ROMA, viernes 27 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación, en una serie de varios artículos, la transcripción del interesante diálogo que el Papa mantuvo con los párrocos de la diócesis de Roma, en el encuentro celebrado este jueves 26 de febrero, y que hoy ha hecho público la Santa Sede.
* * *
1) Santo Padre, soy Don Gianpiero Palmieri, párroco de la parroquia de San Frumenzio ai Prati Fiscali. Quisiera dirigirle una pregunta sobre la misión evangelizadora de la comunidad cristiana y, en particular, sobre el papel y la formación de nosotros presbíteros dentro de esta misión evangelizadora.
Para explicarme, parto de un episodio personal. Cuando, joven presbítero, comencé mi servicio pastoral en la parroquia y en la escuela, me sentía fuerte por el bagaje de estudios y por la formación recibida, bien afirmado en el mundo de mis convicciones de los sistemas de pensamiento. Una muer creyente y sabia, viéndome en acción, meneó la cabeza sonriendo y me dijo: don Gianpiero, ¿cuándo te pondrás los pantalones largos, cuando llegarás a ser hombre?Es un episodio que se me grabó en el corazón. Aquella mujer sabia intentaba explicarme que la vida, el mundo real, Dios mismo, son más grandes y sorprendentes que los conceptos que nosotros elaboramos. Me invitaba a ponerme a la escucha de lo humano para intentar entender, para comprender, sin tener prisa en juzgar. Me pedía que aprendiera a entrar en relación con la realidad, sin miedos, porque la realidad está habitada por Cristo mismo que actúa misteriosamente en su Espíritu. Frente a la misión evangelizadora hoy los presbíteros nos sentimos impreparados e inadecuados, siempre con los pantalones cortos. Sea bajo el aspecto cultural – se nos escapa el conocimiento atento de las grandes directrices del pensamiento contemporáneo, en sus positividades y en sus límites – y sobre todo bajo el aspecto humano. Corremos el riesgo de ser demasiado esquemáticos, incapaces de comprender de forma sabia el corazón de los hombres de hoy. El anuncio de la salvación en Jesús ¿no es también el anuncio del hombre nuevo Jesús, el Hijo de Dios, en el que nuestra humanidad pobre es redimida, hecha auténtica, transformada por Dios? Entonces mi pregunta es esta: ¿comparte estos pensamientos? A nuestras comunidades cristianas viene mucha gente herida por la vida. ¿Qué lugares y formas podemos inventar para ayudar en el encuentro con Jesús a la humanidad de los demás? ¿Y cómo construir en nosotros sacerdotes una humanidad hermosa y fecunda? Gracias, Santidad.
–Benedicto XVI: ¡Gracias! Queridos hermanos, ante todo quisiera expresar mi gran alegría de estar con vosotros, párrocos de Roma: mis párrocos, estamos en familia. El cardenal vicario me ha dicho que es un momento de descanso espiritual. Y en este sentido estoy también agradecido de poder empezar la Cuaresma con un momento de descanso espiritual, de respiro espiritual, en contacto con vosotros. Y también ha dicho: estamos juntos para que vosotros podáis contarme vuestras experiencias, vuestros sufrimientos, también vuestros éxitos y alegrías. Por tanto yo no diría que aquí habla el oráculo, al que vosotros preguntáis. Estamos más bien en un intercambio familiar, en el que para mí es muy importante, a través vuestro, conocer la vida en las parroquias, vuestras experiencias con la Palabra de Dios en el contexto de nuestro mundo de hoy. Y quisiera también aprender yo, acercarme a la realidad de la que en el Palacio Apostólico también se está un poco distante. Y éste es también el límite de mis respuestas. Vosotros vivís en el contacto directo, día a día, con el mundo de hoy; yo vivo en contactos diversificados, que son muy útiles. Por ejemplo, ahora he tenido la visita «ad limina» de los obispos de Nigeria. Y he podido ver así, a través de las personas, la vida de la Iglesia en un país importante de África, con 140 millones de habitantes, un gran número de católicos, y tocar las alegrías y también los sufrimientos de la Iglesia. Pero para mí este es obviamente un descanso espiritual, porque es una Iglesia como la vemos en los Hechos de los Apóstoles. Una Iglesia donde está la alegría fresca de haber encontrado a Cristo, de haber encontrado al Mesías de Dios. Una Iglesia que vive y crece cada día. La gente está contenta de haber encontrado a Cristo. Tienen vocaciones, y así pueden dar, a los distintos países del mundo, sacerdotes fidei donum. Y ver que con sólo hay una Iglesia cansada, como se encuentra a menudo en Europa, sino una Iglesia joven, llena de alegría del Espíritu Santo, es ciertamente un refresco espiritual. Pero también es importante para mí, con todas estas experiencias universales, ver mi diócesis, los problemas y todas las realidades que viven en esta diócesis.
