CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 20 febrero 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado la presidencia de la Pontificia Comisión para América Latina con motivo del Día de Hispanoamérica en las diócesis de España, que se celebrará el domingo 1 de marzo de 2009.
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1. La Pontificia Comisión para América Latina, con motivo de la celebración del día de Hispanoamérica en este 2009, saluda cordialmente a todos los fieles de la Iglesia en España, invitándolos a proclamar nuestra fe en Cristo Resucitado anunciando a todos, con un renovado espíritu misionero, que Él es la Palabra hecha carne, que «ha puesto su morada entre nosotros» (Juan 1, 14).
El lema escogido, «América con Cristo, vive la misión», en sintonía con el reciente Congreso Americano Misionero (CAM3), hace referencia a dos realidades íntimamente unidas. Por una parte, nos recuerda el llamado a ir al mundo entero para «hacer discípulos» de Jesús; pero por otra, nos reafirma en una seguridad que tiene su fundamento en la promesa misma del Maestro: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 19-20). Esto nos debe llevar a ser conscientes de que América vive la misión «con Cristo» y de que en la tarea de hacer que el Evangelio cale hasta lo más hondo del corazón humano y llegue a cada confín de la Tierra, nuestra fuerza no se limita a las condiciones y capacidades humanas, sino que tiene su origen y su fuerza en la vida misma de quien es Palabra encarnada.
2. La presente Jornada se celebra, además, en un contexto en el que han confluido dos eventos eclesiales de trascendental importancia. En primer lugar, estamos viviendo un año dedicado a la figura del apóstol san Pablo, cuyo ejemplo resulta particularmente iluminador frente a lo que implica el anuncio cristiano. Hoy más que nunca resuenan con fuerza las palabras del apóstol de las gentes: «¡Ay de mí si no predico el Evangelio» (1 Corintios 9, 16). Estas palabras, como afirmó recientemente el Papa Benedicto XVI, constituyen un «grito que para todo cristiano se convierte en invitación insistente para ponerse al servicio de Cristo» (S. S. Benedicto XVI, Homilía en la inauguración de la XII asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, 5 de octubre de 2008).
La Iglesia, en los distintos continentes, se está esforzando por acoger y aplicar, de manera concreta en el trabajo pastoral y en la vida de los fieles, las reflexiones de la reciente XII asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos que se celebró en Roma y que tuvo como centro «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». Dicha asamblea episcopal ha sido una ocasión privilegiada para recordar una vez más la necesidad fundamental que todo cristiano tiene de colocar en el centro de su vida la Palabra de Dios y de acogerla en la más profundo de su ser, ya que acoger la Palabra es acoger al mismo Cristo como nuestro único Redentor, puesto que Él es el Reino de Dios en persona que ha venido a iluminar todos los ámbitos de la humanidad.
Para ser anunciadores de la Palabra, por lo tanto, es necesario conocerla personalmente. «En efecto –afirma el Santo Padre–, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia para que su predicación sea creíble, a pesar de las dificultades y las pobrezas de los hombres que la componen» (Idem).
3. Estos dos acontecimientos eclesiales que estamos viviendo nos lleva a reafirmar nuestra conciencia acerca del carácter universal del llamado misionero. La celebración del día de Hispanoamérica nos invita en particular, una vez más, a poner nuestra mirada en la realidad de América Latina. Se trata de una realidad compleja, que en la actualidad experimenta cambios vertiginosos en los diferentes ámbitos de la vida política, económica, social, e incluso religiosa, que ejercen una notoria influencia, no siempre positiva, en la vida privada de las personas y exigen, por lo tanto, la mirada atenta de la Iglesia.
Se trata de un fenómeno que tiene alcance mundial y al cual hacían referencia los obispos de América Latina, cuando se reunieron en Aparecida, en mayo de 2007, con ocasión de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. En el Documento Conclusivo, en un capítulo dedicado al análisis general de la realidad, afirmaban que «un factor determinante de los cambios es la ciencia y la tecnología […] con su capacidad de crear una red de comunicaciones de alcance mundial, tanto pública como privada, para interactuar en tiempo real, es decir, con simultaneidad, no obstante las distancias geográficas», y notaban que «esta escala mundial del fenómeno humano trae consecuencias en todos los ámbitos de la vida social, impactando la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, la religión» (Aparecida, 34-35).
La abundancia de ofertas que ofrece la tecnología y el acceso casi ilimitado a la información, son realidades de nuestro contexto actual que, aún siendo buenas en sí mismas en cuanto expresión del progreso humano, han traído aparejadas una aguda crisis de sentido y de valores, como también una grave dificultad, cada vez más común entre las personas, para ver el mundo exterior con objetividad y entrar en contacto con la Verdad.
