El cardenal Murphy-O'Connor exhorta a no ceder al falso pesimismo

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LONDRES, lunes 2 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- En una conferencia pronunciada para reflexionar sobre su ministerio de arzobispo de Westminster, el cardenal Cormac Murphy-O’Connor ha alertado ante el falso pesimismo difundido incluso en ambientes de la propia Iglesia.

En la conferencia pronunciada el 27 de febrero en la catedral de Westminster sobre el tema «Gaudium et Spes (Alegría y Esperanza) – La forma de la Iglesia: pasado, presente y futuro…», el purpurado explicó que «por ahora el peligro más grande es creer lo que la cultura secular quiere que creamos sobre nosotros mismos, es decir, que estamos siendo cada vez menos influyentes y que estamos en decadencia».

«Hay seguramente desafíos y mucho trabajo que hacer –admitió–, pero creo que la Iglesia tiene una vida vigorosa y un papel fundamental que desempeñar en nuestra sociedad, más importante que en cualquier otra época de nuestra historia reciente».

El cardenal añadió que concentrarse en primer lugar sobre lo que no funciona lleva a una negatividad descompensada en cualquier análisis relativo a nuestra cultura.

Aunque pueda ser «atractivo» nombrar sólo lo que está equivocado, de hecho, se ignora el hecho de que «hay muchas personas que intentan hacerlo lo mejor posible, profundamente preocupadas por el futuro».

«Lo que es necesario es una sensibilidad renovada a las dimensiones morales y éticas de la vida, que muchos quieren ver abrazadas más firmemente», observó.

«Debemos animar y afirmar el bien en toda persona». «Sólo si se comparten las alegrías y las esperanzas de la humanidad será posible un cambio verdadero y duradero».

La Iglesia, añadió, «tiene una perspectiva y una sabiduría que la sociedad no puede permitirse excluir o de hacer callar».

Crisis económica

Refiriéndose a la crisis que afecta ya a todo el mundo, el cardenal observó que la economía «debe operar en un marco moral, y existe para servir al bien común, que se basa en el bien de la persona humana».

Si se olvida esto, explicó, «se convierte en elemento de destrucción del bien al que debería servir». «En otras palabras, el dinero no es un fin en sí mismo».

El purpurado reafirmó que la Iglesia «no ofrece un proyecto de política económica, pero sostiene que si el mercado debe servir al bien común de todos, requiere un marco ético fuerte y una reglamentación eficaz».

«Una prueba importante de esto es tener en cuenta quién está sacando ventajas del mercado -constató-. A los pobres se les debe dar siempre una consideración preferencial. La ausencia de acción, también en tiempos de crisis, les causaría posteriormente desventajas y debilitaría su capacidad de participar en el sistema económico».

El impacto de la crisis en la familia

La crisis económica, prosiguió el cardenal, impone un notable peso a las instituciones financieras y a los fondos públicos, pero también «consecuencia inmediatas y duraderas para la más fundamental de las instituciones sociales, la familia», la cual «no es sólo la Iglesia doméstica, sino también la base de la sociedad».

«Incluso en periodos de colapso político y social, la familia tiene el poder de sobrevivir y de permitir a los otros que sobrevivan -observó-. Es a partir de la familia como la sociedad puede reconstruirse».

Por este motivo, el purpurado cree que la Iglesia «tiene totalmente razón al seguir subrayando la importancia fundamental del matrimonio y de la vida familiar».

La creatividad de la diferencia cristiana

El cardenal Murphy-O’Connor subrayó, para concluir, la legitimidad de la presencia de diferencias de «estilo, énfasis y aproximación» dentro de la Iglesia.

«No es un problema o una amenaza, o un signo de desintegración o asimilación, sino más bien un signo de vitalidad. La unidad no es uniformidad», reveló.

A propósito de esto, recordó la importancia de la «creatividad de la diferencia cristiana», subrayando que a día de hoy es necesario «tender hacia una cultura profundamente secularizada y que sin embargo sigue esperando escuchar una voz de significado y de esperanza».

«¿Por dónde empezar?», se preguntó. La respuesta se encuentra en tres aspectos «cruciales» que implementar en la sociedad actual: «formación, renovación parroquial y oración».

Por Roberta Sciamplicotti, traducción por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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