En este sentido, sustancialmente, estoy de acuerdo con usted: no es suficiente predicar o hacer pastoral con el precioso bagaje adquirido en los estudios de teología. Esto es importante, es fundamental, pero debe ser personalizado: de conocimiento académico, que hemos aprendido y también reflexionado, en visión personal de mi vida, para llegar a otras personas. En este sentido quisiera decir que es importante, por una parte, concretar con nuestra personal experiencia de fe, en el encuentro con nuestros parroquianos, la gran palabra de la fe, pero también no perder su sencillez. Naturalmente palabras grandes de la tradición -como sacrificio de expiación, redención del sacrificio de Cristo, pecado original – son hoy incomprensibles como tales. No podemos sencillamente trabajar con grandes fórmulas, verdaderas, pero sin contextualizar en el mundo de hoy. Debemos, a través del estudio y cuanto nos dicen los maestros de teología y nuestra experiencia personal con Dios, concretar, traducir estas grandes palabras, de forma que entren en el anuncio de Dios al hombre de hoy.
Y diría, por otra parte, que no debemos cubrir la sencillez de la Palabra de Dios en valoraciones demasiado pesadas de acercamientos humanos. Recuerdo a un amigo que, tras haber escuchado predicaciones con largas reflexiones antropológicas para llegar juntos al Evangelio, decía: pero no me interesan estos acercamientos, ¡yo quiero entender qué dice el Evangelio! Y me parece que a menudo en lugar de largos recorridos de acercamiento, sería mejor -yo lo he hecho cuando estaba aún en mi vida normal – decir: ¡este Evangelio no me gusta, somos contrarios a lo que dice el Señor! ¿Pero qué quiere decir? Si yo digo sinceramente que a primera vista no estoy de acuerdo, ya tenemos la atención: se ve que yo quisiera, como hombre de hoy, entender qué dice el Señor. Así po9demos, sin largos rodeos, entrar de lleno en la Palabra. Y debemos también tener presente, sin falsas simplificaciones, que los doce apóstoles eran pescadores, artesanos, de esta provincia, Galilea, sin preparación particular, sin conocimiento del gran mundo griego o latino. Y sin embargo fueron a todos los lugares del Imperio, incluso fuera de él, hasta la India, y anunciaron a Cristo con sencillez y con la fuerza de la sencillez de lo que es verdadero. Y esto me parece importante también: no perdamos la sencillez de la verdad. Dios existe y no es un ser hipotético, lejano, sino cercano, ha hablado con nosotros, ha hablado conmigo. Y así digamos sencillamente qué es y cómo se debe naturalmente explicar y desarrollar. Pero no perdamos el hecho de que no proponemos reflexiones, no proponemos una filosofía, sino el sencillo anuncio del Dios que ha actuado. Y que ha actuado también conmigo.
Y después para la contextualización cultural, romana -que es absolutamente necesaria- diría que la primera ayuda es nuestra experiencia personal. No vivimos en la luna. Soy un hombre de este tiempo si vivo sinceramente mi fe en la cultura de hoy, siendo uno que vive con los medios de comunicación de hoy, con los diálogos, con las realidades de la economía, con todo, si yo mismo tomo en serio mi pro
pia experiencia e intento personalizar en mí estas realidades. Así estaremos en el camino de hacernos entender también por los demás. San Bernardo de Claraval dijo en su libro de reflexiones a su discípulo el Papa Eugenio: intenta beber de tu propia fuente, es decir, de tu propia humanidad. Si eres sincero contigo mismo y empiezas a ver en tí qué es la fe, con tu experiencia humana en este tiempo, bebiendo de tu propio pozo, como dice san Bernardo, también puedes decir a los demás lo que hay que decir. Y en este sentido me parece importante estar realmente atentos al mundo de hoy, pero también estar atentos al Señor en mí mismo: ser un hombre de este tiempo y al mismo tiempo un creyente de Cristo, que en sí transforma el mensaje eterno en mensaje actual.