A ello habría que sumar el contexto social, económico y político de América Latina, marcado por la miseria y por las diferencias cada vez más profundas entre ricos y pobres, y en el que quisieran surgir nuevamente modelos ideológicos que ya anteriormente se han demostrado ineficaces como respuesta a los problemas sociales. En la sesión inaugural de la mencionada V Conferencia General de Aparecida, el Santo Padre hacía referencia a «las estructuras que crean injusticia», de las que tanto se ha hablado en el pasado, y explicaba a su vez que «las estructuras justas son […] una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal» (discurso de Su Santidad Benedicto XVI, domingo, 13 de mayo de 2007).
4. No son, pues, las mismas realidades políticas o sociales las que contienen la respuesta a la crisis de valores. Ésta se ha de encontrar sólo poniendo a Dios en el centro. En ello se ha de concentrar la misión actual de la Iglesia. «Donde Dios está ausente –el Dios del rostro humano de Jesucristo– estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos» (Idem).
América Latina en la actualidad necesita rescatar y reafirmar los valores cristianos que están en la raíz de su cultura y de sus tradiciones. Es urgente y necesario hacer llegar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.
¿Cómo responder ante estos desafíos? ¿Cómo dar una solución auténtica y verdaderamente satisfactoria a esta realidad tan cambiante, en la que los valores que la cultura hodierna difunde están cada vez más en contraste con la realidad del Evangelio? El Santo Padre, en aquella misma ocasión, con palabras cargadas de acento existencial y con un agudo realismo, nos recordaba una gran verdad: «Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano» (Idem.).
Cómo no recordar, ante la crisis de fe que se está viviendo, aquella afirmación del apóstol Pedro, cargada de sencillez y al mismo tiempo tan profunda: «Se
ñor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6, 68). Hemos de volver entonces sobre la única respuesta que es capaz de dar al ser humano una esperanza firme frete a sus interrogantes y una seguridad verdadera y sólida. Ante la crisis de fe en el presente de América Latina urge dar a conocer a Cristo y anunciar su Palabra con ardor a los hombres y mujeres del continente, para lo cual debemos fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios.
Cada vez con mayor fuerza hemos de ser conscientes de que «el anuncio de la Palabra», siguiendo a Cristo, tiene como contenido el Reino de Dios (cf. Marcos 1, 14-15), pero el Reino de Dios es la persona misma de Jesús, que con sus palabras y sus obras ofrece la salvación a los hombre de todas las épocas (S. S. Benedicto XVI, Homilía en la inauguración de la XII asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, 5 de octubre de 2008).
5. Resulta por consiguiente muy iluminadora la figura de san Pablo, quien al enfrentar los desafíos de un ambiente hostil al anuncio del Evangelio tomó su fuerza del encuentro real con quien es la Palabra en persona. Quién mejor que él puede enseñarnos que el Evangelio anunciado no es «de orden humano», sino al revelación misma de Jesucristo (Cf. 1 Gálatas 1, 11), que es el mismo Dios hecho hombre que sale a nuestro encuentro de manera personal. En la audiencia general del 10 de septiembre de 2008, el Papa explicaba que la nueva condición de San Pablo, después de su encuentro con Cristo Resucitado y de su conversión, es la de «apóstol» y que aquello que lo constituye en propiamente tal es la experiencia de «haber visto al Señor» (Cf. 1 Corintios 9, 1), es decir, «haber tenido con él un encuentro decisivo para la propia vida» (S. S. Benedicto XVI, audiencia general del 10 de septiembre de 2008).
Anunciar el Evangelio, como lo podemos ver en la acción misionera del apóstol Pablo, no consiste en una fría transmisión de una doctrina, sino fundamentalmente en testimoniar la propia experiencia de encuentro con una persona, con Jesucristo mismo, que constituye la única realidad que tiene la fuerza de abrir el corazón de los hombres al contacto con la Verdad.
Es por ello que ¡sólo unidos a Cristo, sólo con Cristo, América vive la misión!
6. La Pontificia Comisión para América Latina renueva en este Día de Hispanoamérica su invitación al compromiso misionero en el Continente de la Esperanza y anima a los sacerdotes y religiosos, que sientan en su corazón el ardor y el deseo de ser portadores de la Palabra «hasta los confines de la Tierra», a no tener miedo a responder con generosidad ante el horizonte que nos ofrece la misión apostólica.
Que María Santísima, quien llevó en su seno al Verbo hecho carne y se hizo primera portadora de la Palabra, nos obtenga el don de un encuentro personal con el Evangelio que nos lleve a querer transmitirlo con alegría y entusiasmo a todos los hermanos, especialmente a quienes aún no lo conocen. Invocamos también la intercesión de los santos, especialmente del apóstol san Pablo, en cuyo ejemplo se nos invita a poner la mirada en este año, teniéndolo como modelo de «intrépido testigo y heraldo de la Palabra de Dios» (S. S. Benedicto XVI, Homilía en la inauguración de la XII asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, 5 de octubre de 2008).
+ Cardenal Giovanni Battista Re
Presidente
+Octavio Ruiz Arenas
Vicepresidente