CÓRDOBA, sábado, 27 febrero 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de monseñor Carlos José Ñáñez, arzobispo de Córdoba (Argentina), para el tiempo de cuaresma.
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Queridos hermanos y hermanas:
El próximo miércoles de ceniza comenzaremos el tiempo de cuaresma. Quiero aprovechar esta circunstancia para dirigirles unas breves palabras con el objeto de invitarlos a vivir con intensidad este tiempo de gracia y para compartir con ustedes algunas reflexiones a propósito de la visita que próximamente realizaremos los obispos argentinos al Papa Benedicto XVI.
La cuaresma es el tiempo en el que resuena apremiante la invitación de Jesús: «El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc. 1,15). Como discípulos del Señor conviene que recibamos su invitación, que permitamos que resuene en nuestro corazón y que nos animemos a corresponder a esta gracia de la conversión, de un verdadero cambio del corazón y de nuestras actitudes.
La conversión, cuando es auténtica se expresa en una vida nueva. Los ejercicios tradicionales de la cuaresma, el ayuno, la limosna y la oración, nos entrenan en esa novedad de vida. Es importante redescubrir el sentido de esos ejercicios y tener la creatividad de aplicarlos al momento que nos toca vivir.
Las circunstancias que atravesamos en el mundo hoy están marcadas por una seria crisis económica cuyos efectos van haciéndose sentir cada vez más en todas partes, también en nuestro país. Esas dificultades nos están invitando a vivir, entre otras cosas, con austeridad, a prescindir de lo superfluo. El ayuno, privación voluntaria del alimento, puede tomar desde esta perspectiva esta nueva expresión. El Papa Benedicto, en su mensaje para la cuaresma nos invita a revalorizar y revitalizar la práctica del ayuno.
La austeridad, a su vez, nos dispone para la solidaridad, para socorrer al que padece necesidad. La limosna vista desde esta perspectiva aparece así no como un gesto «dadivoso» sino como un auténtico compartir los bienes, como hacían los primeros cristianos que «no pasaban necesidad… porque todo lo tenían en común» (cf. Hech 4, 34 y 32). La limosna así entendida y practicada da pleno sentido al ayuno, a la austeridad.
La oración, que abre nuestro corazón a Dios, nos ayuda a su vez a vivir con profundidad el ayuno, la austeridad, la limosna, el compartir los bienes. El texto evangélico elegido para animar el lema pastoral de nuestra Arquidiócesis en este año nos invita a pedir: «¡Señor que pueda ver!» (cf. Mc. 10, 51). Que podamos ver a los demás y reconocerlos hermanos, que podamos ver sus necesidades y ser para ellos instrumentos de esperanza con los gestos de solidaridad y fraternidad que nazcan de nuestros corazones renovados.
La conversión a la que estamos llamados no es sólo un proceso personal sino también comunitario y pastoral, por eso quisiera invitarlos una vez más a trabajar con empeño por llevar adelante la implementación del plan pastoral y la correspondiente programación con este mismo espíritu de austeridad, de solidaridad y mutua colaboración, de confiada esperanza en el Señor de la historia. Les deseo, además, que puedan vivir una cuaresma intensa que los prepare para redescubrir y experimentar la fuerza renovadora de la Pascua de Jesús, fuente de la esperanza que no defrauda.
El otro motivo de estas líneas es comentarles que, Dios mediante, desde el 3 de marzo al 3 de abril realizaré junto a un grupo de obispos argentinos la visita «ad limina». Se trata de una visita periódica que todos los obispos debemos realizar al Santo Padre para compartir con él la vida y la tarea de cada una de las comunidades diocesanas. No es un mero trámite burocrático, sino de un acontecimiento de gracia que da la oportunidad para estrechar los vínculos de comunión con la Iglesia «que preside en la caridad», la de Roma, y con su Pastor, el Santo Padre, a quien el Señor ha confiado el cuidado de todas las Iglesias.
Próximo ya a cumplir mi décimo año en este servicio como Arzobispo de Córdoba, voy con la disposición de compartir con el Papa la alegría de un camino que venimos recorriendo juntos y que nos ha permitido movilizarnos, proponer algunas líneas de acción y criterios pastorales, trazar un itinerario y elaborar un plan pastoral con sus respectivas programaciones, en vistas a afrontar el desafío de un renovado anuncio y testimonio del evangelio en Córdoba, tal como nos lo pidió el Papa Juan Pablo II y lo ratificó oportunamente el Papa Benedicto XVI.
Me anima grandemente la experiencia de un esfuerzo sostenido con constancia y entusiasmo entre todos para llevar adelante ese propósito de la nueva evangelización y que ya va dando frutos. Aliento la esperanza de sumar cada vez más voluntades para que todos, pastores, consagrados y laicos, sintamos cada vez más que «conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado» (Aparecida, 18).
Anhelo para toda la Iglesia que está en Córdoba una palabra del Santo Padre que nos aliente y nos confirme en el camino emprendido, de manera que continuemos en el esfuerzo común con renovado vigor. Encomiendo a la Santísima Virgen, Nuestra Señora del Rosario del Milagro su protección en esta visita al Santo Padre y su intercesión para que la alegría de la Pascua de Jesús llene nuestros corazones y nos impulse a vivir con alegría nuestra vocación de discípulos y misioneros suyos.