¿Y quién conoce mejor a los hombres de hoy que el párroco? La sacristía no está en el mundo, sino en la parroquia. Y allí, al párroco, vienen los hombres a menudo normalmente, sin máscara, sin otros pretextos, sino en situación de sufrimiento, de enfermedad, de muerte, de cuestiones familiares. Vienen al confesionario sin máscara, con su propio ser. Ninguna otra profesión, me parece, da esta posibilidad de conocer al hombre como es en su humanidad, y no en el papel que tienen en la sociedad. En este sentido, podemos estudiar realmente al hombre en su profundidad, lejos de los roles, y aprender también nosotros mismos al ser humano, ser hombre en la escuela de Cristo. En este sentido diría que es absolutamente importante conocer al hombre, al hombre de hoy, en nosotros y con los demás, pero siempre en la escucha atenta al Señor y aceptando en mí la semilla de la Palabra, porque en mi se transforma en trigo y llega a ser comunicable a los demás.
2) Soy Don Fabio Rosini, párroco de Santa Francesca Romana all’Ardeatino. Frente a la actual proceso de secularización y de sus evidentes consecuencias sociales y existenciales, qué oportunamente, en muchas ocasiones, hemos recibido de Su magisterio, en admirable continuidad con su venerado predecesor, la exhortación a la urgencia del primer anuncio, al celo pastoral por la evangelización o reevangelización, a la asunción de una mentalidad misionera. Hemos comprendido qué importante es la conversión de la acción pastoral ordinaria, ya no presuponiendo la fe de la masa y contentándonos con cuidar a esa porción de creyentes que persevera, gracias a Dios, en la vida cristiana, sino interesándonos más decidida y orgánicamente de las muchas ovejas perdidas, o al menos desorientadas. En muchos y con diversos puntos de vista, nosotros presbíteros romanos hemos intentado responder a esta urgencia objetiva de refundar o incluso de fundar la fe. Se están multiplicando las experiencias de primer anuncio y no faltan experiencias muy animadoras. Personalmente puedo constatar como el Evangelio, anunciado con alegría y franqueza, no tarda en ganarse el corazón de los hombres y mujeres de esta ciudad, precisamente porque es la verdad y corresponde a lo que más íntimamente necesita la persona humana. La belleza del evangelio y de la fe, de hecho, si se presentan con amable autenticidad, son evidentes por sí mismos. Pero el resultado numérico, quizás sorprendente alto, no garantiza por sí mismo la bondad de una iniciativa. En la historia de la Iglesia, también la reciente, no faltan ejemplos. Un éxito pastoral, paradójicamente, puede esconder un error, un defecto en su planteamiento, que quizás no se vea inmediatamente. Por eso quiero preguntarle: ¿cuáles deben ser los criterios imprescindibles de esta urgente acción de evangelización? ¿Cuáles son, según usted, los elementos que garantizan que no se corre en vano en la fatiga pastoral del anuncio a esta generación contemporánea a nosotros? Le pido humildemente que nos señale, en su prudente discernimiento, los parámetros que hay que respetar y valorar para poder llevar a cabo una obra evangelizadora que sea genuinamente católica y que traiga frutos a la Iglesia. Agradezco de corazón su iluminado magisterio. Bendíganos.
–Benedicto XVI: Estoy contento de oír que se hace realmente este primer anuncio, que se va más allá de los límites de la comunidad fiel, de la parroquia, en búsqueda de las llamadas ovejas perdidas; que se intenta ir hacia el hombre de hoy que vive sin Cristo, que ha olvidado a Cristo, para anunciarle el Evangelio. Y estoy contento de oír que no sólo se hace esto, sino que de ahí se consiguen incluso éxitos numéricamente confortantes. Veo por tanto que vosotros sois capaces de hablar a aquellas personas en las que se debe refundar, o incluso fundar, la fe.
Para este trabajo concreto yo no puedo dar recetas, porque hay distintos caminos que seguir, según las personas, sus profesiones, las distintas situaciones, El catecismo indica la esencia de lo que hay que anunciar. Pero es quien conoce las situaciones el que debe aplicar las indicaciones, encontrar un método para abrir los corazones e invitar a ponerse en camino con el Señor y con la Iglesia.
Usted habla de los criterios de discernimiento para no correr en vano. Quisiera ante todo decir que las dos partes son importantes. La comunidad de los fieles es una cosa preciosa que no debemos subestimar -incluso mirando a los muchos que están lejos – la realidad hermosa y positiva que constituyen estos fieles, que dicen sí al Señor en la Iglesia, intentando vivir la fe, intentando ir tras las huellas del Señor. Debemos ayudar a estos fieles, como hemos dicho hace un momento respondiendo a la primera pregunta, a ver la presencia de la fe, a entender que no es algo del pasado, sino que hoy muestra el camino, enseña a vivir como hombre. Es muy importante que éstos encuentren en su párroco realmente el pastor que les ama y les ayuda a escuchar hoy la Palabra de Dios, a entender que es una Palabra para ellos y no sólo a las personas del pasado o del futuro; que las ayuda, aun más, en la vida sacramental, en la experiencia de la oración, en la escucha de la Palabra de Dios y en el camino de la justicia y de la caridad, porque los cristianos deberían ser fermento de nuestra sociedad con tantos problemas y con tantos peligros y tanta corrupción como existe.
