vosotros y vuestros sacerdote, religiosos y catequistas que han trabajado en la viña del Señor.
La expansión de la Iglesia requiere un cuidado especial en la planificación diocesana y en la formación del personal a través de las actividades de formación que estáis llevando a cabo, para facilitar la necesaria profundización en la fe de vuestro pueblo (cf. Ecclesia in Africa, 76). Por vuestros informes veo que conocéis bien los pasos básicos que se requieren: enseñar el arte de la oración, animar a la participación en la liturgia y los sacramentos, predicación sabia y adecuada, instrucción catequética y guía moral y espiritual. Sobre este fundamento la fe florece en virtudes cristianas, y hace surgir parroquias vibrantes y generosas al servicio de la comunidad en general. Vosotros mismos, con vuestros sacerdotes debéis guiar con humildad, desprendimiento de las ambiciones del mundo, oración, obediencia a la voluntad de Dios y transparencia en la gestión pública. De esta forma seréis signo de Cristo el Buen Pastor.
La celebración de la liturgia es una fuente privilegiada de renovación de la vida cristiana. Os felicito por vuestros esfuerzos para mantener el equilibrio adecuado entre los momentos de contemplación y los gestos externos de la participación y la alegría en el Señor. Con este fin es necesario atender a la formación litúrgica de los sacerdotes y evitar excesos extraños. Continuad por este camino teniendo en cuenta que el diálogo de amor y veneración con el Señor es aumenta por la práctica de la adoración eucarística en las parroquias, comunidades religiosas y otros lugares adecuados (cf. Sacramentum Caritatis, 67).
El próximo Sínodo de los Obispos para África abordará entre otros temas la cuestión de los conflictos étnicos. La maravillosa imagen de la Jerusalén del Cielo, la congregación de innumerables hombres y mujeres de toda tribu, lengua, pueblo y nación que han sido redimidos por la sangre de Cristo (cf. Ap 5,9), os anima a afrontar el desafío de los conflictos étnicos allí donde se presenten, incluso en la Iglesia. Expreso mi aprecio aquellos que han aceptado la misión pastoral fuera de los límites de su propio grupo regional o lingüístico, y agradezco a los fieles y al pueblo que os dan la bienvenida y os apoyan. Vuestra disposición de adaptaros a los demás es un signo elocuente, de la nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc 3,31-35), en la Iglesia no hay lugar para ningún tipo de división. Los catecúmenos y los neófitos deben ser llevados a aceptar esta verdad cuando realizan su compromiso con Cristo y con una vida en el amor cristiano. Todos los creyentes, especialmente los seminaristas y los sacerdotes, deben crecer en generosidad y madurez permitiendo que el mensaje del Evangelio purifique y haga superar cualquier estrechez de las perspectivas locales.
La selección con sabiduría y discernimiento de los seminaristas es vital para el bienestar espiritual de vuestro país. Su formación personal debe asegurarse mediante la dirección espiritual regular, el sacramento de la reconciliación, la oración y la meditación de la Sagrada Escritura. En la Palabra de Dios los seminaristas y sacerdotes encontrarán los valores que distinguen al buen sacerdote que está consagrado al Señor en cuerpo y alma (cf. 1 Cor 7,34). Aprenderán a servir con dedicación personal y caridad pastoral a quienes están confiados a su cuidado, fortalecidos por la gracia que está en Cristo Jesús (cf. 2 Tim 2,1).
Quisiera subrayar la tarea del obispo de apoyar la importante realidad social y eclesial del matrimonio y la vida familiar. Con la cooperación de sacerdotes y laicos bien preparados, expertos y pareas casadas, debéis ejercer con celo y responsabilidad vuestra solicitud en este área de prioridad pastoral (cf. Familiaris Consortio, 73). Los cursos de novios, y la enseñanza catequética general y específica sobre el valor de la vida humana, el matrimonio y la familia reforzarán a los fieles ante los desafíos que les presentan los cambios en la sociedad. De la misma forma no dejéis de animar a las asociaciones o movimientos que ayuden válidamente a las pareas casadas a vivir su fe y sus compromisos matrimoniales.
Como un importante servicio a la nación, habéis mostrado vuestro compromiso en el diálogo interreligioso, especialmente con el Islam, en el que se están forjando, con paciencia y perseverancia, fuertes relaciones de respeto, amistad y cooperación práctica con los miembros de otras religiones. A través de vuestros esfuerzos como promotores diligentes e incansables de buena voluntad, la Iglesia llegará a ser un más claro signo e instrumento de comunión con Dios y de unidad entre toda la raza humana (cf. Lumen Gentium, 1).
Vuestra dedicación a aplicar los principios católicos para aportar luz a los actuales problemas nacionales es muy apreciada. La ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano (cf. World Day of Peace Message 2009, 8), y el Evangelio, correctamente comprendido y aplicado a las realidades civiles y políticas, no reducen en ningún caso la gama de opciones políticas válidas. Al contrario, constituyen una garantía que se ofrece a todos los ciudadanos de una vida en libertad, con respeto a su dignidad como personas, y protección ante la manipulación ideológica y el abuso basado en la ley del más fuerte (cf. Discurso a la Plenaria de la Comisión Teológica Internacional, 5 diciembre 2008). Con confianza en el Señor, seguid ejerciendo vuestra autoridad episcopal en la lucha contra las prácticas injustas y la corrupción, y contra todas las causas y las formas de discriminación y criminalidad, especialmente ante el trato degradante contra la mujer y la deplorable práctica del secuestro de niños. Promoviendo la Doctrina Social católica ofrecéis vuestra leal contribución al país y ayudáis a la consolidación de un orden nacional basado en la solidaridad y en la cultura de los derechos humanos,
Queridos hermanos obispos, os exhorto con las palabras del Apóstol Pablo: «velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor» (1 Cor 16,13-14). Por favor transmitid mis saludos a vuestro querido pueblo, especialmente a tantos creyentes que dan testimonio de la esperanza en Cristo a través de la oración y los sufrimientos (cf. Spe Salvi, 35 y 36). Mi caluroso afecto se dirige a aque
llos que están al servicio de la familia, de las parroquias y de las misiones, en las áreas de educación, sanitaria y otras esferas de la caridad cristiana. Os encomiendo a vosotros y a quienes están confiados a vuestro cuidado pastoral a las oraciones del Beato Cyprian Michael Iwene Tansi y a la protección maternal de María, Madre de la Iglesia, y os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.
[Traducción del original en inglés por Inma Álvarez
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]