De esta forma creo que estos pueden interpretar también un papel misionero «sin palabras», ya que se trata de personas que viven realmente una vida justa. Y así ofrecen un testimonio de cómo es posible vivir bien en los caminos indicados por el Señor. Nuestra sociedad necesita precisamente estas comunidades capaces de vivir hoy la justicia no solo para sí mismos sino para los demás. Personas que sepan vivir, como hemos oído en la primera lectura, la vida. Esta lectura al principio dice: «Elige la vida»: es fácil decir sí. Pero luego prosigue: «Tu vida es Dios». Por tanto elegir la vida es elegir la opción por la vida, porque es la opción por Dios. Si hay personas o comunidades que hacen esta elección completa de la vida y hacen visible el hecho de que la vida que han escogido es realmente vida, dan un testimonio de grandísimo valor.
Y llego a una segunda reflexión. Para el anuncio necesitamos dos elementos: la Palabra y el testimonio. Es necesaria, como sabemos por el Señor mismo, la Palabra que dice lo que él nos ha dicho, que hace aparecer la verdad de Dios, la presencia de Dios en Cristo, el camino que se nos abre delante. Se trata, por tanto, de un anuncio en el presente, como usted ha dicho, que traduce las palabras del pasado en el mundo de nuestra experiencia. Es algo absolutamente indispensable, fundamental, dar, con el testimonio, credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca sólo como una bonita filosofía, o como una bonita utopía, sino más bien una realidad. Una realidad con la que se puede vivir, pero no solo: una realidad que hace vivir. En este sentido me parece que el testimonio de la comunidad creyente, como fondo a la Palabra, del anuncio, es de grandísima importancia. Con la Palabra debemos abrir lugares de experiencia de la fe a aquellos que buscan a Dios. Así lo hizo la Iglesia antigua con el catecumenado, que no
era simplemente una catequesis, algo doctrinal, sino un lugar de experiencia progresiva de la vida de la fe, en la cual se abre también la Palabra, que se convierte en comprensible sólo si es interpretada por la vida, realizada por la vida.
Por tanto, me parece importante, junto con la Palabra, la presencia de un lugar de hospitalidad de la fe, un lugar en el que se hace una progresiva experiencia de la fe. Y aquí veo también una de las tareas de la parroquia: hospitalidad hacia aquellos que no conocen esta vida típica de la comunidad parroquial. No debemos ser un círculo cerrado en nosotros mismos. Tenemos nuestras costumbres, pero con todo debemos abrirnos e intentar crear vestíbulos, es decir, espacios de cercanía. Uno que viene de lejos no puede inmediatamente entrar en la vida formada de una parroquia, que ya tiene sus costumbres. Para éste de momento todo es muy sorprendente, lejano a su vida. Por tanto debemos intentar crear, con ayuda de la Palabra, lo que la Iglesia antigua creó con los catecumenados: espacios en los que empezar a vivir la Palabra, a seguir la Palabra, a hacerla comprensible y realista, correspondiente a formas de experiencia real. En este sentido me parece muy importante lo que usted ha señalado, es decir, la necesidad de unir la Palabra con el testimonio de una vida justa, del ser para los demás, de abrirse a los pobres, a los necesitados, pero también a los ricos, que necesitan abrirse en su corazón, de sentir que se les llama al corazón. Se trata por tanto de espacios diversos, según la situación.
Me parece que en teoría se puede decir poco, pero la experiencia concreta mostrará los caminos a seguir. Y naturalmente -criterio siempre importante que seguir – es necesario estar siempre en la gran comunión de la Iglesia, aunque quizás en un espacio aún algo lejano: es decir en comunión con el obispo, con el Papa, en comunión así con el gran pasado y con el gran futuro de la Iglesia. Estar en la Iglesia católica de hecho no implica sólo estar en un gran camino que nos precede, sino significa estar en perspectiva de una gran apertura al futuro. Un futuro que se abre solo de esta forma. Se podría quizás proseguir hablando de los contenidos, pero podemos encontrar otra ocasión para esto.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]